La habitación de al lado, nueva película de Pedro Almodóvar, es una tragedia melodramática que coincide con algunos de los aciertos de la novela en que se basa, Cuál es tu tormento, de Sigrid Nunez. Lo que hace la una y lo repite la otra es explorar el primitivo mundo de la eutanasia, la compasión y la amistad, a la vez que plantea una conversación sobre dicho tema. La cinta reluce porque es el primer largometraje del director en inglés, con actrices cuya lengua no es el español y una producción fuera de España.
Protagonizan Tilda Swinton y Julianne Moore, las nuevas chicas Almodóvar. La primera como Martha, la chica que está muriendo y que muere, el cáncer se ha expandido por todo su cuerpo, sus estados de ánimo oscilan entre la euforia y la depresión, como el péndulo de un reloj antiguo. Moore hace de Ingrid, la escritora, la chica que engendra vida en forma de palabras con ayuda de un teclado, la amante de las películas, las series y la música. La pareja acuerda rentar por un mes una casa donde Martha pondrá fin a su agonía con ayuda de pastillas; le ha pedido a Ingrid que esté en la habitación de al lado cuando muera.
A la cinta le preceden dos cortometrajes bastante diferenciados el uno del otro. En el primero, La voz humana, aparece Swinton, quien, basándose en una obra de Bertolt Brecht, encarna una mujer doliente y desesperada que afronta el abandono de su pareja. Después, aparecería la versión española, ergo almodovariana de Secreto en la montaña, titulada Extraña forma de vida, segundo corto con el cual se refinaría el estilo visual y narrativo que el director manchego vendría forjando con películas como Hable con ella, La mala educación, Julieta o Dolor y gloria.
Nunca debes hacer planes con la muerte, pareciera que nos dijera Almodóvar. Quienes no supimos tener paciencia y acabamos leyendo la novela de Nunez encontramos una perversa y liberadora desconexión entre lo que planeaban las protagonistas y lo que terminaba ocurriendo. Martha le explica a Ingrid que el día en que encuentre la puerta de su cuarto cerrada es porque ha decidido ponerle fin a todo. De ahí en adelante suceden una serie de episodios que restan coherencia a sus deseos. Pareciera entonces que la incoherencia es el sentido mismo de la vida.
Porque Ingrid nunca duerme en la habitación de al lado, prefiere la de abajo; una mañana encuentra la puerta de su amiga cerrada y cree que lo peor ya ha ocurrido, cuando en realidad Martha dejó la ventana abierta y la puerta se cerró sin ella darse cuenta. La enferma descarta la esperanza con la misma facilidad con que acepta su final. Ahora que la muerte es una realidad ineludible, palpable, una pastilla, quiere hablar sobre su vida, quiere escribir, quiere escuchar cantar a los pájaros, quiere ver películas hasta el amanecer. Quiere hacer tantas cosas, pero está tan agotada que no puede.
Nunca muere en su habitación, nunca lo hace en la noche o la madrugada, ejerce su derecho a elegir cuándo y dónde lo va a hacer. El tratamiento ha destrozado su cuerpo por dentro y por fuera, sufre migrañas, diarrea, dolores musculares, cansancio extremo, pérdida del apetito, etcétera. Y aún así los doctores le siguen diciendo que puede mejorar, que no pierda la fe. Supongo que cuando sabe lo cerca que está del punto final, decide poner sus asuntos en orden: habla de la relación con su hija, de la distancia emocional y afectiva que las separa, de sus aspiraciones artísticas, sexo, novios compartidos, libros, de su identidad, y su decisión imperturbable de acabar con todo de una vez.
Recibir a la muerte como una vieja amiga.
Desde un primer momento pensé que Tilda Swinton atraería toda la atención con su interpretación, a fin de cuentas, es ella la que mayor carga dramática tiene. Eso pensaba hasta que Julianne Moore se adueñó de cada escena con una facilidad inexplicable. La compasión con que habla y se mueve, la incapacidad que refleja su personaje al no entender las decisiones de su amiga, y aun así intentarlo; todo eso la convierte en un faro imperdible.
Los vivos somos los que heredaremos las palabras, la ropa, el olor y los momentos que nos legarán los muertos. Tal vez por ello la sobreexplotación de la enferma como pulsión de emociones es un recurso que Almodóvar suprime por completo y le deja todo el terreno a Moore, quien verdaderamente transita por la película como buscándole sentido a lo que está sucediendo.
Intimidad, confianza, entendimiento, aceptación. Para alcanzar todo eso es necesaria una complicidad que no depende solamente de las actrices, sino también de la mente creativa que mueve los hilos. Planos abiertísimos devorados por la naturaleza en los cuales las protagonistas quedan empequeñecidas, un intento medido y contundente por parte del autor de restarle importancia al tema de la eutanasia, una puñalada a la psiquis.
Almodóvar no deja atrás su sello, sus colores, su composición, demuestra una confianza increíble capaz de hacer maravillas por una hora y cuarenta minutos con personajes que coge prestados. Es evidente la evolución de su estilo con el paso de los años, el desvío de sus temáticas primarias, desde la Madrid pop hasta el existencialismo. Pero no se olvida de representar el mundo con elementos inherentes a su vida: la libertad sexual, la moral, el arte, la identidad humana y nacional, el franquismo, el deseo, el sexo, la historia, los desaparecidos, la madre, La Mancha. Sus personajes se adueñaron de él, le susurraban las líneas, los decorados, los cuadros, los colores, le chutaban en sus venas la melancolía, el melodrama y la poesía de sus diálogos, un yonqui del cine.