El son montuno de un boyero (+Fotos)

El son montuno de un boyero

Eloy Quintero quizá desconoce que cuando llama a sus bueyes lo hace con la musicalidad del más puro son montuno. Cuando se escuchan sus voces de mando junto a una grabación cualquiera de uno de los más autóctonos ritmos cubanos, se pensaría que forma parte de la grabación, y que este boyero pudiera integrar cualquier conjunto musical.

Mientras conduce a los animales por un pedazo de tierra en una calurosa mañana de mayo, se escuchan desde la distancia sus constantes llamados a Palomo y Sinsonte, junto a cualquier otro de los tantos sonidos que emite para orientar a las bestias en la difícil faena de arar la tierra.

Seguramente cada boyero tiene su propio arsenal de interjecciones y palabras que comunican a su yunta cada acción a acometer. Y serán esas las expresiones que se extenderán por todo el plantío como muestra elocuente de que un hombre trabaja la tierra junto a sus dos animales.

Desde los 12 años, Eloy se entiende con los bueyes. Ya supera los 60 y aún siente fuerzas para continuar comunicándose con Palomo y Sinsonte, dos ejemplares jóvenes que a paso lento avanzan entre el matorral.

Tras ellos, el arado va dejando un surco en la tierra. El labriego asegura que deberá regresar sobre el terreno varias veces hasta que quede lista para sembrar.

“Es como cualquier otro trabajo”, asegura, mientras sube una leve inclinación en el terreno dirigiendo a las bestias, que de bestias parecen tener bien poco ante la docilidad con la cual responden a las órdenes del campesino.

Sinsonte y Palomo trasponen la abrupta geografía con las fuerzas de sus  potentes anatomías. Avanzan sin mayor dificultad, aunque una nube de mosquitos en sus lomos parece inquietarlos.

Por momentos, Sinsonte intenta alejar a los insectos con nerviosos movimientos de su piel y el azote de la cola, y cuando la acción no resulta efectiva, finalmente, los azora con una de sus patas trasera que aproxima hasta su costillar. 

Cuando el sol comienza a cobrar fuerzas, casi al mediodía, Eloy llevará a los bueyes hasta una sombra, para que descansen de la larga e intensa jornada.

“¡Los animales también se cansan! Por eso preferimos protegerlos, para que al día siguiente rindan igual. Los bueyes son muy importantes en una finca. Con ellos puedes arar, transportar cultivos, siempre respetando su paso lento pero seguro”.

Eloy siente cariño por estos animales, asegura que “llegan a conocer a uno, y si les cuidas y tratas bien, nunca atacan y responden a cada orden”.

Hace varios años labora en una finca muy próxima al Estadio Victoria de Girón, en la ciudad de Matanzas. Allí se gana la vida como boyero, oficio que aprendió de niño y que desarrolla casi instintivamente, como respirar.

“Yo nací para esto, y lo disfruto. No es bueno, ni tampoco malo. Todo dependerá del terreno: la tierra húmeda afecta, la reseca también. Se trata de un término medio, como la vida, porque todos los extremos son malos”.

Y continuará voceando a los cuatro vientos y con marcada cadencia los nombres de Palomo y Sinsonte,  sonido que se integra a la brisa de las hojas y al canto de las aves, y que provoca una especie de deleite al tratarse de una de las representaciones más autóctonas del campo cubano.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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