El 7 de noviembre España y el mundo parecieron paralizarse ante el lanzamiento de Lux, el más reciente álbum de Rosalía.
En YouTube, sencillos como La Perla y Reliquia sobrepasan los 3 millones de reproducciones, a menos de una semana de su lanzamiento, y en Spotify, se ubica como el más escuchado dentro de la música hispana. Berghain, el primer single que la catalana lanzase como preludio de su último trabajo discográfico, no tardó en viralizarse y convertirse en un trend de Instagram y TikTok.
Han sorprendido especialmente el empleo de más de diez idiomas en las letras de muchos de las canciones del disco, el acercamiento a la música clásica —desde la colaboración con la Orquesta Sinfónica de Londres hasta la composición misma de todo el trabajo—, el bricolaje lingüístico o las capacidades vocales que la española muestra como soprano.

En Lux, sin embargo, Rosalía se ha alejado de la reivindicación femenina de la sexualidad que defendió alguna vez en Motomami (2022), para enfundarse en un impoluto hábito de novicia y articular un discurso sobre amor, desazón y ruptura a través del terreno de lo espiritual y lo religioso. En ello, algunos críticos han visto otra muestra de su capacidad transgresora.
Valerse de la religiosidad, en cambio, pareciera ser más la evidencia de su incapacidad para generar un discurso verdaderamente revolucionario y disruptivo con el presente contexto.
Cuando acude a la religión, a lo eclesiástico y a distintas figuras femeninas deificadas en diferentes culturas, romantiza algo tan conservador como este conjunto de ideas que han servido históricamente de atadura a los pueblos, y de celda a la mujer.
Traer este mensaje de sanación y redescubrimiento personal a través de Dios, en un contexto en el que la incertidumbre no para de crecer frente a la decadencia de las ideas políticas tradicionales, resulta no solo perjudicial, sino conceptualmente poco original.
Ello me lleva pensar que, al margen del vanguardismo que sus seguidores insisten en que la estrella posee, Rosalía no es más que otra figura del mundo de los reflectores y grandes escenarios que se deja llevar por la corriente del momento, vertebrando un mensaje siempre acorde a los tiempos que corren.
La autora de éxitos como Saoko o Co altura bien pudo reivindicar una pose feminista que podía pasar por radical en el pasado, en tanto el feminismo aún poseía algo de fuerza. Hoy, mientras lo conservador gana terreno y el péndulo político se inclina estrepitosamente hacia la derecha, se arropa en el minimalismo, en el comedimiento estético y lo tradicional que la marea derechista viene trayendo de vuelta.
Esto, claro, no sorprende en una mujer que en su momento, cuando se le demandó, nunca mencionó la palabra genocidio, por más que ahora, como Lu Barcenilla Román ha comentado en El Salto, cante en trece idiomas. (Edición web: Miguel Márquez Díaz)
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