Después que le lanzaron la cuarta bola mala al bateador pude leerle sus labios cuando le dijo al receptor:»me voy a robar la segunda»; y se fue corriendo para el primer cojín como un niño que acaba de entrar a un parque de diversiones.
Sus Cocodrilos perdían 1-0 a la altura del octavo inning y ese era el tercer pasaporte gratis que le obsequiaban esa tarde los lanzadores rivales, dos de ellos de forma intencional.
Esa misma mañana había viajado más de 1 300 kilómetros para jugar ese partido, un hecho insólito en la historia de las series nacionales.
Así es Yadir Drake, el jardinero de los Leones de Yucatán, quién unas horas antes había tomado un avión aprovechando un pequeño impás en la Liga Mexicana, para ayudar al equipo de la provincia donde nació y se formó como pelotero antes de tomar la decisión de emigrar a otras tierras.
Allí se encontraba ahora anclado en la inicial, cuando sus saurios estaban a solo seis outs de caer derrotados por segunda ocasión en el playoff final de la pelota cubana.
No habían podido anotar carreras frente al veterano zurdo Leandro Martínez, y ahora Carlos Martí, el director de sus rivales, había encaramado en el monticulo a su caballo matador: Carlos Santana.
«Te voy a robar la base», le gritó ahora al serpentinero que lo miró sin mover un músculo de su rostro.
Desde que comenzó el partido Drake había estado dirigiendo la orquesta de los Cocodrilos desde cualquier ángulo del terreno donde se encontraba. Gritaba, bromeaba con el contrario, aconsejaba a todos; y hasta lo ví varias veces lanzar arcilla a los pies del corredor que estaba en primera base, posición que defendía en este partido.
Para este atleta que una vez le hizo la promesa a su familia que volvería a vestirse con el uniforme de Matanzas, esto es una de esas fiestas donde no hay mañanas y se estruja el cuerpo hasta las últimas consecuencias, para sacarle todo el jugo de la diversión, en aras del triunfo.
Cuando comenzó a adelantar en la inicial, sabía que era la última oportunidad que tendría en el desafío -y quizás en la temporada- de aportar a su tropa.
Tomó mucho espacio. Ya había lanzado al aire la amenaza de alcanzar el segundo saco a golpe de piernas, y esa idea martillaba la psiquis del lanzador rival.
Mientras, en el rectángulo de bateo, empuñaba Yariel Duque como emergente, aprovechando su condición de zurdo ante el diestro Alazán.
En los graderios los fieles enardecidos movían las caderas a ritmo de congas haciendo estremecer los cimientos del viejo estadio Mártires de Barbados de Bayamo.
Varias veces se viró Santana para tratar de sorprender a ese «loco» que cada vez avanzaba unos centímetros más, sin saber que jamás cumpliría la promesa y que su objetivo real era sacarlo de concentración.
En cada viraje aumentaba la inquietud de la fanaticada y la onda expansiva de las exclamaciones se extendía hasta la Plaza de la Patria, a varios metros del estadio, sobre todo las dos veces que estuvo a punto de sorprenderlo, obligándolo a regresar de manos.
El fin de la historia es conocido por todos. El taponero por excelencia de los caballos orientales lanzó para el plato en medio de su ansiedad, y el bateador conectó un cañonazo de dos bases a lo profundo de las praderas que trajo a Drake a casa para empatar el desafío.
Minutos después, el enmascarado Roberto Loredo saludó con un cohete al medio al rescatista Joel Mogena, para remolcar la ventaja definitiva.
«La Pantera», como lo llaman por aquellas lejanas tierras donde se desempeña como profesional, había cumplido su objetivo, y ya podía tomar su avión para recorrer otra vez los más de 1 300 kilómetros de vuelta, mientas ese corazón gigante que lleva en el pecho le palpitaba más que nunca.
No siempre se gana dando batazos, también puede ser tomando una base por bolas y sacando de concentración al pitcher. Él estaba más preocupado por mí que en hacer su trabajo con el bateador, y siento que fue algo que pude aportar al equipo, dijo minutos después en la conferencia de prensa.
(Por: Boris Luis Cabrera Acosta)