El heterosexual bestial

El heterosexual bestial. Ilustración: Carlos Daniel Hernández León
El heterosexual bestial. Ilustración: Carlos Daniel Hernández León

Macho alfa, líder de la manada, lobo con los colmillos enchapados en oro, que se respete se acoteja el pantalón cada dos por tres, como si le molestara tanta ropa.

El varón espalda plateada va al gimnasio como si fuera a la iglesia. Se ofrece una misa a sí mismo. Se besa los bíceps con más cariño que a la mujer que más haya odiado. Se mira en los espejos de las shoppings y se embelesa con sus definiciones. Es un Narciso en MLC, un Adonis dopado en el creatina.

El tipo, y no falta decir más nada, con “El Tipo” basta, no se enamora. ¿Qué cazador ha llorado por una presa? Ellas no se merecen sus lágrimas. Esas las almacena para cuando el Real Madrid pierda, para cuando Cristiano Ronaldo reconozca que no es más que otro cristiano.

El hombre pecho peludo, descendiente de los vikingos que tomaban cerveza en los cuernos huecos de los dragones, está atento a su entorno. Nada se le escapa. Esas puntillas debajo de la blusa, los encajes que se marcan en el vestido, el filo —el filamento de oro del short—. Todas ellas esa tarde cuando decidieron ponerse esas ropas formaron parte de una conjura para robarle los ojos, para hacerlo perder la calma. El mundo es demasiado cruel para los bonitos.

El exceso y excedido en el amor no puede contener sus impulsos. Dios trabajó siete días para que él fuera feliz. Todo lo hizo para su disfrute. No hay nada que no pueda tomar para sí. Por la sagrada ley del heteropatriarcado, escrita por Adán en el árbol del Edén, mientras Eva recogía manzanas para no morirse de hambre, todo le pertenece.

El matador que grita cuando una cucaracha vuela no puede comer plátano, porque no hay una forma heteresexual de hacerlo; y no salta los charcos, porque parece bailarín y eso es cosa de cisnes y Alicia Alonso, en vez de ello, se enchumba las zapatillas.

El guerrero que nunca dejó un campo de batalla a medias siempre será el mejor sexo que ella, la ingrata —que lo abandonó a la primera galleta, aunque él se rebajó y pidió disculpas— recuerde. Nunca encontrará alguien que la enloquezca tanto como, según él, hizo. Tampoco hallará a quien la quiera tanto sin quererla una pizca.

El tiburón de discoteca que, cuando observes la aleta sobresalir por la madera de la barra, pon a tu hija, a tu sobrina a salvo, porque esta noche nadie las protegerá; se cree tan hermoso como su madre siempre le ha dicho que es. Solo hace más ruido que él, el motor de su carro, sea real o el que dice que está en el taller, en el taller de su imaginación.

El animal —¡la animality, mami!— no se enamora, solo aumenta números. Es más rayas que tigre. Si esa muchacha de ojos profundos y negros, como un pozo de petróleo, le pide permiso para pasar, entonces, ella “está muerta con él y solo espera que la rescaten con un beso francés”. Ella antes estaba muerta. Solo cuando él llegó ella comenzó a vivir realmente. Lo anterior era pura duermevela”.

Ese consume gramos y gramos de suplemento YouTube donde explican la mejor manera de ser hombre; porque un hombre se calcula por cantidad de muchachas que hayas conquistado, una encima de la otra, hasta llegar al cielo.

El heterosexual bestial está ahí, preparado para su próxima víctima, que exhibirá como un trofeo, para especular de capacidades y estadísticas, para demostrarnos que no hace falta corazón, solo algo parecido a este.

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