Caridad Mirabal Hernández -mi madre para más señas- esperaba ansiosa por este domingo 25 de septiembre. Desde el día anterior había colgado en un perchero la ropita que se pondría para ir al colegio electoral para depositar su voto.
Aunque es secreto ella quiere que el mundo sepa que votó por el Sí, porque beneficiará y protegerá a las personas de la tercera edad.
Apenas puede caminar erguida por los achaques de las edad, y un que otro padecimiento que a veces le dificulta el andar, pero esta vez decidió salir de casa sin bastón. Los casi 200 metros que separan el colegio electoral número 4 de la circunscripción 21 de su casa, los venció sostenida del brazo de su hijo, pero una vez en el lugar de votación logró avanzar sola con total resolución.
En su rostro se le veía la satisfacción por cumplir con un deber como ciudadana, pero para ella encierra un significado mucho más profundo. Pertenece a esa generación de patriotas que nunca claudicaron y que siempre acudieron a cualquier llamado de la dirigencia de la Revolución.
Para algunos quizás sea un ejercicio sin mayor trascendencia, para otros la tan esperada aprobación de sus derechos, para mí madre, es lo segundo y mucho más. Ese Sí que plasmó en su boleta representa una reafirmación de su confianza absoluta hacia el proyecto cubano, porque sin importar las carencias, ella, como tantos, siempre ha creído en las obras trascendentales de la Revolución, como este mismo código que será de los más avanzado del orbe.