Las últimas vacas van a morir

Las últimas vacas van a morir, de Ulises Rodríguez Febles.

Resulta difícil definir la mezcla de sentimientos que nos queda luego de leer Las últimas vacas van a morir, de Ulises Rodríguez Febles. Pero, ¿Qué se esconde tras un título tan agorero que hoy se encuentra en los anaqueles de la Feria del Libro?

Esta novela, publicada por Ediciones Unión, es una visión del campo cubano desde adentro, sin ingenuidades ni pintoresquismo, tan comunes cuando se aborda el imaginario rural. 

Rodríguez Febles, más conocido por su escritura para teatro, nos hace padecer el drama del universo agrícola que se elevó con todo tipo de adelantos civilizatorios solo para sumergirse con más violencia aún en la imparable decadencia provocada por la crisis económica de los años 90.  

Lo urbano y lo rural no están enfocados en su antagonismo, sino en sus cruces y mutuas influencias. Así como va el campo, va la vida y el destino de la nación.  

El narrador y ensayista Francisco López Sacha, en sus palabras de presentación argumenta: “a través de una tierra depauperada e improductiva vamos a sentir en propiedad la ausencia de motivaciones en el mundo agrícola cubano”.

En esta, su segunda novela después de Minsk (Ediciones Unión, 2014), el creador profundiza en ese sentimiento de nostalgia por las esperanzas traicionadas, los múltiples desgarramientos que genera todo aquello que se va y no vuelve más. 

Una “vuelta a la tortilla” en el célebre conflicto de la civilización contra la barbarie: ¿Hasta qué punto tanto progreso ha redundado en el bien colectivo?

El Valle de Guamacaro —el campo cubano—  se torna verdadero protagonista, con su atmósfera, su decadencia, su desolación, sus fábulas vividas desde afuera y desde dentro. Contribuye a aumentar esa sensación caótica, la estructura narrativa conformada por un mosaico de historias paralelas. 

Los amantes de lo real maravilloso apreciarán este libro cargado de resonancias mágicas, de contradicciones, de imposibles, de un lirismo desgarrador, donde soplan a lo lejos los aires de Macondo y de Comala.  

Y en medio de todo, las vacas, un borrón en el paisaje campestre, se van volviendo cada vez más etéreas, levitan plácidamente ante la inexorabilidad de su propia desaparición como espejismos de una postrera esperanza. (Foto: Ramsés Ruiz Soto)

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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