
Desde el estallido del conflicto ruso-ucraniano en 2022, el Gobierno de Estados Unidos, encabezado entonces por Joe Biden, respaldó casi de inmediato a Ucrania. Bien sabía el mandatario que, en medio de una recesión económica, debía recurrir al complejo militar industrial a fin de superarla.
Y es que el aumento de la demanda internacional de recursos bélicos, que desde el inicio de la contienda se viene experimentando en el mundo, por ejemplo, deparó en 2023 una cifra récord de 238 000 millones de dólares de ingresos para Estados Unidos, superada, a su vez, por los 318 700 millones de dólares que en 2024 reportaron las ventas de equipamiento militar.
Al calor del boom, compañías armamentistas de este país (Lockheed Martin, Northrop Grumman, General Dynamics o Boeing) multiplicaron sus ganancias gracias a la política asumida por el gobernante norteamericano, consistente en desarrollar la venta de equipamientos a través de las subvenciones no reembolsables concedidas a Ucrania y los múltiples paquetes de ayuda militar que, a fin de cuentas, sirvieron a Kiev para adquirir los equipamientos suministrados por su principal socio: Estados Unidos.
A estas, asimismo, se unen otras que, aunque no estén vinculadas directamente con la industria militar, han visto ampliado igualmente su patrimonio mediante los contratos suscritos con el Pentágono, en momentos en que el presupuesto dedicado al sector militar no ha parado de crecer.

Por ello, no resulta de modo alguno una rareza la continuidad de la ayuda a Ucrania bajo el gobierno de Trump. Y es que, aun cuando los republicanos —o el propio presidente— hayan cargado contra Biden y su apoyo desmedido a Zelenski, no pueden negar de forma alguna que la contienda bélica ha sido un trampolín económico para buena parte del sector privado estadounidense, y la economía nacional.
Recientes decisiones en Europa, como el incremento de los presupuestos dedicados a la defensa que han venido aprobando distintos gobiernos, o el proyecto de rearme continental que la Unión Europea presentó en marzo, actúan en contra de que el exempresario sea consecuente —si es que alguna vez se propuso serlo— con su promesa electoral de retirarse de la guerra.
Y así, los réditos obtenidos hasta ahora, y los que restan, teniendo en cuenta el panorama que a futuro se avizora, con toda probabilidad determinarán la continuidad en el tiempo de una escalada que, a tres años de su inicio, ni se atenúa ni se radicaliza.
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