Amanda no sabe por dónde empezar a contar su historia, aunque tal vez deba partir del hecho de que acaba de cumplir 13 años, que ya casi termina su séptimo grado y que le gustan mucho las matemáticas.
Es una joven muy aplicada: piensa continuar sus estudios en la Vocacional, y puede que en un futuro se decida por alguna carrera relacionada con las ciencias. Le gustan los doramas, odia la pizza con piña y de vez en cuando asiste al teatro con sus padres.
Sin embargo, Amanda carga con un montón de problemas e inseguridades. En la escuela se ríen de sus granitos en las mejillas, y la llaman cuatro-ojos por el simple hecho de llevar espejuelos. Se lleva tan solo con dos hembras de su año y, de los varones, muy pocos le dirigen la palabra. Todo esto la lleva a pensar que es fea, a pesar de los cientos de elogios que recibe a diario de parte de los árabes que le escriben por Messenger; aunque a veces concluye que todavía no está en la edad apropiada para andar pensando en relaciones amorosas, y razón no le falta.
Casi no tiene tiempo para sentarse a ver su serie favorita, porque sus supuestas amigas la obligan a hacerles las tareas, una por pura vagancia y la otra para poder ir a encontrarse con su novio. Sí, ese mismo que tiene más de 20 años y que conoció en el banquito del parque que queda frente a la escuela, en el que el susodicho se sentaba todas las tardes a meterse con las muchachitas.
Con tal de que cumpla con la encomienda de las tareas, ellas la amenazan con contarle a toda la secundaria que Amanda todavía no ha menstruado; y, a cambio de su sacrificio, le regalan todos los días un pan con queso del bueno y la dejan conversar un ratico con ellas, como si de un privilegio se tratara.
Por suerte, Amanda se apoya la mayor parte del tiempo en su compañero de mesa, Rodrigo, quien está pasando por varias situaciones similares a las de ella. Rodrigo es negro, y en el aula le dicen desde mono hasta bola’e churre. También lo acusan de “pajarito” por gustarle el kpop. Él le ha contado a Amanda que incluso su familia lo reprime por sus afinidades musicales. “¡Esos bailecitos no son cosa de hombres!”, le grita a cada rato su padre.
A Amanda le va muy mal últimamente con las clases. Saca pésimas notas, y para colmo dejaron de gustarle las matemáticas. Ya ni siquiera sabe si optar por la Vocacional, pues sus problemas quizás empeoren al llegar a una beca. Sus padres y profesores están muy preocupados: por mucho que lo intentan, no logran que la adolescente les cuente lo que le pasa. Sin embargo, en realidad, lo que sucede es que Amanda no sabe por dónde empezar a contar su historia.
—Por el principio —le dice su psicólogo, tomándola de las manos—. Empieza por el principio.
Según datos de la Unicef, uno de cada tres niños y adolescentes alrededor del mundo sufre de algún tipo de acoso escolar. Cifras sin lugar a dudas alarmantes, que llevaron a la Unesco a declarar el 2 de mayo como el Día Internacional Contra el Bullying y el Acoso Escolar. La fecha quedó instituida con el objetivo de concientizar a los padres, profesores y a la sociedad en general, acerca de los peligros de la violencia física y psicológica en el ambiente lectivo.
(Por: Humberto Fuentes)