Camila es una niña tierna, preciosa, de ojos llamativos y sonrisa desbordante, aunque ya casi nunca sonríe. Si lanza carcajadas, si habla alto, si retoza, si se mueve… cuando su padre ingiere alcohol todo su actuar molesta en casa y la violencia toca a su puerta.
Los golpes comienzan en su madre, a la que el sufrimiento tiene delgada como lápiz, y terminan resonando en el diminuto cuerpo de la pequeña. El resultado: visibles moretones que, quizá mañana, pudieran ser fatales.
La violencia contra mujeres y niñas sigue siendo una pandemia global y persistente, con estadísticas que, lejos de indicar disminución, revelan la prevalencia del flagelo en niveles inaceptablemente altos.
Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada tres mujeres experimenta violencia física o sexual a lo largo de su vida, estadísticas que se han mantenido sin cambios en la última década, lo que se traduce en que alrededor de 736 millones de féminas resultan víctimas de violencia de manos de su pareja.
Cifras oficiales que constituyen subregistros ya que el miedo, la estigmatización, la impunidad y hasta la desconfianza en los sistemas judiciales impiden que disímiles casos sean denunciados.
Violencia que traspasan hasta el plano digital. Un estudio de ONU Mujeres, de 2023, alertaba que el 58 % de las mujeres jóvenes en varios países han experimentado ciberviolencia, incluido el acoso, el doxing (divulgación de información personal), la sextorsión y el discurso de odio misógino.
Aunque en Cuba se han dado pasos significativos en los últimos años para visibilizar y combatir la violencia de género, y prueba de ello son el Código de las Familias y el Programa Nacional para el Adelanto de la Mujer, todavía quedan múltiples desafíos que enfrentar en ese ámbito.
Si bien existe un actuar cada vez más armónico y mancomunado entre organizaciones y entidades claves como la Federación de Mujeres Cubanas, la fiscalía, la Policía Nacional Revolucionaria, junto a psicólogos y psiquiatras de las diferentes áreas de Salud, todavía la violencia de género continúa siendo un problema social grave.
Estudios aseguran que cerca de un 40 % de las mujeres cubanas de 15 a 74 años la ha sufrido en algún momento de su vida, la psicológica es la más prevalente, seguida de la física, la económica y la sexual.
Conflictos y desastres climáticos; el impacto socioeconómico pospandemia y la crisis siguiente generada; el estrés en los hogares que nos diluyen en situaciones tan cotidianas como el arroz sin entrar a la bodega, el plato fuerte que tan caro costó descompuesto por el alargadísimo apagón o el exceso de trabajo que altera los ánimos —ya que muchos para poder mantener la casa requieren de varias fuentes de ingreso—; todo eso ha traído consigo un crecimiento vertiginoso del fenómeno.
Violento puede ser desde un albañil hasta un médico, porque esas conductas no son exclusivas de determinadas profesiones, ni están suscritas a ciertos grupos etarios, etnias o religiones. No se trata de niveles educativos ni de buenas o malas familias.
Hay endemoniados tratos que traspasan lo aprendido en la casa y las academias; palabras que incluso dañan más que un puño, porque laceran la autoestima y el amor propio; manos que lejos de ayudar a levantar, empujan y hunden.
La violencia contra niñas y mujeres es un fenómeno más común de lo que se cree, y que justamente por su naturaleza y expansión dentro de la sociedad requiere del concurso de todos los esfuerzos, de que se visualicen aún más sus daños, de que se entienda que su existencia mata. Es hora de que el mundo cierre filas y diga de una vez por todas y sin contemplaciones: ¡no a la violencia!
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