“Deja la lloradera, compórtate como un hombre de verdad, los hombres no lloran…”, escuché mientras pasaba frente a una casa. Una madre le gritaba con rabia a su hijo de aproximadamente cinco años. Esas palabras se quedaron dando vueltas en mi cabeza y me surgió la duda: ¿hay alguna receta de cómo debe ser un hombre de verdad?
En la sociedad cubana aún se expresa su profunda herencia machista y patriarcal. Los hombres representan la fuerza, la virilidad, el poder económico, el sustento de la familia.
Desde temprana edad los niños son educados bajo la concepción de que no pueden llorar porque eso los hace débiles, no pueden mostrar sus sentimientos porque es cosa de niñas, tienen que gustarles todas las féminas porque mientras más «tenga atrás» mejor, no deben limpiar ni fregar porque eso es cosa de mujeres.
Todas estas frases se van acumulando en el subconsciente de los niños durante la etapa de aprendizaje, y después reproducen el comportamiento en el tiempo.
Al contrario de lo que muchos piensan, no solo afecta a las mujeres, que son sobre las que recae directamente la acción de poder, también incide de forma negativa sobre los hombres.
El Dr. Gary Barker realizó un estudio llamado “La caja de las masculinidades”, con el objetivo de saber qué significaba ser un hombre de verdad para los jóvenes de tres países: México, Gran Bretaña y Estados Unidos. El análisis arrojó que los hombres que viven atados a los siete pilares que sustentan dicha caja (autosuficiencia, ser fuerte, atractivo físico, roles masculinos rígidos, heterosexualidad, homofobia, agresión y control) tienen la probabilidad de vivir depresivos y con mayor índice de tendencia suicida.
A pesar de los avances alcanzados en materia de género, aún es muy amplio el camino que falta por recorrer. La vida cotidiana está permeada de manifestaciones machistas, por lo que el primer paso para dar solución a este problema es identificarlo.
También contribuiría a crear espacios de debate con el fin de hacer reflexionar cuán dañino es este tipo de comportamiento y propiciar desde la familia, como célula fundamental de la sociedad, un ambiente infantil donde exista la equidad de género, donde tanto los niños como las niñas puedan expresar lo que sienten, cómo lo sienten, donde ambos tengan responsabilidades en el hogar sin supeditarse a un género o al otro.
Las escuelas, como entidades socializadoras, deben ser el lugar donde se potencie la erradicación de las conductas que llevan a la violencia de género. En tanto, los medios de comunicación masiva constituyen un arma poderosa para conformar la opinión pública, a través de la emisión de productos comunicativos educativos en materia de género y campañas de bien público, como forma efectiva de incidir en los modos de actuar de las personas.
El hombre es un ser social en cuyo actuar la historia y la tradición influyen mucho. Ante esta herencia, la labor debe ser constante en la búsqueda de una sociedad equitativa en cuanto a género. Sabemos que este cambio será paulatino, pero creemos que no resulta imposible. (Por: Laura González Solés, estudiante de Periodismo)