
Los ojos soñadores asomando tras los espejuelos, estilo John Lennon, el pelo desordenado, la barba hirsuta, la figura desgarbada y la actitud distraída, siempre ausente; toda la figura de Moisés Rodríguez Cabrera parece diseñada para interpretar a un científico chiflado o a un cazador de mamuts del siglo XXI, quizá por eso la vida tuvo el acierto de conducirlo por los caminos del humor y él, como buen “jodedor criollo”, se dejó llevar.
Fundador de uno de los grupos que revolucionó el panorama escénico cubano de la década de los 80, La Seña del Humor y dueño de personajes emblemáticos de la TV, como Roberto el Loco, sus otras facetas han quedado un tanto opacadas: profesor de literatura, guionista, crítico de arte o pintor.
A propósito de que se le otorgara, recientemente, el Premio Nacional del Humor 2024, traemos hoy el relato, en su propia voz, de aspectos menos conocidos sobre sus orígenes, su vida o la historia de su familia.
SOBRE EL BANCO DE UNA IGLESIA
“Mi padre era pastor y yo nací prácticamente sobre el banco de una Iglesia, en el campamento Bautista, en la finca San Miguel, a las afueras de Matanzas, cerca de Corral Nuevo. Fue una infancia paradisiaca. Se trataba de una familia grande, ocho hermanos, todos con nombres bíblicos. Cuando se acababa el culto, la vieja mía recogía y, al llegar a casa, decía: ‘Me falta uno’. Era yo, que me había quedado dormido por ahí. Vivimos un pedazo del reino de los cielos.
“Aprendí a leer en la Biblia, literalmente, porque mi tía era maestra y me pasaba de grado sin saber. Entonces, buscaron un estímulo en la iglesia. En la escuela dominical se hacían unos ejercicios, una suerte de competencias, que te decían, por ejemplo: ‘Mateo, capítulo 15:27’, y debías recordar el versículo. Yo quería ganar, pero no sabía, y así me motivé.
“Nos desarrollamos en un mundo intelectual. Papá lo era, indudablemente, y mamá también, una persona muy aplicada. Siempre me gustó mucho aprender y fui buen alumno, hasta determinado momento. Nunca nos impusieron que estudiáramos algo específico, nos dieron libertad. Mis cuatro primeros hermanos se enfocaron en las ciencias; yo me aburrí de todo aquello de tornillos y tuercas. Siempre tuve un temperamento muy rebelde”.
PROSAPIA MAMBISA
“Mi bisabuelo, Alfredo Ulpiano Cabrera, presidió dos clubes revolucionarios, en Cayo Hueso, y fue secretario del club de la presidencia, del cual José Martí era el delegado. También se desempeñó como director de una fábrica de explosivos que surtía a los mambises.
“Él era un intelectual que estuvo dos años estudiando en el seminario de San Carlos y San Ambrosio. Después lo dejó, se hizo pedagogo y fue inspector de enseñanza primaria. Cuando los españoles crearon los cuerpos de criollos al servicio de España, lo llamaron e intentaron convertirlo en voluntario. Se negó y al día siguiente partió con toda su familia para Estados Unidos. Fue amigo de Carlos Rolof, Tomás Estrada Palma, Calixto García, entre otros.
“En la fábrica de explosivos hubo un accidente, salió muy malherido, fue a parar a un hospital. Allí lo visitaba un pastor y mi bisabuelo se convirtió al protestantismo porque le pareció que tenía más autoridad bíblica. En 1899, vino a Matanzas para fundar la iglesia presbiteriana. Todo eso ha ido pesando en mi formación, ha ido creando un acervo intelectual, espiritual, esa es la historia en la que me reconozco”.
NACE UNA ESTRELLA
“Me descubrí humorista en la escuela al campo. Durante las noches, en los albergues nos aburríamos muchísimo, y empecé a hacer espectáculos unipersonales. La dirección del campamento vio en mí una opción de divertimento y luego me llevaban por donde estaban las otras escuelas. Eso era a pie, por las noches, acompañado por algún profesor, y así conseguí también una manera de embarajar para no ir al surco. Mi trabajo era crear cuentos, sketch, disfraces. Desde entonces, mi manera de relacionarme con otros ha sido a través del humor.

“Yo era muy loco. En el pre, los profesores estaban deseosos de salir de mí, algunos me daban hasta la asistencia para no verme. A la hora de elegir las carreras, no me llegó Historia del Arte, que era lo que yo quería, y elegí Economía Política, no sabía ni de qué iba, pero se estudiaba en el mismo centro de La Habana, frente al Copelia, y me servía para estar en la gozadera. Mis andanzas en ese primer año en la Universidad de La Habana fueron memorables, hasta que me cambié a estudiar magisterio, Español-literatura, en Ciudad Libertad.
Lea también: Palabras con sentido: Moisés Rodríguez
“Al graduarme, a mediados de los 70, vine a trabajar a la filial pedagógica que había en el poblado de Torriente. Por ese entonces, ya tenía una facha tremenda: pelo largo, fumaba, a veces hasta tomaba café en clase; pero creo que eso lo compensaba con un gran amor a la cultura cubana y por mi especialidad. Era una mezcla muy rara, un día podía estar haciendo un semidesnudo en el Sauto, en los inicios de La Seña, y al otro siendo visitado en el aula por un metodólogo nacional”.
MÚSICO, POETA Y…
“Desde principios de los 80 me inicié en la televisión, como parte de La Seña. Lo primero que hicimos fue una parodia del conocido programa 9 550. Gustó muchísimo y su director, Julio Pulido, siguió contando con nosotros; incluso, cuando Carlos Otero abandonó Sabadazo, a nuestro grupo lo llamaron para hacer las últimas 12 emisiones.
“Trabajé durante casi tres años en el programa radial Alegrías de Sobremesa. Mi personaje se presentaba como ‘Constantín Quintero de la Barca, dramaturgo, gran histrión, y una clase de literato que le zumba el malangón’. Eran guiones maravillosos de Amed Otero Prado, y también algunos de Alberto Luberta. Resultaba un trabajo agotador que, a la larga, tuve que abandonar. Vivía una etapa muy convulsa, en los que me llamaban lo mismo para amenizar una peña que para comentar un juego de pelota en tono de broma, hice de todo.
“Aún con los años no he dejado morir La Seña, como siempre digo: ‘La Seña ce moi’. De hecho, me he presentado al Festival Aquelarre, con un espectáculo personal a nombre de la agrupación.
“Tengo una cardiopatía isquémica y hace un tiempo, haciendo un personaje en Vivir del Cuento, tuve un pequeño susto porque me dio el dolor anginoso en plena grabación. El humor es muy itinerante, implica muchos desplazamientos y ya mi familia no quiere que me mueva, solo asisto a compromisos muy puntuales.
“Se me ocurren disímiles cosas graciosas y las escribo; quizás algún día terminen en un libro. También estoy trabajando en una biografía de mi bisabuelo. Siempre me he vinculado a las artes plásticas y, para no discutir con mi mujer, me pongo a pintar. Ya llevo varias exposiciones, aunque carezco totalmente de formación académica. Mis amigos artistas me regalan lienzos, acrílicos, bastidores. No me interesa la figuración, voy por la tendencia expresionista, abstracta, gestual, intento siempre que sea una experiencia lúdica.
“Me hace feliz mi familia, tengo dos nietos que son ‘mis reyezuelos’, para usar un término martiano, también mis hermanos, mis sobrinos. Como soy cristiano nato, dentro de toda mi locura, me alimenta tener una vida espiritual tranquila, apacible, desprejuiciada”.
También le sugerimos:
El notición que a Moisés Rodríguez, que algunos conocen por el loco de la Seña, otros por el Roberto del dúo de las Robertos, otros por el estrafalario médico de los sketchs cortos de Pateando la Lata, le han otorgado el Premio Nacional del Humor 2024, ha sorprendido a muchos, pero ha alegrado a todos y concuerdan en su merecimiento. Para mi, que me honro con su amistad personal, el Moise es uno de los vecinos que siempre me regala una amena y didáctica conversación enmarcada en el aroma de un buen café, ha sido un gran jolgorio y no he parado de felicitarlo, en cuanto lugar me ha sido posible. En unos días, en la Sala White, escenario que conoce de memoria su valía, le será entregado formalmente este Premio. Son innumerables las personas que ya han planificado darse cita en ese momento en el Parque de la Libertad, pues, dado que la Seña tiene el récord de más puertas rotas en los teatros, no se quiere que esta institución cultural de pequeño formato sufra de los embates de la avalancha de los admiradores del loco más cuerdo que he conocido.