El hijo combatiente de Aniceta

Aniceta Héctor Cabrera no necesita de una fecha especial para recordar a su hijo Joaquín. Desde que abre los ojos cada mañana es el primer pensamiento que le viene a la mente. Incluso a veces le visita en sueños. Pero existe un día especial para la madre en que acude hasta donde descansan los restos del hijo. Un trayecto que ha recorrido los últimos 33 años.

Cada siete de diciembre se levanta con las fuerzas renovadas, esas que a veces menguan un poco tras 82 años de existencia. Luego avanza lentamente auxiliándose de un bastón, mientras su hija menor la sostiene del otro brazo. Llegar hasta el cementerio le reconforta un tanto. Incluso le llena de orgullo ver tanto marcialidad y compromiso en una fecha tan señalada como la caída del Titán de Bronce, que coincide con el homenaje que le realizan a su hijo como mártir de las luchas internacionalistas.

Una vez que culmina el acto, quizás pose sus ojos en el rostro de uno de los tantos jóvenes que asisten a la ceremonia. Alguno guardará algún cierto parecido con su hijo, o bien pudo ser su nieto. 

 “Tendría hoy 61 años de edad”, comenta, mientras evoca las cualidades que le ganaron el respeto de subordinados y superiores en las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Se refiere al Primer Teniente, de las Tropas de Boina Roja que cayera en Angola con apenas 26 años.

“Juanquincito era muy responsable, orgulloso de su militancia revolucionaria. Cuando le comunicaron sobre la misión que cumpliría no titubeó ni un momento”.

Para una madre la partida definitiva de un hijo siempre representará ese dolor hondo que no se puede describir con palabras. Al culminar el acto se acerca a la losa fría donde descansan los restos del combatiente. Pasa su mano octogenaria por la foto del joven. 

Seguramente rememorará los tantos momentos vividos hasta que se hizo hombre y militar.

Por suerte el dolor de la ausencia se aminora un poco en diciembre, se hace más llevadero, porque se comparte entre miles de matanceros que conmemoran la Operación Tributo, como se conoce el traslado de los restos mortales de los cubanos caídos en misiones internacionalistas en países de África.

Seguramente más de un matancero recuerda aquel jueves 7 de diciembre de 1989, cuando más de 70 mil yumurinos se concentraron frente a la Sala White para rendir homenaje a los combatientes del municipio a quienes se le ofrendaba guardia de honor. El tributo se extendería a toda la provincia.

Pasado el mediodía -se puede leer en el periódico Girón de la época- el cortejo fúnebre se dirigió hasta el Cementerio San Carlos de esta ciudad y una leve llovizna acariciaba a la marcha militar. Aniceta seguramente recuerda ese día.

Más de tres décadas han pasado y junto a la madre asisten miles de matanceros de varias generaciones para tributar un homenaje a aquellos héroes que nunca serán olvidados, porque el pueblo siempre sabrá dignificar a sus hijos combatientes. 

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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