Ser y parecer

¿No le ha sucedido que conoce a alguien por su foto de perfil en Facebook o Whatsapp y luego le resulta imposible identificarlo en persona? Una combinación de ropa, peinado, maquillaje, pose estudiada y, sobre todo, una sobredosis de filtros de imagen, hacen toda la diferencia.

Parece increíble lo que se puede lograr con determinadas aplicaciones: una piel perfecta de color claro o bronceado, dependiendo del gusto; distintos tonos de ojos, una nariz o un rostro más afilado, tornear la silueta, eliminar el sobrepeso, en fin, opciones casi ilimitadas. 

Postureo se le llama al comportamiento poco natural de una persona que se esfuerza por perfilar su imagen pública para conseguir la aprobación general. En la era de las redes sociales, donde el producto a vender son nuestras propias vidas, esta actitud puede llegar a niveles insospechados.

Aunque los cubanos se decantan abrumadoramente por Facebook (más del 80 % lo prefiere antes que otras redes) y el espacio ideal para “posturear” es Instagram, no estamos tan lejos de este fenómeno mundial.

La tecnología ha cambiado la forma en que interactuamos como sociedad. Eso, unido a una globalización que impone cánones de belleza muy estrechos, son los factores por los que la gente desea, cada día más, parecer lo que no es.

Encuestas realizadas en distintos países apuntan a que, independiente de la edad, la cultura o el nivel educacional, una buena parte de las personas no se consideran satisfechas con su imagen real, en su mayoría, mujeres, pues la coacción que ejerce la sociedad sobre ellas para que se vean bien es mucho mayor.

Muchachas, preocupantemente cada día más jóvenes, se sienten impulsadas a crearse un yo editado, alternativo, ilusorio. Un problema cíclico, pues mientras mejor se vean más presión generan en el resto del colectivo para emularlas. Es decir, se afectan a sí mismas y también a aquellos que consumen esos estándares. 

¿Cuál es el peligro de vender una versión pirata de nuestro propio ser? Las consecuencias psicológicas van desde problemas de salud mental, depresión, ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria como anorexia y bulimia, hasta dismorfia corporal, o lo que es igual, preocupación exagerada por imperfecciones físicas que pasan desapercibidas para los demás.  

En el mejor de los casos, acabamos por sumergirnos en una realidad paralela, con sentimientos de soledad, insatisfacción y miedo a ser rechazados si nos mostramos tal cual.

Muchas campañas han surgido dentro de los propios entornos virtuales para crear una definición de belleza más inclusiva y realista. Algunas de las más populares han circulado bajo los hashtags #SinDistorcionDigital y #TransformemosLaBelleza. En otras se muestran videos que desmontan todos los “retoques” que recibe una modelo.

Movimientos como el Body Positive (cuerpo positivo, si se traduce literalmente al español), intentan demostrar que la perfección es una construcción social y que todos los cuerpos tienen el mismo derecho a ser representados en el espacio público.

Incluso, a inicios de este año, la agencia que regula la publicidad en el Reino Unido prohibió el uso de filtros a influencers que ofrezcan contenidos patrocinados por empresas de productos de estética.  

Sin embargo, ninguna medida logrará erradicarlos totalmente. El deseo de ser aceptado es tan antiguo como el ser humano, resulta normal que tratemos de destacar y de encajar. Se trata simplemente de entender que ningún procedimiento externo puede ayudarnos a incrementar nuestra autoestima y seguridad, porque los problemas no están en cómo nos ven los demás, sino en la manera en que lo hacemos nosotros mismos.

Si te gusta jugar con las posibilidades que ofrece la tecnología, recuerda que hay que usarlas sin que lleguen a convertirse en una auténtica obsesión. Juzgar con “ojo crítico” lo que uno se encuentra en estas plataformas digitales, desintoxicarse de vez en cuando de los filtros y compartir al menos alguna imagen sin modificar. 

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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