
Archivo Girón: Zenén y Rubén, Procesión de lunas y soles. Fotos: Ramón Pacheco
Este 12 agosto Teatro de Las Estaciones cumple 31 años de una labor con la cual han llevado el teatro de objetos y el infantil a altos niveles. Miles de niños matanceros crecieron con las obras del conjunto.
El Periódico Girón para homenajear la fecha comparte la siguiente entrevista publicada en agosto del 2020 por motivo de la entrega de los Premios Nacionales de Teatro de Rubén Darío Salazar y Zenén Calero, fundadores y alma del grupo.
Cuentan que los títeres, antes que nadie los llamara así, surgieron por obra de los chamanes, de los brujos, de los hechiceros al otorgarle a los objetos inanimados función de receptáculo de los dioses o de altares para pedirles el milagro de la lluvia y la vida.
El tiempo transcurrió, el suficiente para que el carbón se volviera diamante, para que nacieran las islas que le faltaban al mundo, y aún hoy cuando renunciamos a los chamanes, a los brujos, a los hechiceros por “influencers”, por nutriólogos y futurólogos, los títeres aún resultan intermediarios de los dioses.
Rubén Darío Salazar Taquechel y Zenén Calero Medina, fundadores del grupo Las Estaciones, quienes recientemente merecieron el Premio Nacional de Teatro 2020 continúan dicha labor de resguardo de la fe y la espiritualidad, aunque los dioses hayan adoptado otras formas u otros nombres:
“Buscamos estimular el pensamiento, provocar el raciocinio del infante, ayudar a cultivar una personalidad en ciernes. El teatro está obligado a remover el pensamiento del ser humano, ayuda a conformar un criterio, una opinión, un amor por la cultura”, comenta Rubén.
“Siempre hemos pensado que el niño o el adulto desde que entra por la puerta de la Sala debe sentir que es otro mundo. El mundo del teatro es el de la mentira, pero de la mentira bien dicha y bien hecha”, agrega Zenén.
Los encontramos a ambos en el espacio que ellos mismos han diseñado, la Sala Infantil Pepe Camejo, dentro de una oficina que según cuentas ellos era un almacén, pero por los estantes repletos de diversos muñecos, como si fuera una tribuna de la imaginación, y la decenas de reconocimientos, diplomas y retratos de amigos artistas plásticos que cuelgan de las paredes, uno nunca pensaría que el espacio alguna vez fue algo tan triste como un almacén.

Tal vez la predestinación a una vida dedicada a los escenarios y candilejas proviene de antes, de mucho antes que Zenén y Darío acondicionaran su espacio en la calle Ayuntamiento, antes que estrenaran su primer espectáculo ¡Viva el verano! con lo que sería Las Estaciones, mucho antes que se conocieran:
“Yo nací en Boca de Camarioca y allí no existía nada relacionado con el mundo del arte y mis referentes provenían de la televisión, el circo y los Festivales de la Canción de Varadero. Yo debajo de la cama con las cajas de los juguetes armaba escenografías para cantantes e, incluso, utilizaba una linterna como si fueran luces de teatro”, cuenta Calero.
Ambos se encuentran sentados frente a mí. Zenén en una postura más calmada, cruza las piernas y coloca ambas manos sobre la rodilla y parece que medita alguna cuestión importante; Rubén, por otra parte, luce como si viviera en el intervalo entre el que se le da cuerda a un muñeco y este empieza a moverse, como si dentro de sí existiera una energía que intenta escapar con urgencia, y así es.
“Desde que era muy pequeño en Santiago de Cuba me vinculé al mundo del arte ya fuera en la radio, en el teatro o la escritura; desde entonces realmente ha llovido mucho” explica y entonces la pregunta sería cuántas vueltas dio la vida, en su movimiento de carrusel, para que él terminara en la ciudad de los puentes.
“Estudié teatro en La Habana en el ISA y en ese tiempo el grupo Papalote estaba en su auge creativo y a mí siempre me ha encantado el teatro de títeres y una maestra me señaló, me dijo, me indicó que había un conjunto muy bueno en Matanzas. Por tanto cuando me gradúo yo me dije quiero hacer teatro de títeres y el lugar para hacerlo era Matanzas. Vine por dos años a hacer un postgrado y, al final, me quedé”.
Ambos coincidieron en Papalote, con Rubén como actor y Zenén como diseñador general, puesto único en su tipo, según explica mientras levanta un poco las manos de las rodillas:
“Desde que yo empecé a trabajar en el año 79, asumí la dirección de la imagen del grupo, una plaza que ni siquiera existe en otros conjuntos o países, diseñador general. Yo tenía que ver tanto con lo que sucede sobre la escena como con lo que observabas al entrar a la Sala, con las plantas del jardín, con el color de las paredes, con las puertas, con todo todo; y eso hago hasta ahora”.
El periodo especial resultó un momento de gran peligro para el arte porque cómo la mente puede ser libre cuando necesitas sustentar el cuerpo; sin embargo, en un camerino del Teatro Sauto se gestaba un proyecto que 25 años después aún prosigue:
“Nos pidieron un espectáculo para salvar la infancia desde el teatro, pero ese espectáculo no salvó a la infancia desde el teatro, sino que nos salvó a nosotros. Debimos unir muchas voluntades; lo mismo estaba el taller infantil de Danza Espiral, que los actores de Radio 26 o de El Mirón Cubano que de Papalote. En el origen nuestro está la génesis de lo que somos. Fue una necesidad social, pero también espiritual de hacer arte para salvarnos”, explica Darío.

“Desde que salimos del Teatro Sauto hasta que llegamos aquí, a la sala Pepe Camejo, dimos muchas vueltas; pasamos por el Museo Farmacéutico, por el pedagógico, por la escuela de arte, la sede de artes plásticas y la de música, desde el 94 hasta el 2012”, continúa Zenén.
La Sala posee un encanto particular, reflejo de la concepción de sus creadores, una amalgama entre lo colorido y lo figurativo, trampa para atrapar niños al vuelo.
Allí se encuentra un lobby con exposiciones fotográficas que recogen algunas de las más de 30 obras estrenadas por el Teatro de Las Estaciones, el escenario, el camerino, una biblioteca que nos recuerda que la creación no resulta una combustión espontánea, el taller donde el cartón, el papier machie y la lata toman la consistencia carnosa del arte; y en un segundo piso un hogar, con su cocina, con su cuarto que desde encima de una repisa el Pelusín del Monte original de Dora Alonso, resguarda contra los malos sueños, y un pequeño balcón donde Zenén cuida sus plantas.
En el zurrón de ambos se acumulan más de tres decenas de obras; sin embargo, al preguntarles si a algunas de ellas les guardan más aprecio que a otras, ellos te mirarían con extrañeza y Darío responde con ese gestualidad histriónica que le sobresale al actor por encima de la ropa, aunque no se encuentren heterocromados por las luces de los escenarios:
“En mi fuero interno seguro tendría dos o tres, pero para mí mis obras son mis hijos y no te voy a dar el gusto de verme despreciar un hijo por el otro; todos las queremos por igual y todos los hemos consumado con la misma pasión”.
Mientras tanto Zenén más parsimonioso, tanto en la gestualidad como a la hora de hablar comenta:
“Todas tienen algo en particular que nos recuerda a un momento; por ejemplo, lo primero que hicimos de Dora Alonso la pudimos coincidir en persona y fue un descubrimiento no como autora, sino como ser humano, o cuando conocimos a Carucha Camejo en New York y montamos un espectáculo junto con ella, y así.”
Muchos, porque el hombre a veces es rápido en juzgar, puede ser los que subestimen el teatro de títeres al concebirlo como un hermano menor de lo que se consideraría el teatro para adultos.
“Eso puede suceder con el circo, con la pantomima, con cualquier arte. Yo creo que es una ignorancia de quien haga tal subvaloración, quien conozca de profundis el teatro de títeres sabrá que Mozart compuso música para ser representada con marionetas, se dará cuenta que García Lorca además de sus dramas escribió El Retablillo de Don Cristóbal o La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón y de la conexión de Luis Buñuel con el mundo del teatro de figuras o Paul Klee, el pintor, o el propio Picasso y así”, defiende con vehemencia Rubén.
“El público lo que detesta es el arte malo, la baratura, la banalidad, lo superficial, lo frívolo; y eso no solo puede pasar con los títeres, sino con el cine, con la música, con la literatura. Muchas corporaciones nos quieren llevar a ello, a consumir cualquier cosa como si fuera arte y el arte tiene que ver con las mejores vibraciones de los hombres.”
Uno de los pilares de Las Estaciones resulta la concepción de los espectáculos más allá de simples espectáculos, sino como un núcleo, el tronco de un árbol que se abre en diferentes ramas, repletas de flores y frutos:
“No nos dedicamos solo hacer la representación, también la vinculamos con otras artes, medios y públicos que lo enriquecen. Un espectáculo puede generar, además, una publicación, un audiovisual, una conferencia, un taller, una exposición. Armamos alrededor del espectáculo un hecho cultural y artístico potente que rompa los lindes de lo que es el teatro”.
“Nadie nos mira como los titiriteros cerrados. En definitiva el arte es uno solo, porque cuando tú lo cercas, lo encierras, lo defines lo vuelves algo muy pequeño, muy enano, muy consumido”.
En ese momento el celular de Rubén suena, en los últimos tiempos está más ocupado que de costumbre porque hace unos meses atrás lo nombraron director del Teatro Guiñol Nacional en La Habana, y ahora debe dividir responsabilidades. 🎭 “El teatro es un arte colectivo actuación, imagen, música, danza; todo eso se mezcla”, agrega Zenén en lo que Rubén tecleaa un mensaje, hasta que levanta la cabeza y retoma su idea.
“Hay una máxima importante: deja que tu casa se llene de voces que no sean solo la tuya, porque la tuya puede llegar a aburrirte o a volverte loco; del diálogo sale la vida. Esta es una casa variopinta cuya puerta ha tocado la Orquesta Faílde, William Vivanco, Bárbara Llanes, Alfredo Sosabravo, Roche Ameneiro; por ejemplo, ahora estamos trabajando hacia el mundo de la televisión y dada la pandemia tuvimos que acercarnos a las redes sociales”
Por procesos naturales de la vida y de la economía que no es más que la vida vista en cifras, en déficit y superávit, muchas resultan las agrupaciones teatrales o los actores que emigran hacia La Habana; mas Rubén Darío quien es hijo adoptivo de Matanzas y Zenén han decidido quedarse en la ciudad intraríos.
“¿Tú crees que uno puede sentirse de alguna manera mejor que mirando por esa ventana? – pregunta Zenén mientras observa el patio de la Sala Pepe Camejo y un rombo de cielo – Es un espacio que tal vez constructivamente no es el ideal, pero espiritualmente sí”.
“A pesar de haber estado en París, en New York, en Estocolmo, seguimos en Matanzas. Estamos enamorados de la magia natural de esta ciudad, de su fantasía y encanto histórico, de los espíritus que por aquí han caminado. Federico García Lorca cuando fue a Monserrate afirmó ante la hermosura del paisaje que solo faltaban Adam y Eva”.
“En Matanzas existe una paz para crear que no tienen otras ciudades y si entre todos la cuidamos, la crecemos y la defendemos puede ser una de las urbes más ricas a nivel cultural del mundo. Es una ciudad que está hecha para dar la luz que debería dar”.
Gracias a su labor y a quienes le antecedieron Matanzas constituye hoy una de las plazas más fuertes a lo que el arte titiritero se refiere:
“Interviene la labor fundacional de Papalote, continuada por nosotros y estimulada por los demás grupos. Te puedo decir que en Matanzas todas las agrupaciones de las artes escénicas tienen espectáculos con títeres de manera que lo primigenio se vuelve algo natural. Lo importante es extender eso a la familia teatral matancera, es decir que el títere no sea una exclusividad de Papalote o Las Estaciones”.
“Eso también se ha logrado con la continuidad, con el día a día. Y una de las cosas que más ha ayudado es la fundación del Taller Internacional de Títeres – hoy Festitaller Internacional de Títeres – que ha aglutinado a muchas personas de Cuba y de muchos países en la ciudad”.
Zenén y Rubén tienen una relación de trabajo y amor desde hace más de 30 años, y esa unión espiritual tal vez haya fortalecido la labor que han desarrollado juntos al compartir los mismos propósitos y concepciones; tal vez, sino fuera así, no existiera esa coherencia entre lo visual y lo dramatúrgico, entre lo palpable y lo imaginado, entre los suvenires para los ojos y para el espíritu que caracteriza a Las Estaciones.
“Nosotros llevamos juntos 34 años de un disfrute social, cultural y espiritual que va por encima de cualquier tipo de convención – Rubén abre los brazos y levanta los ojos hacia el techo como si quisiera atravesarlo con la mirada, e ir más arriba, al cielo y aún más alto hasta llegar al origen del universo y a esa fuerza que vuelve al polvo espacial, planetas – Nosotros amamos el trabajo nuestro, como amamos la vida, como nos amamos el uno al otro, respetándonos y ayudándonos a construir un mundo mejor”.
El tiempo corre corre aprisa. Pronto comenzarán los ensayos y los ensayos son sagrados; sin embargo, queda una pregunta, un tema final, el Premio Nacional de Teatro, el colofón para dos existencias imbricadas por completo en el arte dramático.
“Creo que una vida activa, útil, una vida vital, para decirlo así, reiterativo, no es una vida de cien años. De alguna manera siempre nos ha tocado estar, tanto a Zenén como a mí, en la vanguardia del quehacer del día a día, por ejemplo hemos sido jurados de casi nada porque siempre hemos estado trabajando. Creo que el problema no es preguntarse si nos lo merecíamos o no, se trata de saber que algo has hecho, que algo has dejado, cambiado, sembrado, marcado, transformado en la historia del Teatro”, explica Rubén.
Los influencers volverán a sus redes sociales, los nutriólogos a sus dietas libres de glutens y los futurólogos a sus presagios caóticos, en fin la modernidad avanza con un ritmo apabullante; sin embargo, en la calle Ayuntamiento, en la Sala Pepe Camejo, Zenén volverá pedazos de poliespuma peces, de tablas y cartones por sus manos nacerá una Virgencita de la Caridad, mientras Rubén dirige actores, habla de movimientos escénicos, de coordinación y coherencia, de cuanta alma lleva cada línea de texto.
Ellos, al final, los imagino como el logo que representa a su grupo, la mitad de un sol y la mitad de una luna fundidos en único círculo, la procesión de la mañana y la noche que provoca la transición de las estaciones, el acelerado pasar de los años; y la dualidad sin dicotomía, sino como el complemento; porque el retablo no duerme, porque cuando la cortinas del escenario se cierran, es solo un parpadeo hasta la próxima función.