Víctor Rodríguez Núñez: “La poesía nos ayuda a vivir”

Víctor Rodríguez Núñez

Víctor Rodríguez Núñez: «Sigo mirando el mundo como la misma persona que he sido siempre: un niño campesino cubano». Foto: Katherine M. Hedeen

Pensé entrevistar a Víctor Rodríguez Núñez (La Habana, 1955) al terminar alguno de los debates sobre traducción literaria que debían llevarse a cabo en la sede del Archivo Histórico Provincial, durante la recién concluida Feria Internacional del Libro. 

Este evento cultural nos regalaba la posibilidad de conocer a uno de los poetas cubanos más importantes del momento, quien actualmente se desempeña como catedrático en Literaturas Hispánicas en Kenyon College, Ohio. 

Lo avalan no solo galardones internacionales de la talla del Premio de la Fundación Loewe, sino también las múltiples reediciones de sus cuadernos y traducciones al alemán, árabe, chino, francés, hebreo, inglés, macedonio, serbio y sueco.

La suspensión de las actividades públicas, durante el viernes 13 y sábado 14 de mayo, me dejó sin un plan concreto para acercarme a mi pretendido entrevistado. “Se marcha al medio día”, me comentó el editor Alfredo Zaldívar cuando lo interrogué en busca de ayuda.   

Ante lo inminente de su partida no quedó otro remedio que salir a recorrer la ciudad, preguntando aquí y allá. Al final, lo encontré en la sede de Ediciones Vigía, feliz como un niño en Día de Reyes, cargado con los regalos especiales que le habían preparado en esa editorial matancera.

Desde la comodidad de un sillón antiguo, Víctor Rodríguez Núñez parece orlado por un aura sutil, etérea, como un retrato de Jorge Arche. Todo su mundo se desarrolla en torno a la poesía: periodista, crítico, traductor, profesor. Si a eso le añadimos que ha tratado con poetas de la talla de Juan Gelman, es suficiente motivo para que a cualquiera se le atraganten las palabras.

Consciente de que dispongo de muy poco tiempo, aventuro algo, lo primero que se me ocurre para romper el hielo: “¿Qué le ha parecido Vigía?”. “Una maravilla”, responde campechano y me regala una sonrisa cómplice para que me sienta a gusto entrando en materia. 

—¿Por qué seguir creyendo en la poesía en el siglo XXI, cuando se lee tan poco?

—La poesía no está hecha para leerla sino para escucharla. Es oral y ha existido siempre. El primer texto documentado es un poema, pero eso no significa que la poesía empezara con la escritura, todo lo contrario, es anterior a ella y tiene una función fundamental: ayuda a vivir. Yo escribo para ayudarme a vivir, pero también para ayudar a vivir a los demás.

«La relación del libro y la poesía es reciente, de unos 600 años más o menos, desde que existe la imprenta. Escribir es una manera de hacer poesía, pero no es la única. Tampoco constituye un género literario, como se nos enseña en la escuela, porque su surgimiento resulta anterior a la propia literatura». 

«La poesía es un método de conocer el mundo tan importante como pueden ser la física, la química o la matemática. Incluso todas esas ciencias, todo el pensamiento humano nació dentro de la poesía. Por eso en el siglo XXI sigo haciendo poesía, porque me parece que es cada vez más necesario”.

—Ha comentado en otra ocasión que la poesía entra por los ojos, ¿a qué se debe esta afirmación?

—Esa es mi experiencia, he llegado a la conclusión de que todo lo que he escrito hasta el momento se basa en representaciones visuales. Resulta muy importante para mí esa capacidad enorme que tiene la imagen de reproducir la realidad. Ahora presto más atención a otros sentidos como el olfato, el gusto, la capacidad auditiva. La poesía está tanto dentro como fuera de uno mismo.

—En una entrevista con la periodista y escritora Marilin Bobes usted decía: “Descubro que me quedé cuando me fui”. ¿Qué representa Cuba en su obra?

—Realmente yo escribo desde Cuba. Puedo estar en Ohio, Shanghái o París, pero escribo desde aquí y no es un juego de preposiciones sino una perspectiva. Sigo mirando el mundo como la misma persona que he sido siempre: un niño campesino cubano que nació en La Habana por casualidad, pero que creció en el central FNTA, en un barriecito llamado Cayama. Sé que no soy otra cosa, para qué voy a inventarme una manera diferente de ser. 

«Lo que sí me ha sucedido es que cuando uno se mira desde afuera, se conoce mejor. Ver a la poesía cubana externamente me ha hecho entenderla mejor y eso pasa también con la cultura y con la vida de esta Isla que quiero mucho, por supuesto”.

 —En su labor como editor usted ha tenido la oportunidad de trabajar con figuras de la talla de Juan Gelman. ¿Cómo fue su relación con el poeta argentino?

—Gelman es mi padre en el sentido poético. Con él tuve una relación personal de principio a fin. Desde que era un jovencito poeta me prestó toda la atención. La última vez que lo vi fue el día antes de morir y nos tomamos un café, se encontraba muy desgastado, muy frágil. 

«Como poeta me enseñó que la poesía más revolucionaria que se puede escribir es aquella en la cual el lector, o el que escucha, se mantiene activo y no pasivo, tiene que cavilar. La poesía está hecha para que la gente piense por sí misma, no para decirle lo que tú crees como poeta». 

«Ese lector activo es uno de los grandes aportes de Gelman a la poesía, así como mantener el balance entre una escritura que sea tremendamente experimental y que no se detenga ante nada, que busque nuevas formas de decir y tenga un discurso revolucionario, cuestionador de la realidad».

«La poesía es importante sobre todas las cosas porque se opone a todos los cuentos que nos quieren meter. Toda ideología es una visión interesada de la realidad, pero la poesía nos hace ver la realidad con nuestros propios ojos. Desestabiliza todo pensamiento y nos da la posibilidad de repensar el mundo”.


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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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