Álbum de familia

Guardados en gavetas recias de maderas hinchadas por el transcurrir de los años – porque la nostalgia es peligrosa cuando anda suelta – o arriba del escaparate o debajo del colchón junto a la propiedad de la casa y la certificación de notas del noveno grado andan los álbumes de familia.
Casi siempre están bien conservados. Solo se sacan de sus escondites, una o dos veces en el año, en esas tardes muertas en que te sientas en el sillón con una taza de café en la mano y de pronto te das cuenta que estás tú y tu pasado nada más, y necesitas recordar de dónde vienes, porque ahí, mientras te balanceas en el asiento, piensas que aunque te muevas no vas a ninguna parte.
También lo buscas cuando el niño trae una novia nueva y quieres mostrarle tu estirpe y los buenos viejos tiempos que siempre serán mejores que los nuevos muertos tiempos. Tal vez lo hojees cuando te cansaste de las mismas fotos en los cuadros de la pared – observar a alguien sonreír durante cinco años debe ser triste y agotador – y buscas con qué reemplazarlas y entonces la boda de los abuelos la sustituyes por el bautizo del hijo hasta que te canses de la mano del cura en el aire mientras arroja el agua bendita.
Paseamos la vista en ellos y es regresar al pasado, quizás no sea tu pasado, porque en ese momento aún usabas esos pañales que se amarraban con un alfiler o quizás no habías nacido, pero tienes la reminiscencia de la sangre. La sangre te conecta con la imagen.
Ahí está el abuelo en su traje de dril que posa rígido, bien serio, bien macho, delante del Chevrolet y a su lado está la abuela, con un vestido de flores con hombreras, que sostiene de la mano a un niño pequeño con flequillo que tres décadas después será tu padre.
Hallas las fotos de quince de tu madre, hay una mesita y encima de ella un jarrón y la adolescente desgarbada de cabello negrísimo – la misma que en un futuro te pedirá que le busques tinte en los grupos de compra y venta porque ella no se entiende bien con ese aparato – parece que te ofrece el jarrón, que quiere vendértelo.
Debajo hay otra instantánea de los quince. Es un fotomontaje primitivo. No pudiste parar de reír cuando lo viste y aún no puedes. Hay un girasol inmenso y en el centro el rostro sonriente, medio ingenuo de tu madre y los pétalos le sobresalen por los bordes. Tú madre te mira, se encoge de hombros y te responde, “en aquella época se usaba”.
En un tono sepia, como instantes de polaroid, tus padres están en medio de una fiesta de los ochenta. Los bigotes de brocha y la cerveza Hatuey en la mano te dicen todo lo que debes saber. Él le pasa el brazo por encima a ella, ella lo mira a los ojos a él. Parecen felices. En el reverso de la foto hay una dedicatoria escrita con una letra borrosa: “Nunca olvidaré esta noche”.
A ella, porque casi todo el mundo organiza los álbumes de forma cronológica, le sigue el año del niño. El bebé encima de la cama, con un trajecito o una batica, y a su alrededor los regalos: peluches, zapatos, palanganas. La madre sostiene al infante frente al espejo y él – que puedes ser tú – saluda al reflejo. En la otra medio sumergido en una tina, con tres pelusas en la cabeza, y las partes íntimas al descubierto, el niño parece que quiere llorar.
En una mesa hay un cake, unos platos con croquetas, unos pomos de refresco. Detrás posa toda la familia. Los primos mayores cargan a los menores. Muchos de ellos, tanto los mayores como los menores, no están ya y entonces ahora en tus cumpleaños solo te espera un “Felicidades, primo” en el Messenger.
También ahí están los abuelos, los de parte de madre y padre. Ellos ya no están contigo. De ellos no recibirás una notificación de Messenger. De ellos te quedan historias y esa imagen donde toda la familia sonríe frente a un cake con un Bambi a relieve.
Tanto cuando alguien muere como cuando alguien se va, también se rescatan los álbumes de foto: pones en un cuadro el retrato de la abuela al lado de la pequeña efigie de la Virgen de la Caridad para que desde donde esté te traiga suerte y fuerza y luz; debajo del cristal de la cómoda va la del hermano del que ahora te separa unas millas y un estrecho, y te dices que en tal circunstancia esa palabra, estrecho, parece sarcasmo de lo lejano que lo sientes a él.
Ahora cuando la historia del mundo, del mundo y de tu mundo, te cabe en el bolsillo, solo debes agarrar el celular y entrar en la galería o conectarte y abrir Facebook. Los álbumes de fotos familiares toman el aire de lo anticuado, pero lo anticuado no solo significa pasado de moda, sino que también es una de las principales cualidades de lo sagrado.

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