Una de las piezas que conforman Serunomismo. Foto: Cortesía de Adrián Socorro Suárez.
Pintarse uno mismo —autorretratarse— es una forma de desnudar el cuerpo y el alma y, en el caso del artista plástico Adrián Socorro Suárez (Matanzas, 1979), esta afirmación va de lo metafórico a lo literal.
Su exposición Serunomismo recoge casi 50 autorretratos, obras de gran formato en las que Adrián Socorro Suárez se despoja de todas sus máscaras para convertirse en referente, ícono, protagonista de crónicas vividas o soñadas.
Socorro confiesa que comenzó a realizar esta serie durante el confinamiento. “Antes trabajaba mucho con la gente del teatro, estaba metido en esa dinámica bohemia de bares, y me gustaba reflejar la nocturnidad y lo que pasaba en los camerinos, pero la pandemia acabó con todo eso.
“Me fui quedando solo conmigo. Se me ocurrió la idea de pintarme como una suerte de personaje galante con una flor. Esa primera pieza me dio el pie para continuar, el enfoque con que abordé mi imagen me mostró que el autorretrato no tiene por qué ser una reproducción fiel. Así fueron surgiendo estos, uno tras otro, como narraciones de las experiencias que tuve durante la epidemia de covid-19”.
El artista procesa una vivencia colectiva desde un punto de vista individual, personalísimo. El verdadero correlato de la exposición no lo constituye la propia imagen sino el motivo que lo lleva a autorretratarse. Estando solo no queda más remedio que volcarse hacia adentro, indagar sobre la identidad, construir un discurso del yo que también representa un nosotros.
“Es la pintura mi punto de partida y destino de siempre —apunta el creador en las palabras que acompañan la muestra—. Ellos (yo) son el teatro que necesito para besar, tocar, reír y amar a los demás. Decir, hacer, gritar y tener todo tipo de contacto con el otro. Desprenderme de Facebook, Instagram, WhatsApp…”.
En el autorretrato hay una especie de desdoblamiento, de verse desde afuera, ser y no ser uno mismo. Se necesita mucha valentía para ubicarse en medio del escenario y, sin sonrojos, dejar que otros nos vean tal como nos percibimos. La de Socorro es una mirada desinhibida, con total libertad en lo formal y lo temático: las imágenes van desde el desnudo hasta el degollado.
“Tenía miedo a que resultase una exposición aburrida. Toda de autorretratos, que se llame Serunomismo y además exhibirla en mi provincia, la gente podría pensar que experimenté un ataque de vanidad. Pero si voy a dar la cara, la doy, si voy a decir ‘este soy yo’, pues me muestro desde todas las aristas.
“Ese mismo reto me llevó a tomármelo con calma. Si algo nos dio la pandemia fue tiempo. Pude hacer bastantes obras y luego seleccionar las que quería exponer”.
En estos lienzos, que son como pequeñas piezas teatrales, aflora una pincelada turbia, superlativa, expresionista, en la que se reconoce la influencia de Francisco de Goya, Fidelio Ponce de León, Antonia Eiriz o el escritor Edgar Allan Poe. Llama profundamente la atención este giro estilístico en alguien que hace pocos años realizaba paisajes diáfanos e hiperrealistas.
“Lo que detona los cambios en mi obra es el aburrimiento. Dedico ocho horas a pintar, a veces más, y esa disciplina, ese trabajo constante hace que llegue muy rápido la necesidad de transformarme. Todo el tiempo siento el deseo de verme de otra manera. No me interesa consolidar un estilo.
“Como artista prefiero trabajar siempre con la verdad, con mi verdad, a inventarme cosas que no he experimentado. Me gusta llevar a la pintura lo que viví, lo que pensé o lo que sentí”.
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