Se encienden las luces. Entran los dos a la escena, ambos de verde. Port de bras, saludo. Plié, relevé, pirouette. Ella sonríe. Lo persigue. Sacude la pandereta. La música in crescendo. El tiempo, que parece no avanzar. Se desplaza, gira, se detiene, vuelve a girar. Lo alcanza. Port de bras, saludo. Se apagan las luces. Ovación.
Con tan solo diecisiete años, la joven varaderense Nadila Estrada Pérez, estudiante de tercer año del nivel medio en la Escuela Nacional de Ballet, se alzó en días recientes con los tres principales galardones del XVIII Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet: el Grand Prix, la Medalla de Oro y el Premio a la Mejor Pareja.
En este Día Internacional de la Danza, nos acercamos a la trayectoria de esta joven colmada de méritos que, aunque bien merecidos, nunca imaginó que los alcanzaría aquella niña que escogió la profesión de los tutús y las zapatillas de punta.
—¿Cómo surge tu pasión por el ballet?
—Yo comencé siendo bailarina española, a los siete años. El mundo del ballet lo conocí a través de la televisión. Vi a Alicia Alonso bailando Giselle y le dije a mi mamá: “A lo que yo quiero dedicarme es a esto”. Entonces empecé a prepararme para entrar a la Escuela Vocacional de Arte de Matanzas, y fue ahí donde inicié mis estudios de ballet, con nueve años.
—¿Qué papel ha jugado tu familia en ese proceso?
—Mi mamá quería que yo estudiara danza, mientras que a mi papá le gustaba más el ballet. Hubo una pequeña contradicción ahí (risas). Pero al final los dos me apoyaron en lo que decidí, y lo siguen haciendo, incluso cada día más. Mi familia ha tenido que hacer un montón de sacrificios para estar en La Habana alquilados conmigo. No quisieron que me becara porque la vida es muy difícil en la beca, con carencias de luz y comida. Y, sobre todo, por las grandes exigencias de la profesión.
—¿Cuán complicada es la vida de una bailarina?
—Es difícil, muy sacrificada. Hay cosas que no puedes hacer como una persona normal. Si quieres ser una gran bailarina debes estar enfocada, ver ballet todo el tiempo, comer saludable. No puedes ir a fiestas, porque tienes que madrugar para asistir el día siguiente a las clases. Tampoco puedes ingerir alcohol ni fumar. Tienes que tener mucho cuidado con el tema de la playa, porque eso afloja los músculos. Y sobre todo cuidarte de los accidentes, porque una lesión implica estar separada varios meses de los escenarios; incluso puede ser hasta la derrota de una bailarina.
—¿Imaginaste alguna vez que alcanzarías los principales premios en un evento tan importante como el Encuentro Internacional de Academias de Ballet?
—Fui a la competencia con cero expectativas. Nada más quería disfrutar del baile, pasarla bien. Y mira, gané. Ese es el resultado de la constancia y el sacrificio.
—De las piezas que has bailado hasta ahora, ¿cuál ha sido tu favorita?
—Precisamente Esmeralda, que fue la que defendí en la competencia. Este año la bailé en pas de deux y el año pasado en variación. Su protagonista es una gitana, muy pícara, muy sensual, que quiere enamorar a un poeta.
—¿Te identificas con esa gitana?
—En parte, sí. Las cubanas somos así (risas).
—¿Y tienes algún paso de baile que te guste ejecutar más que los demás?
—Sí. El balance. Antes eso era algo que no iba conmigo. Me era imposible realizarlo. Y ahora es lo que más predomina en mí. Las personas me aplauden mucho cuando lo hago.
—¿Cómo es?
—Se basa en el equilibrio. Te paras sobre una pierna, y te mantienes ahí durante un buen tiempo, sin moverte y sin que nadie te agarre.
—¿Cuáles son tus referentes?
—Tengo muchos. Cubanos: Anette Delgado, Grettel Morejón, Viengsay Valdés. Y de otros países tengo a Marianela Núñez, Svetlana Zajárova, Natalia Osipova. Son diferentes prototipos de bailarinas.
—¿Alguna historia que recuerdes con especial apego?
—Bueno, como bailarina he tenido numerosas anécdotas, pero esta en particular es una de las que más risa me da. Estábamos en la escuela y nos dieron la noticia de que teníamos que ir a hacer una sesión de fotos en homenaje a las cuatro joyas del ballet cubano. Entonces preparamos una pequeña coreografía, con tal de que nos fotografiaran mientras la ejecutábamos. Llegó el día de la sesión y, para sorpresa de nosotras, allí se encontraba Aurora Bosch, una de las cuatro joyas. En el momento de realizar las fotos, a mis tres compañeras se les olvidó la coreografía y comenzaron a improvisar. Eso a mí me dio mucha risa, y Aurora me ve, pero piensa que estoy tosiendo y me dice: “Mima, si quieres toser, tose”. Y la cosa no acaba ahí, porque cuando terminamos Aurora pregunta: “¿Quién era la muchacha que estaba tosiendo? Llévenla para el policlínico, por favor”. Esa es la anécdota que más recuerdo, porque Aurora Bosch es una personalidad que tuve la oportunidad de conocer bajo esas circunstancias.
—¿Tienes algún proyecto en el futuro cercano?
—Próximamente participaré en un evento de ballet contra el racismo que se celebrará en Canadá, al que asistirán representantes de varias escuelas de todo el mundo. Allí exhibiremos algunas coreografías y recibiremos clases en el instituto de Toronto, pero sobre todo demostraremos la calidad de la enseñanza del ballet en nuestro país.
—¿Qué hace Nadila en su tiempo libre?
—En mi tiempo libre veo muchas series. Duermo mucho. Me gusta también ver ballet cuando no lo estoy practicando, porque así se aprende. Los movimientos te salen más fluidos.
—¿Cómo te ves de aquí a 10, 20 años?
–Me veo bailando aún, siendo una primera bailarina, en donde quiera que esté. Sí, porque uno sueña en grande. También con una familia, siendo feliz.
—¡Muy importante esa parte!
–Sí. Nadila es una persona muy feliz. Muy complicada también. Me enojo mucho conmigo misma, porque me gusta que todo me salga perfecto. Pero me siento bien. Disfruto mucho cuando estoy en el escenario, es una sensación magnífica. Yo no podría ser otra cosa que bailarina.
( Por: Humberto Fuentes/Fotos: Cortesía de la entrevistada)