
Al final, el traumático evento transformador de Siria, donde recién se está abriendo la Caja de Pandora, o la progresiva complejidad cualitativa —con amagos de guerra nuclear o intervenciones directas atlantistas—, con que avanza la guerra en Ucrania, serían apenas episodios menos sorpresivos comparados con los planes que baraja la segunda Administración Trump para el futuro inmediato.
En los últimos días, el presidente electo que asumirá efectivamente el 20 de enero de 2025 ha dejado fluir la idea de expansión territorial estadounidense sobre los espacios árticos —lo cual incluye la subordinación administrativa, mediante un control subrepticio o la anexión directa, de los inmensos territorios de Canadá y Groenlandia, arrasando sus respectivas soberanías—, y el estratégico Canal de Panamá.
Por supuesto, existen situaciones que tienen que ver, como siempre, con intereses económicos (corredores interoceánicos) y con la explotación de recursos que se están haciendo cada día más fundamentales, como el agua, los minerales críticos y el gas.
Aunque uno sospeche de la factibilidad, los comentarios de Trump no pueden ser tomados a la ligera, máxime cuando se trata del futuro presidente de la potencia más depredadora y expansionista del planeta.
Trump viene dando titulares extremadamente polémicos (para ser suave) respecto de la relación con sus vecinos y socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) o North American Free Trade Agreement (NAFTA), México y Canadá, y esta vez elevó la vara.
Donald Trump ha venido inoculando la peligrosa idea de que Estados Unidos “subsidia” a México y Canadá, y que mejor sería incorporarlos como un Estado más de los Estados Unidos que continuar así.
Los choques con su vecino sureño ya no sorprenden. Existe una indisimulable postura despectiva en cada afirmación que compete a los mexicanos, que no es propiedad personal de Trump sino parte del habitual desdén de Washington con el “mundo latino”.
No hace falta ser demasiado detallista para conocer el expansionismo estadounidense respecto del ex Imperio Español, y en particular, sobre su vecino sureño. Quien más quien menos, todos conocemos lo fatídico que resultó ser para el recientemente independizado país hispano-azteca el resultado de la Guerra Mexicano-Estadounidense de 1846-1848; proceso que había empezado con la independencia de Tejas (Texas) en 1836, pero que se reinició con la anexión de ese Estado por parte de la Unión, en 1845. México terminó perdiendo ¡2.400.000 km²! ¡La mitad de su territorio original! (se trata de los actuales Estados de California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah, partes de Colorado, Wyoming, Kansas, Oklahoma… y por supuesto Texas, que había declarado su independencia en 1836 bajo protesta mexicana, pero que en 1845 fue anexionada a Estados Unidos).

Que ahora Trump, con una idea que definitivamente NO es nueva sino un refrito, intente catalogar a los cárteles de la droga mexicanos como organizaciones terroristas, hiela la sangre al Palacio del Zócalo, porque podría justificar una intervención militar unilateral.
La flamante presidente Claudia Sheinbaum ha rechazado absolutamente esta idea, declarando sin medias tintas que México no subordinará su soberanía. Por supuesto, la amenaza de las «listas negras» —una clásica maniobra intimidatoria norteamericana—, vino acompañada con la amenaza de imposición de aranceles de hasta el 25% a los productos mexicanos, para “que aprendan” a controlar la migración desenfrenada y “sus problemas” con los narcóticos.

Por supuesto, existe aquí una descomunal dosis de hipocresía. Primero, porque los cárteles producen o intermedian, pero rara vez distribuyen dentro de los Estados Unidos, donde existen socios locales que nunca son señalados, ni develados y poca veces son realmente perseguidos (La Cosa Nostra, que dominaba el mercado de distribución, fue prácticamente eliminada en los años 80 y 90… aparentemente). Segundo, porque existen indicios de que las mismas agencias gubernamentales que combaten las drogas, se encargan también de distribuirlas en el mercado, generando cajas negras fuera de todo control político (por ejemplo, las cosechas de amapolas en Afganistán se han cuadriplicado desde la invasión estadounidense). Tercero, porque la laxitud de considerar a tal o cual “terrorista” se ha visto recientemente con la admisión de Abu Mohammed al-Jolani como el “referente moderado” de la Nueva Siria, aun cuando tiene un palmarés exquisito de acciones y afiliaciones terroristas. Demás está decir que pesaba sobre él una recompensa de 10 millones de dólares para “encontrarlo” (¡CNN lo encontró enseguida para entrevistarlo!), pero ya fue convenientemente anulada. Cuarto, porque los mismos cárteles mexicanos se nutren del armamento del Complejo Militar-Industrial, en su División de armas ligeras y no tan ligeras. Y quinto, porque el fenómeno de la migración “descontrolada” es un asunto fariseo: el rechazo social de los locales se ve compensado invisiblemente por sus voracidades económicas.
Además… ¿Alguien recuerda este caso? (por eso digo que es un refrito)

El viernes 3 de marzo de 2023, cuatro ciudadanos estadounidenses (una mujer, 3 varones) que se habían dirigido hacia la ciudad fronteriza de Matamoros, en Tamaulipas, noroeste de México, fueron secuestrados. Todos saben que la ciudad está dominada por el Cártel del Golfo, que ha sufrido de divisiones internas y luchas por el poder. Aun con los riesgos, muchos se arriesgan al narco-menudeo por una cuestión de costos. Al principio fueron tildados de “estudiantes” 1 por la prensa estadounidense. Pero pronto se supo que todos tenían antecedentes criminales —incluyendo cargos por drogas—, y que no fueron confundidos con una banda de haitianos. Los nombres de los implicados eran Latavia Washington McGee (la mujer), Shaeed Woodward, Eric James Williams y Zindel Brown, todos de South Carolina.
¿Por qué fue importante esta cuestión como antecedente? Pues porque superó la trama policial. De los secuestrados, dos murieron (Brown y Woodward). Hasta parece haber habido algún “contacto” de altísimo nivel que hizo que liberaran al resto. Pero el Departamento de Estado se desgastó en protestas sobre “sus ciudadanos” y sobre que “algo se debe hacer”. Esto se sumó a la opinión del congresista demócrata Dan Crenshaw, quien junto con el republicano Michael Waltz, presentaron ya en febrero —anticipándose al secuestro —una iniciativa para que U. S. Army pueda intervenir directamente en territorio mexicano para combatir al crimen organizado, bajo el argumento de la seguridad nacional. El senador republicano John Neely Kennedy fue otro gran impulsor de la demonización del gobierno mexicano por aquél entonces. ¡Pero que brillante timing!
La vergonzosa endeblez de los argumentos del senador Kennedy para acusar al gobierno mexicano de narcotráfico y tráfico de personas no debería restar importancia al hecho de que conforman parte de una campaña de convencimiento para presionar internacionalmente, o peor aun, acometer acciones concretas contra el país hispanoamericano.
De mientras, el ex fiscal (bajo la Administración Trump) William Barr acusó al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador de ser “el principal facilitador de los cárteles” 2, una acusación gravísima, considerando que en 1989, Panamá fue invadido bajo la excusa de que su propio gobierno era parte del narcotráfico internacional (por supuesto, cuando estaba por expirar el Acuerdo Torrijos-Carter que le daba la soberanía del Canal al estado centroamericano). Casualmente… México había logrado reformar la Ley Minera y nombrar al litio como propiedad del Estado 3 en febrero de ese año.
Ahora hablemos de Canadá, al que también le ha llegado el turno. Canadá es, sin duda, uno de los mayores aliados estadounidenses y su lealtad nunca estuvo puesta en duda. Últimamente, colaboró en las siguientes tropelías impulsadas o planificadas por Washington:
- El acoso judicial a Meng Wanzhou, directora financiera de Huawei, e hija del general del Ejército Popular Chino Ren Zhengfei, fundador de la compañía, detenida en el Aeropuerto Internacional de Vancouver el 1 de diciembre de 2018 a pedido de Estados Unidos, acusada de violar las sanciones estadounidenses contra Irán mediante una subsidiaria llamada Skycom.
- La acusación de Canadá a las autoridades indias por el asesinato, en junio de 2023, del líder sij Hardeep Singh Nijjar, hecho acaecido en Surrey, Columbia Británica. Nijjar era un activista que apoyaba la creación del Jalistán, y por tal motivo, era considerado “un terrorista” por Delhi. Canadá ha protegido a la comunidad sij, teniendo en su territorio la mayor diáspora. Delhi ve en ello un apoyo indirecto de Canadá al separatismo y a la partición de su territorio (no olvidemos que India es especialmente sensible a esa idea porque perdió parte de su territorio cuando se formó Pakistán y luego, Bangladesh).
- El ferviente apoyo a Ucrania en su «guerra de diseño» contra Rusia, no solamente por ser miembro de la OTAN y súbdito de la Corona británica, sino por sus aceitados vínculos con los banderistas, que datan desde la Segunda Guerra Mundial. El rol de Canadá quedó «al descubierto» el 25 de septiembre de 2023, cuando el PM canadiense Justin Trudeau invitó a Volodimir Zelenski al Parlamento y juntos “homenajearon” a un “luchador por la libertad” de 98 años … que terminó siendo Jaroslav Hunka, un ex soldado de la 1ª División SS «Galitzien», la cual participó en numerosas matanzas de civiles ucranianos, judíos, polacos y eslovacos. ¡La misma vice primera ministra y ministra de Finanzas Chrystia Freeland es nieta del nazi ucraniano Mykhailo Khomiak y habla fluido ucraniano!
A esos servicios desinteresados de Ottawa, mal le estaría pagando Trump ahora con sus declaraciones escandalosas.
Según sus recientes comentarios, Canadá debería convertirse en el “estado número 51” de Estados Unidos, para lo cual ya habla de Trudeau como “el gobernador”.

Las “humoradas” de Trump y sus amenazas de aplicar aranceles del 25% para “evitar subsidiar” a su vecino han provocado una auténtica crisis política en el país de la hoja de arce: la ministra de Finanzas, Chrystia Freeland, ha discutido con Trudeau sobre cómo enfrentar la amenaza arancelaria y terminó renunciando por “diferencias irreconciliables”.
El sistema político de Canadá ha entrado en panic attack por una simple amenaza velada de Trump…
De hecho, el líder opositor Pierre Poilievre no tuvo contemplación: “Los liberales del New Democratic Party crearon un infierno inmobiliario en la Tierra. En 9 años, su inmigración descontrolada, la impresión de dinero y la burocracia que bloquea la construcción de viviendas duplicaron los costos de la vivienda”.
No obstante, la mayor debilidad de Canadá es su enorme dependencia del mercado estadounidense, gracias al TLCAN, que los ha encerrado prácticamente en un «monomercado». Canadá representó unos 437.000 millones de dólares de las importaciones de Estados Unidos en 2022. Alrededor del 75% del total de sus exportaciones tiene por destino allí. Si ese mercado se les cierra, entonces las cuentas públicas estarán en serios problemas.
Pero lo que más causó estupor fue la pretensión de Trump de “comprar” Groenlandia —la isla más grande del mundo, con 2.166.000 km²—,a Dinamarca 4, afirmación que nunca tuvo ni siquiera un dejo de tono jocoso. Por el contrario, ya nombró a Ken Howery —cofundador de PayPal junto a Elon Musk—, como su próximo embajador en Copenhague, para que articule una «oferta hostil» (¿Como la que le hicieron a México en 1853?) para la compra de esa enorme masa continental.
“Por motivos de seguridad nacional y libertad en todo el mundo”, escribió Trump en Truth, “Estados Unidos de América considera que la propiedad y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta”.

Obviamente, Groenlandia está adquiriendo mayor relevancia a medida que se acelera el deshielo del Ártico, abriendo una competencia comercial naval (en las aguas adyacentes) y minera (se sabe que existe uranio, zinc y tierras raras, este último mercado, controlado por China).
Pero adquiere aún más importancia por cuánto Rusia es el máximo jugador en la zona del casquete polar ártico, apostando desde hace años por potenciar las tropas árticas y nutrirla de una flota de 40 rompehielos (muchos nucleares). Se le suma el hecho, además, de que la Federación tiene TODO EL NORTE de su propio país apuntando a dicho casquete, a diferencia de Estados Unidos, que solo puede acceder por Alaska, pero se encuentra con Canadá y Groenlandia (Dinamarca) interponiéndose en el camino.
Vean este excelente mapa de The Political Room:

Por otra parte, no todo pasa por la procuración de energía (la gran causa de las guerras, sin duda). También están los corredores económicos…
La Ruta del Ártico se está haciendo cada día más navegable gracias a la consistencia menor de los hielos. Notablemente se vuelve una “avenida rusa” si consideramos, por ejemplo, en enlace entre los esenciales puertos de Vladivostok y San Petersburgo, que encima reduce la distancia y tiempo en un 40% respecto de la Ruta de Suez (ergo, reduce sensiblemente los costos), como así también, el peligro de bloqueos o ahorcamientos, dado que la ruta se haría mucho más segura ante posibles hostigamientos. Probablemente a ello se refiera Donald Trump cuando habla de “seguridad nacional”: no desea que los rusos dominen totalmente la Ruta del Ártico.

Considérese la importancia que tiene navegar por una ruta segura ahora que fue emboscado (saboteado) y hundido el buque insignia de la flota mercante rusa, el MV Ursa Major, mientras navegaba por aguas internacionales en el mar Mediterráneo, este 23 de diciembre de 2024. ¿Y saben de dónde hacia dónde iba la embarcación? Desde San Petersburgo a Vladivostok, llevando una carga de dos grúas portuarias de 380 toneladas cada una y componentes para rompehielos, como parte de los esfuerzos estatales para desarrollar puertos y la ruta marítima del norte a través del Ártico. ¡Pero miren qué gran casualidad!
Rusia ha venido incrementando la militarización de la Ruta del Ártico, a la que considera como un Mare Nostrum. De hecho, ha exigido permisos a cualquier tercero para navegarla o la inclusión de un tripulante ruso en los buques de otra nacionalidad, mientras Occidente se ampara en el “paso inocente” y la Ley del Mar.
Maniobras de los recursos aéreos de la Armada Rusa —específicamente cazas tácticos MiG-29K e interceptores MiG-31— en la Ruta del Ártico.
Pero existe, en las suspicacias de Trump, un actor inesperado que ni siquiera forma parte del Ártico: China.
Si bien China no tiene forma de expandir naturalmente su territorio hacia el casco polar norte, sí lo ha hecho creativamente, a través la Iniciativa de la Franja y la Ruta, para lo cual destinó un capítulo a la Ruta de la Seda Polar.
Por supuesto, la llegada de China a la zona viene reforzada por la “Amistad sin Límites” con Rusia consagrada el 4 de febrero de 2022 en la Declaración Conjunta Entrando en una Nueva Era y el Desarrollo Sustentable Global.
El gobierno de Joseph Biden ha tenido estas preocupaciones en mira, pero lejos de proponer la compra de Groenlandia o la absorción (como si fuese de una empresa) de Canadá, fue por la ampliación de la OTAN en búsqueda de Suecia y Finlandia, países escandinavos nórdicos que, si bien no tienen salida al Mar de Barents, si pueden acosar Múrmansk [Gadzhievo], la gran base de submarinos nucleares rusa. Pero lo más importante es que aunque no tienen costas directas al Ártico, ambos países forman parte del Consejo Ártico, logrando que 7 de los 8 países miembros allí sean de la OTAN. Bajo la argucia de la guerra en Ucrania y el “expansionismo” ruso, Biden se ganó unas fichas para la disputa del Ártico.

¿Y qué podemos decir de la amenaza de Trump respecto del Canal de Panamá? El presidente electo calificó de “estúpido” que Estados Unidos acordara en la década de 1970 devolver el canal al control panameño tras un periodo de control conjunto. Acusó a Panamá de cobrar a los transportistas estadounidenses unas tasas “ridículas” (exorbitantes) y “sumamente injustas”, y prometió que pondría fin a ellas.
“Esta completa estafa a nuestro país cesará inmediatamente”, dijo. De no ser así, “exigiremos que el Canal de Panamá sea devuelto a Estados Unidos”.
Como era de prever, el presidente panameño, José Raúl Mulino, dijo en un video que “cada metro cuadrado del Canal de Panamá y sus zonas adyacentes es parte de Panamá, y seguirá siéndolo… La soberanía e independencia de nuestro país no son negociables”. No se sabe cómo defendería el canal sin fuerzas armadas, disueltas por Estados Unidos tras su invasión de 1989.
De hecho, en muchos latinoamericanos estas palabras reviven el drama de la invasión estadounidense [Operation Just Cause] a Panamá el 20 de diciembre de 1989, bajo la flamante presidencia de George H. W. Bush, con el fin de ¡capturar al presidente! (y agente de la CIA, que irónicamente estuvo bajo la jefatura de Bush) Manuel Noriega… acusado de narcotráfico. El motivo real era la reafirmación del control militar estadounidense sobre la Zona del Canal de Panamá. Unos 4.000 panameños murieron durante el asalto por parte de unas 25.000 tropas estadounidenses.

Por supuesto, las palabras de Donald Trump parecieran tener un efecto más proclive a generar presión para negociaciones que una intención verdadera. Pero no se trata tampoco de subestimar ni probar la voluntad de Estados Unidos. Ya hemos visto cómo la gran potencia norteamericana crea “situaciones” para sus injerencias y cómo irrespeta Tratados, Pactos e incluso sus propios Listados de Terroristas, y llega a puntos extremos como intervenciones militares directas.
El uso de aranceles para “disciplinamiento” es una forma de hacer política de Trump, y esa amenaza, ya deja manifiesta la debilidad de sus socios canadienses y mexicanos, muy dependiente del mercado estadounidense. Ni hablar con Panamá… un país que es prácticamente una colonia estadounidense, y que ha sido destinado a ser un paraíso fiscal donde irónicamente… lava dinero el narcotráfico.
Asimismo, el tanteo con Groenlandia puede que nunca pueda efectivizarse, pero sí pone sobre el tapete su interés irrenunciable en el Ártico, al que probablemente pueda acceder mediante algún acuerdo de Defensa bilateral o simplemente por ser el único miembro decisor de la OTAN. Es gracioso ver a los daneses “reforzando” la defensa de la isla con despliegues de los novísimos cazas F-35… recientemente comprados a Washington, quien tiene la potestad de inutilizarlos simplemente retirándoles el apoyo pos-venta. (Tomado de La Visión: Bitácora de Christian Cirilli)
- Como los que estaban en la isla caribeña de Granada antes de la invasión estadounidense de 1983 y los que estaban en Panamá, antes de la invasión estadounidense de 1989. ↩︎
- “No es ni siquiera aceptable que nos certifiquen, que digan si hay o no terrorismo en un país ¿Quién les da esa facultad? (…) Es una manía de considerarse el gobierno del mundo”, dijo AMLO en aquélla oportunidad. ↩︎
- “Lo que estamos haciendo es nacionalizar el litio para que no lo puedan explotar extranjeros, ni de Rusia, ni de China, ni de Estados Unidos. El petróleo y el litio son de la nación, del pueblo de México, de ustedes, de todos los que viven en esta región de Sonora, de todos los mexicanos”, determinó el presidente. ↩︎
- La compra de territorios no es una técnica inhabitual para Estados Unidos. Como cité en el artículo, Estados Unidos le compró a México en 1853 La Mesilla, para completar aquello que había conquistado por las armas. Pero en 1867, Estados Unidos compró Alaska al Imperio Ruso, que estaba en una situación financiera difícil y además, no podía sostener esos territorios. En 1917, le compró a Dinamarca las Islas Vírgenes (conocidas entonces como Indias Occidentales Danesas). Es menester señalar que Harry S. Truman quiso comprar Groenlandia después de la Segunda Guerra Mundial, como parte de una estrategia de la Guerra Fría para mantener a raya a las fuerzas soviéticas, pero Dinamarca denegó su venta. ↩︎
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