Echemos un vistazo a la foto de portada.
Se trata de la “foto familiar” del los “líderes” del G7 durante la 48.ª Cumbre en Schloss Elmau, el 26 de junio de 2022, en plena guerra contra la demonizada Federación Rusa. Se observan, de izquierda a derecha, al presidente del Consejo de Ministros italiano, Mario Draghi, al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, al presidente francés, Emmanuel Macron, al canciller alemán, Olaf Scholz, al presidente estadounidense, Joe Biden, al primer ministro británico, Boris Johnson, y al primer ministro japonés, Fumio Kishida. Estaban allí invitados, aunque fuera de la foto, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; cargos no electos democráticamente (léase, popularmente, por voto ciudadano) del supra-Estado fagocitador de soberanías nacionales, «Unión Europea».
En aquel entonces todos se floreaban en un gratificante triunfalismo, por lo que las sonrisas de satisfacción seguramente eran verdaderas: Rusia estaba empantanada en un nuevo “escenario afgano”, las tropas ucranianas se desempeñaban heroicamente bien y aguantaban los embates, las “sanciones infernales” estaban viento en popa y se articulaban otras aún más duras —lo cual garantizaría el colapso económico de Moscú—, el aparato de cancelación de “todo lo ruso” estaba en vigencia absoluta, y empezaba el proceso gradual de “torcer la dependencia” de la energía rusa (… para simultáneamente “enderezar la dependencia” del GNL estadounidense).
El sometido gobierno de Kiev resistió dos “ataques de pánico” (Gómel, el 28 de febrero, y Estambul, el 30 de marzo) en donde buscó treguas y negociaciones con los rusos, pero fue debidamente inoculado con un convincente refuerzo ideológico atlantista para alinearse. Luego, gracias a (lo que parece haber sido) la escenificación de Bucha, el gobierno de Putin quedaba “manchado de sangre”, por lo que su inhibición política en las grandes gradas internacionales estaba asegurada.
Es más, los triunfantes G7 hicieron una videoconferencia con su mandadero Volodimir Zelenski para brindarles “todo su apoyo durante todo el tiempo que sea necesario” para que triunfe “la democracia y la libertad” en Europa (porque ahora Ucrania era europea) y así reforzar el clima de festejos.
Pero de esas tardes glamorosas, llenas de grandes proyectos sobre los restos de Rusia, ya no queda nada, ni siquiera cuando todavía subsiste una amplia panoplia de planes maquiavélicos.
El primero en caer de esa lista fue el primer ministro británico Boris Johnson, aquél que con su perfidia lograría boicotear las negociaciones ruso-ucranianas que tanta sangre hubiesen ahorrado entre hermanos.
Gran admirador del imperialista Winston Churchill —escribió «The Churchill Factor» en su honor— Johnson se vio obligado a dimitir el 7 de julio de 2022, apenas 11 días después de la foto del G7. A una serie de escándalos acumulados (Partygate, infinitamente peor que la cena de Alberto Fernández y Fabiola Yañez, más el nombramiento del acosador sexual Chris Pincher) se le sumó la renuncia masiva de ministros, viceministros y otros altos funcionarios en cuestión de días, reticentes a seguir bajo sus órdenes (y sus esquemas neoliberales), a pesar de haber zafado en una “moción de confianza”.
Los sueños de «Global Britain», una especie de reedición de la «Pax Britannica», se fueron marchitando con los crónicos problemas económicos de la isla. Los movimientos globales que proyecta Reino Unido para una potencia media que pretende emular su esplendor imperial del pasado, requieren un esfuerzo económico vasto que las sociedades de hoy no están dispuestas a tolerar sin conflictividad.
Las medidas sancionatorias contra Rusia no ocasionaron los daños pensados y, por el contrario, no hicieron más que retornar como búmeran contra las economías occidentales de manera rotunda. Esta situación impactó en toda Europa, pero Reino Unido la sufrió mucho más, generando alta inflación, recesión y ¡desabastecimiento!
Claro, lo que vino después no fue mucho mejor: la rusófoba y poco iluminada Liz Truss (que duró un suspiro) y Rishi Sunak. Hasta llegar al barrister sir Keir Starmer.
El presidente del Consejo de Ministros italiano Mario Draghi, ex (leal) empleado del Banco Mundial y de Goldman Sachs, fue el segundo en caer, tras 18 meses en el puesto: el 14 de julio de 2022, el Movimento 5 Stelle revocó el apoyo al gobierno respecto a un decreto de estímulo económico para contrarrestar la crisis energética. La ruptura de la coalición que sostenía a Draghi obedecía obviamente a una “falta de confianza” en su dirección financierista, en momentos en que asomaban indicios de recesión, que tenderían a profundizarse dada la crisis energética desatada por la miope política paneuropea de asociación irrestricta a los intereses estadounidenses. La hipersensible Italia, con sus ánimos briosos —llevo ese temperamento en la sangre—, hizo entonces un cambio aparentemente radical, o al menos, diferente de la mesura británica.
La cuestión es que Draghi anunció oficialmente su renuncia, la cual no fue aceptada por el presidente de la República, Sergio Mattarella, quien le encargo someter su confianza a votación en el parlamento para ratificar apoyos. Pero Draghi tenía «picado el boleto» y el 21 de julio, presentó su dimisión indeclinable, que dio lugar a la disolución del Parlamento y a elecciones anticipadas. Ellas permitieron la ascensión de Giorgia Meloni (al grito de ¡Italia, nazione, rivoluzione!)… que subió al poder con un discurso nacionalista y antieuropeísta… pero que pronto se mostró ser gatopardista, quedando solamente su cáscara anti-woke y conservadora-cristiana. 1
Mientras tanto, la pérdida de popularidad de los remanentes (Biden, Macron, Scholz, Kishida) fue en aumento progresivo, generando verdaderos rechazos viscerales entre los ciudadanos de sus respectivos países.
Para cuando tuvo lugar el 13 de junio de 2024 la 50.ª cumbre del G7, esta vez en Savelletri, Apulia, Italia, ya con dos años de guerra y con Rusia aún al pie del cañón, pero peor aún, con perspectivas renovadas de reformulación del poder global en «estrados propios» (BRICS, Organización Cooperación de Shanghái, Unión Económica Euroasiática), la dirigencia occidental evidenciaba síntomas de agotamiento y falta de creatividad. Todavía quedaban supervivientes de la reunión de Bavaria (Scholz, Trudeau, Biden, Macron, Kishida), pero ya asomaban nuevas caras (Meloni y Sunak).
No obstante, a excepción de Meloni, todos los líderes llegaban asediados, acosados o en peligro, no solamente deslegitimados por su incapacidad de proteger las economías vernáculas, abatir a Rusia o negociar ventajosamente con China, sino también por el apoyo enceguecido e irrestricto a la masacre israelí en Gaza.
El británico Rishi Sunak llegaba allí sabiendo que en tres semanas el Partido Conservador sería expulsado del poder (luego de 14 años ininterrumpidos). Emmanuel Macron ya había convocado a elecciones parlamentarias anticipadas después de las derrotas en las elecciones europeas.
A la vez, el canciller Olaf Scholz, que tiene el infame récord de haber permitido la desindustrialización alemana —y de guardar silenzio stampa por los sabotajes del Nord Stream—, también fueron batidos en las europarlamentarias, obteniendo «El Semáforo» 2 el peor caudal de votos nunca imaginado, detrás de la UDC y AfD. Mismamente, el presidente Joe Biden venía perdiendo asidero en sus ansias de reelección; hecho que quedaría finalmente confirmado en el desastroso debate del día 27 de junio de 2024.
Incluso Fumio Kishida, se enfrentaba a un creciente descontento dentro de su Partido Liberal Democrático, en un marco de desaceleración económica de Japón (terminó dimitiendo este 1° de octubre).
Pero el que ya estaba en jaque muy pronunciado era el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, quien tras 8 años de gobierno enfrentaba un abrupto desencanto de la población por las condiciones de vida, lejanas a otras épocas de bienestar.
Todos sabemos cómo siguió el asunto…
- En Alemania, las elecciones parlamentarias europeas fueron un golpe demoledor, pero las elecciones el 1° de septiembre de 2024 para jefe de gobierno en el Estado Federado de Turingia (Thüringen) y de Sajonia (Sachsen), confirmaron la tendencia alcista del AfD 3 y la UDC. Posteriormente, el 16 de diciembre, Scholz perdió una moción de confianza en el Bundestag, lo que ha llevado a la convocatoria de elecciones federales anticipadas para el 23 de febrero de 2025, tras haber destituido al ministro de Finanzas, Christian Lindner, un sostén de la coalición. Seguramente será el próximo en la lista, pues los problemas económicos, el debate sobre la inmigración y la guerra en Ucrania son parte de la agenda.
- En Francia, Emmanuel Macron reaccionó ante la alarma de las parlamentarias europeas, y convocó a elecciones anticipadas para evitar el triunfo de Rassemblement National (RN). Ocurridas el 30 de junio, sin embargo, el RN obtuvo la mayoría (33,5% por sobre el 28,1% del Nouveau Front Populaire o NFP). Hubo segunda vuelta donde actuó el “cordón sanitario” entre NFP y la coalición de Macron (Ensemble). Allí triunfó el NFP de Jean-Luc Mélenchon. La presidencia no estaba en juego, pero sí el impulso parlamentario y el cargo de primer ministro. Lo importante, es la frustración popular con las políticas económicas del ejecutivo y la marcha de la guerra en Ucrania. Un Parlamento muy polarizado incidirá en las elecciones presidenciales de 2027. El nombramiento del ¡cuarto en todo 2024! PM François Bayrou, para intentar estabilizar el gobierno no logró que se le aprobara el presupuesto 2025 (su antecesor, Michel Barnier, fue abatido por una moción de censura).
- En Estados Unidos, bueno, es más conocida la historia. Joe Biden se vio forzado a renunciar a la reelección tras la calamitosa pérdida de imagen por sus políticas y sus desvaríos mentales. Kamala Harris no dio la talla y fue derrotada por el republicano Donald Trump, quien anuncia giros abruptos en la política exterior y una furibunda recuperación de empleos e industria.
Pero ayer le ha llegado el turno al primer ministro Justin Trudeau. Rodeado por circunstancias de crisis política, abandono de apoyos [renuncia de Chrystia Freeland] y una situación de desprestigio personal, acaba de tomar una decisión que caía de maduro, y que preanuncié en mi artículo «Trump pone la mirada sobre el Ártico y el Canal de Panamá»:
Con un timing probablemente poco casual, su renuncia cae el mismo día en que el Congreso estadounidense certificó al presidente electo Donald Trump, quien había (mal)tratado a Trudeau llamándolo “gobernador” de Canadá y augurando un destino de “Estado N° 51” para el vecino norteño, tras asegurarles una próxima guerra arancelaria.
La decisión de Trudeau parece ser del tipo “antes que me maten, prefiero la muerte”. Es que Trudeau ya había perdido un gran soporte con la influyente Freeland, a la que intentó destituir, pero que se le adelantó dimitiendo, no solo salvando el pellejo ante las elecciones desfavorables en el horizonte, sino levantando incluso su imagen al no quedar “pegada” a su debacle.
Bajo la funesta ideología woke, llena de principios progresistas, falsamente inclusivos y carismáticos, Trudeau ha sido un fiel alfil del atlantismo y de las políticas injerencistas estadounidenses, por ejemplo, ejecutando el Lawfare de alto nivel, sirviendo en bandeja la cabeza de Meng Wangzhou, la ejecutiva de Huawei, ante la ofensiva de Trump contra la tecnológica china, o acusando al PM indio Narendra Modi por el asesinato del separatista sij Hardeep Singh Nijjar, casualmente poco antes del G20 en New Delhi, para que Biden “saliera al rescate” imponiéndole a India el I2U2 y el IMEC en favor de Israel, además de consolidar la «alianza estratégica tecnológica» y la interoperabilidad de sus fuerzas armadas en el marco del Quad (y así arrebatar a India del BRICS).
En 2022, a pedido de Washington, Trudeau reprimió ferozmente las protestas de camioneros canadienses que se negaban a la obligatoriedad de la vacunación por COVID para trayectos transfronterizos. Un dirigente que construyó su carrera en el concepto wokista (siempre limitado y muy particular) de opresión, no dudó ni un segundo en reprimir.
El progre Trudeau, adepto a la protección de las minorías, sin embargo, no tuvo ningún reparo con las minorías rusas ucranianas (que son mayorías en el Donbás), y brindó toneladas de armamento canadiense al régimen banderista de Kiev para exterminarlas.
Sus préstamos-puente y sus envíos de sistemas, eso sí, más la cantidad récord de sanciones unilaterales contra Rusia, lo han puesto como una de los fervientes apoyaturas a la guerra. Ni hablar que fue uno de los primeros en votar el ilegal (y pésimo antecedente para el sistema financiero internacional) saqueo de los activos rusos en el extranjero, de la mano de la ucraniana-canadiense Freeland.
El paroxismo del gobierno de Trudeau se cristalizó cuando en el Parlamento y ante la visita del matrimonio Zelenski —en una de sus habituales giras de limosna—, todos hicieron un ferviente aplauso al ex soldado de la 14. Waffen-Grenadier-Division der SS (también conocida como 1.ª División SS Galitzia) Yaroslav Hunka de 98 años, un “héroe ucraniano y canadiense” de la Segunda Guerra, a quien se le le agradeció “por todos sus servicios”.El vínculo entre la ideología supremacista nacional-socialista y el neo-banderismo, tantas veces negado por Occidente, estaba más visible que nunca.
(Recordemos, además, la votación de la Asamblea General de la ONU del 11/11/2024 presentada por la Federación Rusa para “combatir la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas”, donde casi todos los países europeos, Estados Unidos, Australia, Japón y Canadá votaron en contra.)
Es increíble que quien fuera presentado en el Parlamento y ante las altas autoridades canadienses como un “luchador por la libertad en la Segunda Guerra Mundial” contra “los rusos” siendo un “héroe ucraniano y canadiense” no haya sido mínimamente chequeado para qué bando y bajo qué regimiento estuvo combatiendo. El “error” de Anthony Rota, presidente de la Cámara de Diputados, al que aparentemente le dieron la misión de «hacerse cargo» del escándalo internacional, en realidad develó el verdadero signo del gobierno progresista canadiense.
Quizás como a ningún otro gobierno de los llamados “progresistas liberales” se le vio tanto la «cara de Janus» como al de Justin Trudeau: mientras nos hablaba de un mundo tolerante impulsaba la guerra, mientras nos hablaba de las minorías aplaudía a un supremacista nazi, mientras nos hablaba de libertad económica impulsaba sanciones, y mientras nos hablaba de civismo, extorsionaba con Lawfare. Y para colmo de males… ni siquiera logró una aceptación plena de la ciudadanía canadiense, cuya vida cotidiana se hace cada día más difícil, y no pueden acceder ni por casualidad a la vivienda, han bajado sus expectativas de consumo por la inflación y hasta tienen problemas de conseguir empleo, todo ello, mientras se ha instalado un absurdo libertinaje (que pretende ser el “nuevo imperativo moral”) y el fentanilo y la inmigración desquiciada, corroen la salud pública y los rasgos identitarios por igual.
Sin embargo, fue el amago de Trump de emprender un nacionalismo industrial y aplicar aranceles de hasta 25% a las importaciones canadienses lo que realmente doblegó los pies de barro de Trudeau, incapaz de salir de su fatuo discurso (con sus abultados gastos en programas ideológicos) ni de hacer sobrevalorar sus viejas complicidades con la política exterior norteamericana. A propósito, fue el mismo Trump quien sostuvo recientemente que acabaría con la «patraña woke» [woke bullshit]… entonces, cual propiedad transitiva, el gobierno canadiense, dependiente de su gigantezco socio sureño, se disolvió como azúcar en la lluvia mientras amanece el liderazgo de Trump.
¿Y quién otro hizo alusiones al tema? (hagamos memoria). Sí, claro, Vladimir Putin. El 19 de agosto pasado, el presidente firmó un decreto que autorizaba el otorgamiento de la residencia temporal a ciudadanos extranjeros y apátridas en caso de que estos compartan “los valores espirituales y morales tradicionales rusos” y se opongan a la “destructiva agenda ideológica neoliberal”. Desde la vigencia del decreto, no se necesitaría demostrar el dominio del idioma ruso ni conocer la Historia o leyes del país. Simplemente vivir una vida de la que antes llamábamos “normales”. ¿Cuáles son esos valores según los Fundamentos de la Política Estatal? Pues… patriotismo; servicio a la patria y responsabilidad por su destino; altos ideales morales; familia fuerte; prioridad de lo espiritual sobre lo material; memoria histórica y continuidad de generaciones y unidad de los pueblos de Rusia. En definitiva, axiomas para la construcción de un país cohesionado, con ciudadanos que para ser tales deben ser parte de un colectivo.
Así las cosas, Trudeau, el abanderado del “progresismo de las nuevas izquierdas”, ha caído. Es todo un símbolo. Podría ser el puntapié de la retirada de estos neo-fariseísmos (neoliberalismos disfrazados de izquierdas). Su método ha sido el siguiente: declarar herética la noción de «clase» y reemplazarla por «identidades individuales» de modo tal de esconderse bajo una falsa ilusión de pluralismo y (en el entretanto) dividir al pueblo para adormecerlo y gobernarlo en base a los requerimientos de las corporaciones globales.
En la misma senda de salida de Trudeau se irán Macron y Scholz (y Pedro Sánchez). Se advierte que los Estados occidentales están virando hacia una nueva era de nacionalismos enquistados en sus símbolos tradicionales, en el privilegio por los intereses vernáculos y la refundación de la familia como célula organizativa de la sociedad. Quizás hasta reasuman el abandonado cristianismo. Probablemente se estén inspirando en la fortaleza rusa, que hace años resiste los embates wokes, considerándolos peligrosos para la conformación y funcionamiento de la nación, o en la consistencia china, que tampoco los admite. Los pueblos occidentales, en lo más profundo de su intimidad, parecen estar despertando —lo cual es una paradoja si hablamos justamente de “woke”—, entendiendo que han perdido identidad, porque han perdido norma y límite, y han optado por la hibridez y la indefinición, convirtiendo el destino en un problema existencial. Empiezan entonces a surgir en Occidente líderes que intentan retomar la brújula civilizatoria. Veremos si realmente están a la altura de las circunstancias o hacen virajes hacia la autocracia y el despotismo, pues a veces la política actúa como un péndulo. 4
Finalmente, más allá de toda la repostería, los requisitos del pueblo liso y llano son siempre los mismos, en Ottawa, Buenos Aires o Kuala Lumpur. Los ciudadanos quieren tener una vida mejor, trabajar, formarse, progresar, «crecer y multiplicarse» (como avala el mandato bíblico), ser libres, por supuesto, dentro de un orden establecido, de civismo y de justicia social. No se puede lograr otorgando (como si fuera un bien otorgable) «libertad sexual» individual… pero quitándose el pan de cada día o, peor aún, las perspectivas futuras. Por ejemplo, en Canadá, mientras se habla de derechos, el precio medio de la vivienda ha pasado de 365.000 CAD en 2013 a a 720.000 CAD en 2024 y nadie puede acceder a ella.
Cualquier semejanza entre el caso canadiense y el argentino no es mera coincidencia: Alberto Fernández justificaba su inacción política real con anuncios sobre “la extensión de derechos” (la infame “perspectiva de género”); todo ello, mientras la inflación se hacía galopante y el costo de vida, insoportable. Ese cóctel explosivo hizo que un pueblo harto del verso (léase, del discurso falaz y retorcido) votara a un candidato (supuestamente) antisistema que prometía acabar con “la casta política”, esa entelequia acostumbrada a vender gato por liebre y manipular las ilusiones.
Pareciera ser que con más o menos radicalismos, Trudeau, Biden, Macron, Scholz y la corrupta élite de la UE, están cortados por la misma tijera. Llega un momento en que, por más creatividad poética que se tenga, no se puede sostener el verso.
Lejos, incólumes, están aquellos estadistas que la marea de gobiernos progresistas quisieron (y aun quieren) derribar a fuerza de sanciones, bombas, leyes amañadas y apretadas. Me refiero a Vladimir Putin y Xi Xinping, quienes plantearon un mundo verdaderamente diverso en su cosmovisión conjunta de la Nueva Era para el Desarrollo Sustentable Global, no hace mucho, el 4 de febrero de 2022.
Los empáticos amantes de las minorías, de hecho, esconden algo de verdad entre tanto maquillaje: reivindican los intereses de los milmillonarios (¡una verdadera minoría ínfima en términos numéricos!) y no pierden ocasión en exprimir las arcas públicas para acosar a los que se oponen a su “civilización occidental” (pos-cristiana) de nuevo diseño. (Por Christian Cirilli. Tomado de su Bitácora)
- Repasando mis apuntes de Facebook cito mi escrito el 25 de septiembre de 2022: «La Historia será testigo si Meloni se convierte en una pionera del despertar de los nacionalismos europeos, o un decepcionante bluff, dado que no tiene una tarea fácil por delante.
Italia es un país ocupado por tropas estadounidenses desde 1944 (incluso alberga armas nucleares norteamericanas), con una enorme complementación industrial al mundo occidental (G7) y con lazos «familiares» con el otro lado del Atlántico. Estimo que el lugar de Italia en Occidente no está desafiado. Lo que se está desafiando son los “valores comunes europeos”, lo cual no es poco para empezar.» ↩︎ - «El Semáforo» se refiere a la coalición de gobierno pro-atlantista y europeísta formada por el SPD o Sozialdemokratische Partei Deutschlands (rojo), los Verdes o Die Grünen (verde) y el FDP o Freie Demokratische Partei (amarillo), liderada por el canciller Olaf Scholz del SPD. ↩︎
- Se trata de partido Alternative für Deutschland de ideología nacional-conservadora, euroescéptica y según algunos críticos, veladamente neonazi. ↩︎
- El candidato del Partido Conservador de Canadá, Pierre Poilievre, está teniendo mucho asidero entre los jóvenes que no ven perspectivas de cambio y “se les va la vida”. Su frase más repetida es Everything is broken y parece que así lo perciben muchos canadienses. ↩︎