Junior Expósito Eckelson señala una mancha en el overol que viste. La tela está desteñida desde el pecho hasta la cintura. Me comenta que es un recuerdo del Saratoga.
“Explorábamos el sótano, en específico el área donde se guardaban los productos de limpieza. Cuando ocurrió el derrumbe se derramó el salfuman, el cloro, y se creó un charco. Cuando evacuábamos esos productos en un tanque, me salpicó el ácido”.
Es un flaco colorado y buen conversador. Cuenta las historias con lujo de detalles y cierra cada una de ellas con una reflexión acerca de su labor o, sencillamente, de la vida. Por su constitución física, nadie imaginaría que trabaja de técnico de salvamento y rescate.
Yoamel Santana Perdomo es más robusto, de esos que la gente llaman “traba’os”; sí, es más parecido a lo que una persona no relacionada con ese mundo, como tú o yo, concebiría para ese oficio.
Más parco en palabras, interviene poco en la entrevista, solo para acotar algo o recalcar alguna frase de su compañero. El resto del tiempo, echado hacia atrás en su silla, escudriña los alrededores del comando de bomberos desde debajo de su boina. Supongo que en su línea de trabajo esa actitud sea conveniente. Deben estar atentos a lo más mínimo: al cambio de la dirección del viento, a si se siente olor a gas, aunque sea frugal, a qué tan seguro resulta el pedazo de suelo donde piensa colocar la bota.
Ambos pertenecen al equipo de salvamento y rescate de Matanzas. Han participado en centenares de servicios; así denominan las situaciones de riesgo en que deben intervenir. Entre estas puede estar la ayuda a náufragos, como el día que permanecieron cuatro horas en un mar con olas de ocho metros y les rondaban los tiburones; “parecía una película aquello”, comenta Junior. Terminaron con hipotermia y les dolía el pecho, hasta de respirar; pero pudieron salvar a las personas.
“Sin embargo, llevo años en el grupo y nunca tuve una respuesta para quienes me preguntaban cuál era el servicio más difícil en mi carrera, hasta el día del Saratoga”, aclara.
EL SARATOGA
Ellos dos, junto al teniente Edel Moreu Morales- que en ese momento pasaba un curso en la Escuela Nacional de Bomberos- son los únicos matanceros que apoyaron en las acciones de rescate del Hotel Saratoga. Quizá, si revisamos los disímiles reportajes televisivos que se hicieron sobre este hecho que conmocionó a la Isla, descubramos la facciones coloradas de Junior o al “traba’o” de Yoamel en un segundo plano, mientras avanzaban sobre el escombro o recostados en una columna para descansar, después de extensas y exhaustivas jornadas.
Su objetivo en el siniestro era el salvamento de los atrapados o el rescate de los cadáveres, para que sus familiares y allegados pudieran realizarles las honras fúnebres. Incluso su grupo, conformado por especialistas de diferentes provincias, dos cienfuegueros, dos villaclareños y ellos, encontró el último cuerpo sin vida. Después de ese hallazgo es que se declara el Duelo Nacional. Aún con un dolor por las pérdidas, el horror y con heridas en la memoria que nunca cicatrizarán del todo, el país pudo avanzar.
“La diferencia de este servicio con otros es la magnitud. Era un edificio destruido por completo. Hay que tener en cuenta la cantidad de días que trabajamos bajo estrés constante. Además, no era un derrumbe como tal, sino una estructura con posibilidades de colapso”, comenta Junior.
“Cuando uno llega a escenarios como el Saratoga, mira hacia arriba y se dice ‘¿Coño: cómo le entramos a eso?’. Todo el techo estaba al caerse. Incluso, hay quienes nos decían que siempre pensaron que los rescatistas se iban a quedar atrapados; pero al final uno tiene que superar todos esos miedos y ponerse a trabajar”, acota Yoamel.
“Estábamos bajo un peligro inminente y con premura para encontrar a alguien con vida, o sino rescatar el cuerpo para poder entregarlo a la familia. El cansancio físico estuvo presente, pero sobre todo el psicológico, el de querer ayudar más. Nos organizaron un horario de 24 horas de trabajo por 12 de descanso; pero, cuando llegábamos al final del turno y nos decían “váyanse a descansar”, nosotros seguíamos”, concluye Junior.
Me cuentan que en los momentos de reposar era tan grande el agotamiento que se acomodaban en cualquier rincón, y se ponían a debatir sobre lo hecho hasta entonces y lo que aún faltaba; y al más mínimo silencio se dormían de repente, destrozados. En ocasiones, el cuerpo traiciona a la voluntad, porque si fuera por ellos no hubieran descansado en los seis días que duró la búsqueda.
Encima suyo estaban los ojos y los rezos de toda Cuba. Junior me explica que alguien subió a Facebook una publicación donde hablaban de la labor de ellos en el Saratoga; y que no le alcanzaba el tiempo para leer todos los comentarios de agradecimiento, de desearles suerte y fuerzas y fe; porque cuando pensaba que había llegado al último aparecía uno nuevo. No obstante, me dice que lo más apremiante, lo que más ímpetu les transmitían eran las personas que se acercaban al área: los pobladores de la zona, que miraban atónitos detrás de las cintas amarillas con las que acordonaron la escena; y un banco que ellos llamaron “de la esperanza”, donde se sentaban los familiares de los desaparecidos en espera de noticias.
“Ahí estaba la pantrista de un edificio cercano que nos llevaba café, los compañeros de Etecsa que montaron una carpa para que pusieras a cargar tu celular y al salir pudieras llamar a tu familia, el trabajador del SIUM que me inyectó para aliviar un dolor de muela, que me dio de repente, para poder seguir.
“Se siente una responsabilidad inmensa, pero también es inmensa la solidaridad. Hicimos lo que hubiera hecho cualquier cubano según su profesión y lugar; a nosotros nos correspondió tomar la primera línea. En fin es una responsabilidad inmensa, pero se cumple con un orgullo que no te puedo explicar”, dice Junior y Yoamel asiente callado.
JUNIOR Y YOAMEL
Las cicatrices marcan una cronología del cuerpo. Todos tenemos alguna: el pinchazo de la vacuna que no recordamos porque éramos muy niños, el raspón en la rodilla de cuando aprendimos a montar bicicleta y quien te enseñaba te empujó mientras gritaba “¡Pedalea!”. Para los técnicos de salvamento y rescate estas se vuelven recordatorios de la peligrosidad de su oficio. Del Saratoga, a pesar del ácido que por suerte nunca atravesó el overol, y del dolor de muelas de Junior y de una viruta que le cayó en el ojo a Yoamel, pudieron salir ilesos. Sin embargo, mientras realizo la entrevista observo una herida en el dorso de la mano de Junior. Él se percata y extiende el brazo encima de la mesa.
“En mi última guardia estuvimos en unas inundaciones en Limonar. Debía arrancar una motobomba para drenar el agua, pero estaba en una posición muy incómoda y cuando jalo el cordel me raspo el dorso de la mano con la pared”.
“El miedo es una de las principales herramientas del rescatistas”, interviene Yoamel. Antes me había comentado que eso mismo había sentido cuando llegó al Saratoga, miedo, y pienso que tienen razón. Al final en cierta medida dicho sentimiento es una expresión del instinto de autoconservación. Además oí en alguna parte, quizás en una moralista película de Disney, que el valiente no es quien no siente miedo, sino el que lo combate y lo vence.
“Nosotros somos seres humanos como tú o cualquier otro. No somos superhumanos. Tenemos un poco de preparación y saber a los peligros a los que nos enfrentamos y cómo superarlos es lo que nos diferencia. El medio al final nos ayuda a avanzar”, cierra Junior.
Yoamel aprovecha la oportunidad para hablarme de un libro que escribe hace algunos años ya. Consiste en una relatoría de todos los servicios en los que ha participado. Me explica que lo concibe con un fin metodológico para que aquellos que comienzan en el oficio puedan aprovechar su experiencia.
“Hasta ahora se llama “Maestro de todo y maestro de nada”, porque un ser humano no puede hacer de todo en esta vida porque no se centra en nada. Yo he sido pescador, paracaidista, soldado, pero al final para lo que soy bueno es para ser técnico de salvamento y rescate, aunque cada uno de esos sitios en los que estuve aportó a mi actual formación”.
Él, por lo que me cuenta, es una de esas personas que les atrae empujar el organismo a sus límites, saber hasta dónde puede llegar el cuerpo y la mente. Quizás sea un poco adicto a la adrenalina; pero todo aquel que pertenezca a su línea de trabajo deba serlo un poco, si no el temor te carcome por dentro. Él es graduado de tropas especiales de las FAR, practica artes marciales y pesca submarina. En el 2014 se une al cuerpo de voluntarios de la brigada de salvamento y rescate y encuentra allí el contexto idóneo para manifestar sus actitudes y aptitudes, el sitio donde su conocimiento corporal puede ser más útil.
“No existe un niño que vea un camión de bomberos y no quiera ser bombero. Yo soy ese niño que creció un poquito y pudo hacer su sueño realidad”, me contesta Junior al preguntarle por sus inicios como rescatista.
“Yo soy graduado de técnico medio en contabilidad. Paso el Servicio Militar en el Comando #2, el de Versalles. El actual jefe de operaciones de la provincia, en aquel entonces estaba al frente del lugar y ese hombre tiene un arte para meterte el bichito de los bomberos por dentro que es increíble. Además mi primo que ya era bombero llega y me dice que había un curso de rescate y salvamento en La Habana que duraba seis meses y te lo descontaban del tiempo de servicio. Y me dije que para estar seis meses frente al teléfono y atender llamadas, mejor conseguía un título nuevo”.
“En el curso conocí a mi maestro Maikel Cruz y ese es otro especialista en inculcarte el bichito de ser bombero. Me encontré con él en el Saratoga. Me dijo ´ya tú no eres mi alumno, sino mi amigo´”.
Diez años después Junior continúa su labor. Incluso, a modo de broma, comenta que tiene un poco de mala suerte, porque durante todo ese tiempo han sido pocas los turnos, ellos trabajan 24 horas y descansan 48, en que no ha tenido que atender una emergencia. “He estado en todo”.
“Yo quiero que hable del hombre que salvó del pozo por Mocha y que está dando gritos por su búsqueda y captura”, sugiere Yoamel. Por primera vez desde que comenzó la entrevista Junior baja la cabeza y se tarda en responder.
“El señor había intentado bajar por una soga para recuperar unos tubos de aluminio que había en el pozo. Al llegar al fondo y darme cuenta de sus heridas le hago un examen físico médico y le aplico los primeros auxilios. Después cuando subíamos con unas poleas se desprenden dos piedras desde encima: una me golpea en el casco y la otra en el hombro, porque yo cubro su cuerpo con el mío.
“Por sus lesiones estuvo un tiempo sin poder andar. Cuando despierta después del accidente el médico le comenta que yo le había salvado la vida. Nunca nos hemos encontrado y para decir verdad me daría pena hacerlo. Como quiera que sea para él yo soy un mal recuerdo. Sin embargo, ha preguntado por mí y un día por Internet me envió un video. El hombre se filmaba y decía mírame aquí, asere, caminando”.
Como el señor del pozo muchos han de estar agradecidos. Salvar vidas conlleva una responsabilidad inmensa y como mismo afirmaron ellos no son superhombres, solo hombres con un sentido del deber y valentía y fragilidades y miedos. La manera en que conjugan todos estos elementos, como logran equilibrarlos y que surja un saldo positivo es lo que los engrandece.
Días posteriores a esta entrevista llegó a Cuba la depresión tropical que parecía querer unir los mares y los ríos y crear ciudades subacuáticas. Seguro que Junior y Yoamel estaban ahí, en primera línea, de un lugar a otro de la provincia, en el sitio donde fueran más útiles, fajados a puñetazos con sus miedos.
La tragedia y el simbolismo de la solidaridad
Testimonio del matancero Francisco Javier Casanova Benítez, chofer del ómnibus de Transtur estacionado frente al hotel Saratoga en el momento de la explosión