Gente de Periódico: Unas líneas para Vázquez

Gente de Periódico: Unas líneas para Roberto Vázquez Pérez
Homenaje de sus colegas del medio donde trabajó durante décadas.

Unas líneas para Roberto Vázquez Pérez (1938-2020), el faro durante muchos años de la página cultural de Girón, eran necesarias a un mes de emprendida esta serie de homenajes a los de su oficio dentro de este periódico. Y no se debe únicamente a que ya no esté entre nosotros.

Tampoco escribo de él, lo cual hago con enorme gusto, solamente por su importancia histórica dentro del sector. Más allá de eso, estas líneas son un intento imposible de saldar la enorme deuda que guardo hacia un hombre tan grande. Tanto así, que consiguió, cuando yo solo era un bachiller indeciso, convencerme del que acabó siendo mi destino.

Han sido muchos los colegas de Girón a los que Vázquez tendió su mano en un momento u otro, los que solo tienen cosas buenas que decir de él, los que lo llevan presente como si ayer mismo hubieran estado charlando, y no por ser uno más de ellos me considero el más privilegiado. Ni mucho menos. Pero sí es privilegiado, por ley, quien haya aprendido de Vázquez.

Gente de Periódico: Unas líneas para Roberto Vázquez Pérez

Me lo presentó en 2015 una amiga de una amiga de mi mamá, en una de esas cruzadas locas que se forman cuando el 12 grado se aproxima y «el niño» no tiene claro qué carreras escoger… ¡para ver cuál de ellas elige! ¿Qué me gustaba? Las letras. ¿Qué opción en Matanzas me vendría mejor? Licenciatura en Periodismo. ¿A qué medio acercarme para saber de qué iba aquello? Pues, por su esencia escritural, claramente a la Redacción del semanario provincial.

Y una vez dentro de su sede, mientras me conducían por los departamentos y yo con una pena indescriptible, ¿qué trabajador presente en el lugar resultó el más recomendado para sentarse conmigo a dialogar tranquilamente sobre el rumbo que podría tomar mi vida? En efecto: el señor responsable de Cultura. Desde aquella mañana de verano le debo gran parte de lo que soy.

Al escucharlo me daba cuenta de que Roberto no era lo que solemos definir como «un viejo», en el sentido arcaico y distanciador de la palabra. Aquel «viejo» era por dentro más lozano que yo y que muchos de los que estudiaban conmigo en aquel entonces. Transmitía un desenfado y una buena vibra que acompañaban muy bien su madurez y sabiduría.

Por ningún lado yo veía el ego de periodista ni otros prejuicios clásicos tornarse realidad: era un ser humano con la humildad por delante y la grandeza a un prudente paso de distancia. Esa cualidad, desde aquella temprana conversación en un par de sillones, supe que me convendría emularla, aunque no me acabase convirtiendo en uno más de aquel gremio. Fue mi primera lección, antes de los consejos para las Pruebas de Aptitud, los referentes a leer y un par de trucos profesionales.

Quizá no supe ver la preclaridad del astuto Vázquez cuando me confió un par de «tareas», a medio verano, en la nada de mi adiestramiento. Lo que el sabio veterano estaba evaluando era mi nivel de seriedad y compromiso: «Esas dos cosas son, aparte de saber escribir, por supuesto, requisitos esenciales de un buen periodista», me dijo más tarde; así que le entregué a mi mentor los dos o tres textos a mano que me pidió, con plazo de entrega y todo, y hasta hice una pequeña cobertura sudando frío, cuyo resumen le dicté por teléfono.

Lo mejor de anécdotas como la mía es eso, el plural de la palabra. Que no fui el único, sino un ejemplo entre muchos. Que a gente de todas las edades, de todas las generaciones de graduados, Vázquez orientó hasta en los peores tiempos. Lo cual habla bastante de su persona, como equivalente a esa clase de árbol a cuya sombra conviene arrimarse, por lo frondoso de sus conocimientos, por la firmeza de sus raíces.

Bachillerato aparte, me arrepiento de no haberme exigido más tiempo real a su cobija durante todo el 12, aceptando encargos de práctica y vinculándome a las rutinas productivas de un periódico desde dentro. Cada vivencia narrada por ese profesor de Español cambiado de ocupación, cada ejemplo representado en él mismo antes que en nadie, cada pista de por dónde iban los tiros para escribir mejor y hacer un periodismo útil, provechoso y digno, eran para mi tenso organismo algo así como píldoras de esperanza.


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Como también lamento, siendo ya estudiante, no haber aceptado la responsabilidad de la página cultural en mi primera semana de prácticas profesionales «oficiales». Él necesitaba ese respaldo para viajar brevemente al exterior sin mayores preocupaciones con lo que dejaba atrás, y para eso confió en mí, pero no me sentí a la altura. Así era Vázquez, en todo caso: un tipo claro, limpio, de una nobleza envidiable y de escasa territorialidad para lo suyo, capaz de fiarse de un estudiante si su corazonada se lo decía.

A lo largo de la carrera volvimos a vernos en algunas ocasiones. Pocas, y muy rápido casi siempre, pero sin faltar el abrazo y el destello de cofradía, así fuese de pasada en la esquina de la editora. Cuando en enero de 2022 me gradué —¿quién nos lo diría, profe Vázquez?—, a los pocos meses entré a trabajar al periódico con un cargo de enjundia, nada menos que jefe de Información, y si aparte de mi familia había una persona a la que deseaba darle esa alegría… era a él.

De ahí mi tristeza redoblada, el cubo de agua fría que me echaron encima, cuando recién incorporado supe de su fallecimiento dos años atrás. El confinamiento existente por aquel entonces me había mantenido alejado de los medios provinciales, aún no usaba redes sociales tan seguido como ahora… y esa noticia se me escapó en su día, en su gris día.

Desde entonces, no han faltado los tributos ni las remembranzas de quienes coincidieron con él, de colaboradores a los que amparó, de colegas que lo tuvieron por espejo de integridad donde mirarse, de fuentes que se sintieron siempre abordadas con respeto y capacidad por un sólido artífice de la prensa plana en nuestra provincia.

A estas alturas del tiempo, cuando ya hará dentro de poco cuatro años de mi graduación, cuando ya he conocido de Girón cada palmo y cada habitante, cuando he sido yo el que ha mandado chiquillos a escribir para evaluarlos y algo he tratado de enseñarles, sigo extrañando esa sonrisa suya que me faltó. Tal vez de orgullo, tal vez de alegría, tal vez de incredulidad ante el destino de un joven que casi pudo volverse su jefe. Ahí sí nos íbamos a reír.

Y se lo juro, Vázquez: a veces, cuando nada más siento que algo no lo estoy haciendo bien, me da por acordarme de usted y preguntarme qué haría en mi lugar, qué me diría. Porque cuanto usted me dijo, todo, 10 años después sigue siendo sagrado. Como usted no hay otro, profe. Ni lo habrá.


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