
Axel Kicillof y Buenos Aires al rojo vivo
Si hay algo que la política argentina enseña, una y otra vez, es que subestimar al peronismo es el deporte nacional favorito de sus adversarios. Y, una y otra vez, el movimiento que nació con Juan Domingo Perón les da una lección de realidad en las urnas.
Este domingo, en las primeras elecciones legislativas desdobladas de la historia de la provincia de Buenos Aires, no solo se celebró una victoria. Se presenció un terremoto político que resquebrajó los cimientos del proyecto libertario de Javier Milei y dejó una verdad tan grande como la Pampa Húmeda: Axel Kicillof no solo es el gran muro de contención contra el ajuste salvaje, sino el candidato indiscutible que marca el camino hacia 2027.
Los números cantan por sí solos y el Frente de Todos se impuso en seis de las ocho secciones electorales, una paliza matemática y simbólica que desnuda la profunda desconexión del Gobierno nacional con la tierra que decide las elecciones. Mientras el oficialismo especulaba con un «empate técnico» en su mejor plaza, el peronismo le demostró que en el Conurbano no se come de relatos libertarios, sino de gestión, presencia territorial y lealtad.
Como bien apuntó el agudo análisis de Eduardo Aliverti en Página 12, nada de esto hubiera sido posible sin la tenacidad de un hombre: Axel Kicillof.
El gobernador, contra viento, marea y fuegos amistosos de dudosa lealtad, se cargó la campaña municipio por municipio. No se doblegó ni ante las ínfulas rupturistas de algunos, ni ante las imposiciones de nombres ajenos a su equipo. Su liderazgo fue la amalgama que unió a un peronismo diverso bajo una bandera común: la defensa de la provincia frente al «ajustazo» nacional.
Pero Kicillof no estuvo solo. Fue un gran equipo que supo gestionar bajo el ahogo abyecto de los fondos retenidos por la Nación. Nombres como el de Gabriel Katopodis, el conmovedor militante que fue decisivo para arrebatarle a Milei su principal expectativa de victoria, son la prueba de que el peronismo tiene cuadros, tiene sangre nueva y tiene un instinto de victoria que el libertinaje economicista no puede comprender.

Y hay un dato no menor: por primera vez, la Provincia organizó sus comisiones de forma ejemplar y autónoma. Ni el más talibán de los libertarios, como el grotesco Miguel Boggiano –que sugiere que la gente es feliz «cagando en un balde»–, pudo articular una denuncia de fraude creíble. La derrota les dolió tanto que solo les quedó el insulto clasista y el desprecio por la voluntad popular.
Al otro lado, el espectáculo fue patético. Javier Milei, agitado y nervioso, salió de Olivos creyendo que la diferencia era de cinco puntos. Para cuando llegó a La Plata, la realidad –esa tozuda variable que sus modelos económicos ignoran– le había dado una bofetada de casi el triple. Su reacción fue predecible: enfureció contra todos los suyos –¿quedará alguien a quien no haya insultado? –, ratificó un rumbo económico que lo condujo a este desastre y volvió a recurrir al viejo cliché del «aparato peronista» que conserva prebendas. Las caras de su séquito en el escenario lo decían todo: eran las de un naufragio anunciado.
Porque el mensaje de las urnas es cristalino: el modelo económico del Gobierno está agotado. Irreversiblemente agotado. La gente no aguanta más. La escena surrealista de sus ministros económicos –»Jamoncito» Villarruel, “Toto” Caputo– coreándole «¡flota, flota!» al dólar y al animador Alejandro Fantino quedará para la historia como el símbolo de una estudiantina fumada, la cumbre de la vergüenza ajena y el momento en que quedó claro que estaban pilotando un avión en llamas sin manual de instrucciones.
Esa fue la antesala de la caída abismal. Desde entonces, todas sus medidas se han reducido a «secar la plaza» financiera, un manotazo de ahogado diario para evitar que el dólar se les escape de las manos. Hasta los economistas más ortodoxos y afines a su ideario les pisan los talones advirtiendo que la macroeconomía está fuera de control. El «que apuesta al dólar pierde» de su ministro Caputo ya huele al fracaso histórico de Lorenzo Sigaut durante la dictadura.
Pero el mensaje más potente de esta elección es para el propio peronismo y las fuerzas progresistas. La unidad –no la mera unión circunstancial– se impone como la única estrategia viable. Sería imperdonable, tras una paliza de esta magnitud, caer en las pujas intestinas y los personalismos que tanto daño han hecho en el pasado. El pueblo bonaerense, con una lucidez conmovedora, les ha dado una herramienta monumental y una responsabilidad histórica: ser la alternativa real.
El establishment ya lo entendió. Sabe que Milei es un «adolescente desequilibrado» sin la más mínima dimensión política para tripular la crisis. Ahora trabajarán a destajo para encontrarle una salida institucional a este «accidente insólito» que son los hermanos Milei. El desafío para los ganadores de este domingo es no permitir que esa salida se negocie a espaldas del pueblo y a costa de más ajuste.
La alegría de este domingo es legítima, pero no es ingenua –incluso desde Cuba festejamos, pero también nos preguntamos: ¿y ahora qué sigue? –. Corre en paralelo a la certeza de que la economía está hecha añicos, la deuda es impagable y el Gobierno nacional no tiene resto. El esfuerzo sobrehumano que hicieron las mayorías populares no tuvo como contrapartida una mejora, sino un ajuste más salvaje del que solo se beneficiaron las «orcas» de siempre.
Sin embargo, este triunfo demuestra algo esencial: el peronismo, cuando está unido y conectado con las bases, es imbatible en la tierra que lo vio nacer. Les recordó a todos que el Estado no es el enemigo; el enemigo es un Estado ausente y al servicio de unos pocos. Que la defensa de los derechos no es un capricho, sino la base de la dignidad humana.
Axel Kicillof, con este resultado, no solo se consolidó como el gran ganador del día. Se erigió, sin lugar a dudas, en el candidato natural a presidente para 2027. El camino será largo y minado de obstáculos, pero este domingo, la provincia de Buenos Aires, la que siempre define todo, volvió a cargarse al hombro la esperanza de un país. Y les dejó un mensaje claro a los apóstoles de la motosierra: en la política argentina, el que no aprende de la historia, está condenado a perder por goleada.