La «familia cubana», sencillamente no existe, somos una isla espiritualmente continental… tan grande, tan compleja, que singularizar la familia bajo una idea, bajo una idea monolítica, atada a un concepto de nación casi decimonónico, es pecar de simplista.
Uno de las mejores formas de entender estos procesos es a través de nuestra compleja historia, sobre todo en el plano racial. Si pudiéramos dividir a Cuba en dos grandes grupos, tendríamos una isla blanca y otra negra, podrá parecer conflictivo esto, pero las relaciones familiares en ambas poblaciones se expresan de forma diferente…
La sociedad cubana actual, y la ciudadanía negra en particular, no ha superado el trauma colonial. Uno de los aspectos más destacables en las relaciones familiares de la población mestizo-negra es el empleo casi abusivo de los términos de primo y tía, sin lazos genéticos reales. Este aspecto es clave para comprender la complejidad de las relaciones humanas en nuestra isla. Primero tenemos que partir del hecho que es una población víctima de un sistema esclavista-capitalista en el cual primaba el capital por encima de los lazos genéticos y afectivos. Los grupos familiares simplemente se destruían desde los mismos mercados esclavistas del África subsahariana, padres que más nunca veían a sus hijos, hermanos que se perdían, amores condenados a desaparecer…
Fueron esos pies negros tocando esta rara y noble tierra quienes tuvieron que inventarse dentro de la penumbra del barracón, casi a imagen y semejanza de sus amos, una familia, en la que los lazos afectivos sustituyen los vínculos genéticos. No obstante, en los campos de La Habana y Matanzas, a veces las negras no tenían hijos negros y en las noches ocurrían cosas… La mulatez fue la primera gran grieta dentro de la “familia cubana”. Y digo familia cubana, teniendo en cuenta que por lógica colonial es blanca, y es este sector el único que gozó de una ciudadanía real y efectiva en la Cuba colonial. No obstante, los criollos, las madres solteras, matrimonios estériles, algunos fértiles y felices, huérfanos, los mulatos, muchos de ellos hijos sin padres, comenzaron a andar… así, deforme, asimétrica, contradictoria, empezó a emerger la nación.
Si bien, el primer intento de liberación nacional se lo debemos al criollo José Antonio Aponte. Es en 1868 que Carlos Manuel de Céspedes, luego de proclamar la república en armas, le encomienda la independencia de Cuba a la Virgen de Caridad del Cobre. Es esa Cuba primigenia, heredera del catolicismo peninsular, que ‘’abrazó’ en su seno una población tremendamente diversa en razas y credos, la que quedaba preconcebida y consagrada para luego nacer en 1902. Esta república, heredera de un pensamiento colonial, fue una nación fundada desde el paradigma blanco-cristiano y patriarcal, que no podía entender que las mujeres tenían derecho al voto, y que la población negra y mestiza necesitaba más que su dignamente merecido tratamiento de igual ante la ley, estado que desconocía descaradamente las razones obvias por las cuales eran un sector social en franca desventaja. Esa república era una fachada sin sentido que copiaba enfermamente un modelo ajeno a su verdadera naturaleza.
Edificios eclécticos con referencias a Roma en una isla del caribe… eso era Cuba, o decían que era o querían que eso fuera, pero todos sabemos que, tras esa fachada, los chinos le rezaban a San Fan Kong, y las primeras gangas, sacerdotes de ifá, y tímidamente el Islam habían llegado en la segunda mitad del siglo XVIII. La iglesia protestante vino directamente de los Estados Unidos y edificó su primer templo en la ciudad de Cárdenas en el último lustro del siglo XIX. Todo grupo humano tiene una concepción particular de la familia, ideal mediado por la fé religiosa, cultura en general y como expliqué antes, cada grupo de personas en función de su situación social construye también la familia que puede.
El pueblo de Cuba se adentró en el siglo XX, y en un país donde era inconcebible la separación matrimonial, se promulgaba la ley de divorcio en 1917, este paso fue una de los primeros en la liberación de la mujer y se vio como el mayor atentado a la ‘’familia cubana’’ que en efecto como nuestra fachada ‘‘ecléctica-romana’’, es una construcción simbólica de la clase privilegiada que obviamente tiene el poder político, y está atada lógicamente a un ideal de nación.
Creo que está de más hablar que si bien, esa ‘familia cubana’’ no existe desde la generalidad y representa un sector bastante concreto de nuestra sociedad, también merece el mayor respeto como parte del alma de la nación. Los cambios a nivel político en la Cuba de los años 60 generaron nuevas formas de familia, y no me refiero solo a aquellas que nacieron producto de procesos migratorios por razones políticas, sino a otras que ampliaban algo tan simple como el repertorio cubano de nombres ajenos a nuestro vocabulario tradicional. Era la era de los Vladímir, Alina, Tatiana, y cuanto nombre ruso encontráramos.
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Luego llegó Angola, y muchas madres perdieron hijos, el Mariel, la crisis de los balseros, el Periodo especial, el resto supongo que ya lo sabemos todos. Como también sabemos que siempre nuestro mejor amigo, es eternamente un hermano, y la mejor amiga de nuestra madre es siempre una tía, que los niños tienen derecho a pensar y escoger libremente, que hay niños criados por abuelas, dos padres, dos madres, una madre, niños que desean tener también una familia, sabemos que hay personas que terminan en la calle por no tener garantías legales que les permitan disfrutar de derechos sobre la propiedad de sus parejas difuntas.
El matrimonio desde el punto de vista religioso no se vulnera con la ley, que efectiva y únicamente expande el concepto del matrimonio civil. Lo dije y lo reitero, la ‘’familia cubana’’ no existe, LAS FAMILIAS CUBANAS SÍ. Creer en un concepto singular de familia implica no solo desconocer, sino marginar a todas las demás. Sueño con el país plural, pero es el respeto al otro, el único camino para nuestra salvación como nación.
¡Vivan las familias cubanas!, y que el amor sea ley. (Por Alejandro Vega Baró)