Quizás los habitantes de la ciudad de Matanzas podríamos decir que el tiempo es el lomo de un caballo negro. A este corcel plástico una barra de metal le atraviesa el vientre y gracias a la electricidad parece que cabalga, pero en verdad nunca ha echado a correr más allá de las dos o tres baldosas que ocupa en el Centro Comercial Variedades, antes el Ten Cent, donde vendían artículos de todo por un dólar y sueños para poetas.
“Cuando era niña me encantaba montarme en el caballito del Ten Cent, costaba un peso cubano. Ese caballito es un símbolo para los niños matanceros de mi generación, incluso imagino que hasta de generaciones anteriores. Cuando nació mi hijo Diego, también lo llevaba para que montara. Algo tan especial, tan querido de mi infancia podía compartirlo con él”, cuenta Rocío Rodríguez Fernández, directora del grupo de Teatro El Mirón Cubano en un post de Facebook.
Ella, como gran parte de los matanceros nacidos en la década de los 80, conserva el álbum de fotos familiares, donde está la imagen del primer añito con el niño en la cama y a su alrededor todos los regalos, o la de la palangana con el bebé medio hundido y encueros. En un álbum así encontrarás una instantánea de tu hermana o tu sobrino o ese primo que ahora desde España te escribe que todo se extraña, hasta el caballo eléctrico del Ten Cent.
Lo más probable es que la imagen sea en blanco y negro. Un niño, quizá tú mismo, observa de lado la cámara. Tal vez viste uniforme de primaria y le faltan par de dientes. Quizás lleva un viejo overol, con zapatos ortopédicos y tiene ese pelado que llamaban el “machimbrao”, como una naranja que vacían en un exprimidor, si es varón. En el caso de que sea hembra, usará una batica de cumpleaños con mucho vuelo y mucho lazo, y tendrá esas motonetas horribles que, en la escuela, los más crueles le decían que parecían un manubrio de bicicleta.
En la pared del fondo habrá unos dibujos infantiles: María Silvia, con su cara de luna, en otro caballo cabalga en la pared mientras sostiene la bandera cubana. Casi todas las fotos tienen el mismo enfoque. Con el tiempo aparecieron otros aparatos eléctricos parecidos: los patos amarillos y los carros deportivos rojos de los Rápidos y los DiTú; la montaña rusa y la estrella del Todo en Uno en Varadero; pero el caballo negro, de crin de polietileno, sigue ahí impasible.
Raúl Morejón es otro de los que opina así. Llegué hasta él a través de un amigo. Este me comentó sobre un socio artista plástico que tenía un proyecto relacionado con el caballito del Ten Cent. Nos comunicamos y me explica que ha reunido una veintena de fotos de personas de diferentes tiempos, desde la época de las camisas de guinga hasta la poscovid. Su intención es crear un ensayo fotográfico, visibilizar un fenómeno social, intrínsecamente matancero.
“Hace más de 20 años mi generación provinciana añoró montarse en este caballo, con fondo de mambises y bandera cubana, —me escribe por vía WhatsApp—. Uno de mis primeros recuerdos de niño es esta tienda, el Ten Cent. Era oscura y azul y vendían objetos manufacturados y artesanales. Hoy se llama Variedades y solo comercializan productos importados a altos precios”.
El Ten Cent, quizás uno de los establecimientos comerciales más simbólicos de la urbe, al cual, incluso Carilda Oliver Labra menciona en su Canto a Matanzas, como una especie de bazar de ilusiones, en los 2000 fue transformado en el Centro Comercial Variedades. Con los procesos económicos de la Isla, en los últimos años emigra hacia la venta en MLC, pero el caballo sigue ahí. Ya no cuesta un peso, sino cinco.
Tal vez sea una alternativa factible, o una manera de estar al día con las deudas de la nostalgia, colocarlo en un sitio más público, incluso en los portales de Variedades, para quien como Rocío desee compartir un pedazo de infancia o, sencillamente, para el niño que quiera imaginar que es el Zorro y montar a Tornado por los senderos del Valle, préstamos de la imaginación, trampas de la fantasía.
“Matanzas es ese caballo, te lo juro, una buena parte de Matanzas que recordará nuestra generación es ese caballo”, escribe Raúl cuando le pregunto por qué decidió llevar a cabo su proyecto.
Opino igual que él. Quizás si pusiéramos cada fotografía, una detrás de otra en orden cronológico, como si fuera un rollo de películas, veríamos el tiempo en su forma más pura. Cambiarían los jinetes, esos que ahora son el médico que pide botella en la parada, el cocinero del bar de Narváez, el que vende pomos de aceite en Compra Venta Matanzas; pero la montura permanece, porque de esa manera es que se construyen los símbolos de una ciudad: con la permanencia y el rito. (Fotos: Del autor y cortesía de la fuente)
Ese caballo es la misma historia del ten cent. Desde los años 50 del pasado siglo está allí mismo. Yo lo monté con 5 años y ya tengo 71.