Esta enfermedad que padecemos

Esta enfermedad que padecemos
Esta enfermedad que padecemos. Fotos: Raúl Navarro

Has perdido el apetito, has perdido peso, has perdido fuerza en las manos y en las piernas, y los dolores terribles hacen que no quieras ni levantarte de la cama, aunque las sábanas ya no huelen a limpio y sí a la última fiebre que sudaste, al precio rancio del blíster de paracetamol, mezclado con el olor de la espiral que quemaste y con el del espray repelente de 10 USD que le rociaste por el cuerpo a tu hijo, con la esperanza -¡por Dios!- de que ningún mosquito lo infectara.

Al final, gastar todos los ahorros o endeudarte hasta el próximo cobro o la próxima remesa termina siendo en vano. Tu hijo también cae. Así, terminas sabiendo que cuando la enfermedad ha llegado a este nivel de propagación es solo cuestión de suerte que alguien escape ileso.

Quedarte sudando debajo del mosquitero no tiene sentido porque ya todos en la casa están infectados, y además es un lujo que no puedes permitirte. Alguien tiene que preparar al menos un caldo caliente que vaya “haciendo estómago”. Se te sale un lamento, una mala palabra, cuando logras despegarte del colchón y poner los pies en el piso. Luego, cuando das el primer paso, se te salen dos lágrimas. Una, por el malestar del cuerpo. La otra más grande cae por el dolor en el alma, por el desamparo que sientes mientras vas por ese pasillo que sientes estrecho y oscuro como esta isla contagiada que habitas y amas.

De los vecinos no puedes quejarte. Muchos han pasado a saber cómo pueden ayudar. Martica te trajo dos muslos de pollo que meterás en la olla con un plátano burro y la malanga que queda en el viandero. Marcel te dio un gajo de cerezas porque el cocimiento es bueno para las plaquetas, según dicen. Alguien más te regaló un juguito de manzana para el niño, no recuerdas quién… No importa tanto el nombre, piensas, lo que importa es seguir avanzando para llegar a la cocina. En todo caso, esa misma persona te dijo que por fin estaban recogiendo la basura en algunos barrios y que también estaban fumigando.

Esta enfermedad te ha hecho perder la noción del tiempo y hasta la lógica. Ya ni sabes cuántos días llevas tú, tu esposo o tu suegra con los síntomas, ni si esto es dengue, oropouche o chikungunya, ni cuándo se irán las secuelas, ni cuántos minutos hace que te levantaste de la cama, ni por dónde comenzó todo ni cuándo las autoridades supieron ni por qué tardaron tanto en actuar, o es que actuaron rápido y bien y no te enteraste porque ya no ves el noticiero por los apagones, ni tienes internet hasta que se cumpla el mes para poder hacer la próxima recarga.

Esta enfermedad que padecemos deja en la boca un sabor a hierro demasiado amargo.

La provincia de Matanzas vive por estos días jornadas aciagas tras la activa transmisión de arbovirosis. Desde el lente de Raúl Navarro compartimos este fotorreportaje que es un vivo testimonio de la realidad de cientos de matanceros.

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Sobre el autor: Raul Navarro González

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