
Convertir lo cotidiano en belleza es un don, y Ony Guerra Martínez lo ejerce con pasión. Desde su natal Unión de Reyes, en Matanzas, esta artista sabe transformar los materiales más humildes en símbolos de vida y resistencia. Su obra “Flora Cubana”, premiada en el VIII Salón Provincial de Artesanía, es testimonio de una trayectoria que une oficio, sensibilidad y compromiso cultural.
LA CHISPA QUE ENCENDIÓ LA VOCACIÓN
Desde niña, Ony mostró inclinación por el arte. “Siempre me gustó dibujar”, recuerda. “Mi familia decía que tenía ese bichito creativo”. Su primer instructor fue Jorge Luis Ochoa, quien marcó sus comienzos y aún continúa formando nuevas generaciones.
A los ocho años participó en el primer evento escolar, y más tarde cursó la Licenciatura en Artes Plásticas, donde descubrió las técnicas mixtas y el poder expresivo de los materiales. Pero su gran salto ocurrió al ingresar en la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA), donde —dice— “nació un compromiso verdadero con el arte y con la responsabilidad de superarse cada día”.
A los 22 años, Ony ya había egresado de la universidad, pero sentía que le faltaba experiencia.
La joven comenzó a presentarse en salones y concursos provinciales, donde obtuvo sus primeros premios a inicios de los 2000.
“Tuve la suerte de contar con el apoyo de grandes artesanos como Israel, artista consagrado de la ACAA”, comenta. “Ellos me guiaron, me ayudaron a encontrar mi voz artística.”
“No tengo una técnica fija —confiesa—, mezclo lo aprendido en las artes plásticas con lo artesanal.” Los apagones, la falta de recursos y la humedad resultan sus mayores desafíos. “Trabajo de madrugada, cuando hay silencio; la inspiración no entiende de horarios ni de cortes eléctricos.”
ENTRE EL ARTE Y LA ARTESANÍA
Ony se define como “un híbrido entre artista plástica y artesana”. No busca la utilidad pura del objeto, sino su valor decorativo y simbólico. “Me interesa la textura, el color, el equilibrio. Quiero que mis piezas transmitan emoción y belleza a la vez.”

Para esta mujer sencilla, recibir el Gran Premio en el VIII Salón Provincial de Artesanía por “Flora Cubana” fue un punto de inflexión. “Estar allí ya era un logro. Ganar, entre tantos maestros, fue una mezcla de nervios y orgullo. Me sentí reconocida por los mismos que un día fueron mis guías.”
Esta obra nació en tiempos difíciles. «Flora Cubana»representa la vida que brota incluso en medio de la escasez”, explica. El zapato viejo simboliza los problemas y la carencia, mientras que las plantas y el perro encarnan la resistencia, la naturaleza y la fe. “Quise decir que siempre hay algo que florece, aunque todo parezca perdido.”
La ACAA: ESCUELA Y FAMILIA
“La ACAA ha sido la mitad de mi vida”, asegura con emoción. Para ella, más que una institución, representa una segunda escuela, un espacio donde complementó su formación académica con vivencias profundamente humanas. “Allí aprendí lo práctico, lo cotidiano, lo que no se enseña en las aulas. Gracias a la Asociación obtuve mi registro de creadora y una base sólida para crecer”, afirma con orgullo.
Recuerda con especial cariño su etapa de formación pedagógica, una época hermosa en la que descubrió su vocación artística y docente. Agradece a los excelentes maestros que la guiaron —Pedro, Gisela, Raquel, su tutora Solangel, entre muchos otros— por su entrega y dedicación. Tuvo la suerte de formarse en un tiempo en que la carrera de artes plásticas se valoraba con rigor y profesionalismo. En aquel entonces, la escuela ofrecía múltiples ventajas y un ambiente de aprendizaje inspirador, donde cada clase era una experiencia significativa.
Esta gran institución cultural, se convirtió luego en su segunda escuela, un espacio donde la enseñanza adquiere un carácter más maduro. “Allí nadie te exige aprobar una asignatura; vas porque quieres aprender. Te brindan herramientas y oportunidades, y depende de ti aprovecharlas”, comenta. Comenzó muy joven, justo al terminar la universidad, y desde entonces, asegura, que la ACAA le aporta muchísimo. Han pasado cerca de veinte años desde su ingreso, y todavía siente que sigue creciendo entre sus colegas.

Desde sus primeros pasos, la experiencia fue intensa: participó en numerosos salones y exposiciones cuando apenas era una aficionada, llena de entusiasmo y deseos de ser reconocida. Sin embargo, reconoce que la juventud, aunque apasionada, carece de experiencia, y que el reconocimiento llegó con el tiempo y la constancia. Empezó trabajando con papel maché, técnica con la que obtuvo sus primeros logros y que le permitió desarrollar su propio estilo y madurez artística.
Hoy, cuando mira hacia atrás, comprende que la ACAA resulta más que un espacio de formación. Es, en esencia, una familia cultural: un lugar donde cada creador encuentra apoyo, inspiración y sentido de pertenencia. “Así la sentimos todos —dice—, como una gran familia que comparte, aprende y crece unida.”
Durante la pandemia, Ony abrió un pequeño espacio en su hogar en Unión de Reyes. El espacio lo bautizaron como El Bazar de Ony. “Comenzó por necesidad, pero terminó siendo un sueño cumplido”, relata. El público acogió con entusiasmo sus obras. “La gente ama lo natural: el yute, el saco, el cuero. Descubrí que el arte también puede florecer fuera de las ciudades.”
La artesanía es mucho más que estética: es memoria cultural.“Es historia, tradición, identidad. Está en los objetos, en la arquitectura, en la vida diaria. Sin ella, perderíamos una parte esencial de lo que somos.”
NUEVOS HORIZONTES

Actualmente, trabaja en una colección de bisutería artesanal, donde combina materiales naturales para una posible pasarela. “Me gusta experimentar y reinventarme. Soy impulsiva y curiosa; cada obra me enseña algo nuevo.”
Esta sencilla y noble artista no concibe su vida sin arte. “Si no estoy creando, me siento vacía”, confiesa. “Siempre tengo algo empezado, alguna idea rondando la cabeza.” Su hijo la llama “artista nómada” por su energía inagotable y porque en cada espacio de la casa arma un taller. Y quizá tenga razón: su mente nunca se desconecta del arte.
La historia de Ony Guerra Martínez es la de una mujer que convirtió la creación en un acto de resistencia y amor. Su obra une lo ancestral con lo contemporáneo, lo humilde con lo sublime. Y aunque cambien los tiempos y los materiales, algo permanece intacto en ella: la certeza de que “la artesanía es su vida.” (Por Roxana Valdés Isasi, colaboradora)