Un viejo refrán popular dice en sus líneas: «Gota a gota la paciencia se agota», y el robo del que fueron objeto los peloteros del elenco de Matanzas en horas de la madrugada del miércoles 26 de noviembre es la gota que rebosa el vaso de la 64 Serie Nacional de Béisbol.
En lo que va de campeonato nacional, la contienda ha recibido más interés mediático por los sucesos extradeportivos que por la calidad del propio torneo.
El principal espectáculo deportivo del país ha tenido diversidad de situaciones polémicas: desde un director de un equipo agrediendo a un directivo de la federación nacional, pasando por un equipo que utiliza jugadores impropios y, para colmo de males, ahora se le añade el saqueo de las pertenencias e implementos deportivos de una de sus novenas.
El suceso que atañe a los Cocodrilos pudiera recibir varios calificativos: lamentable, deplorable, detestable y, a la vez, repudiable. Incluso, podría quedarme corto en un hecho de tal magnitud.
Los jugadores de cuadro Aníbal Medina, Eduardo Parreira, Juan Elián Manrique, junto al receptor Yoandry Jiménez, fueron los más afectados por la sustracción de implementos deportivos y de su vestimenta.
No obstante, no es alarmante solo el robo de accesorios necesarios para la práctica del deporte —como bates, guantillas, guantes, bateras y spikes (cuyo valor económico es sumamente elevado)—, sino la pérdida de la confianza, la profanación del espacio más íntimo de un pelotero y el daño a un recinto deportivo.
La tropa del mentor Armando Ferrer, además de lidiar con la ausencia de peloteros fundamentales dentro del elenco y de pasar por las mismas vicisitudes que afectan al resto de la población, ahora también debe enfrentarse al reto de jugar béisbol tras un robo de sus propiedades.
Es conocida la imperiosa necesidad de cumplir con el calendario pactado para el desarrollo y conclusión de la competición, por todo lo que implica en materia logística y organizativa un retraso. Pero, ¿es una sana decisión que los jugadores de los Cocodrilos jueguen un doble desafío a menos de 24 horas de un suceso tan impactante? ¿Están los peloteros en condiciones psicológicas de continuar la subserie?
Otro elemento a considerar es la reacción comunicativa. En tiempos de redes sociales, no se entiende que un hecho tan alevoso contra un equipo deportivo sea difundido primero por páginas no oficiales que por los propios periodistas y medios de comunicación de la provincia, en estrecha interacción con el ente rector del movimiento deportivo en el territorio.
El robo no solo daña a los atletas, sino que pone en tela de juicio el prestigio de una competición que a lo largo de seis décadas ha destacado por la calidad de sus peloteros, su nivel organizativo y la alta convocatoria popular.
Acontecimientos como este no están exentos de suceder en otros escenarios. Lo alarmante yace en que fue perpetrado en una de las instalaciones deportivas más representativas de la provincia. El estadio Victoria de Girón está enclavado en una zona aislada de la ciudad, lo que convierte a la instalación en un lugar propicio para que elementos inescrupulosos realicen actos vandálicos.
La situación, compleja en toda su dimensión, invita a reforzar las medidas de seguridad, actuar con celeridad para brindar información y a pensar en el componente psicológico que afecta a los atletas.
La culpa no es ni de la Dirección Provincial de Deportes, ni atañe a problemas de organización de la Serie Nacional. No es responsabilidad de la Federación Cubana de Béisbol y, mucho menos, del equipo de Matanzas y su cuerpo de dirección. Pese a ello, hay que corregir el rumbo para que nuestra pelota no sea la gota que colme un vaso en un contexto sumamente complejo. (Por George Carlos Roger Suárez)
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