Aprender a vivir entre penumbras. Fotos: Del autor
Durante sus años de infancia, Yusmel Fernández González no entendía cómo la pelota se desvanecía en el aire como por arte de magia segundos antes de intentar su captura. En el improvisado terreno de béisbol, siempre quedaba expuesto ante la mirada acusadora de sus amigos, cuando la bola caía justo asu lado.
Entonces, sentía la misma sensación de angustia que cuando le regañaban “por no mirar bien por dónde caminaba”. Él no quería tropezar una y otra vez con los continuos objetos que se cruzaban en su camino y se le hacían invisibles, sobre todo al caer la noche. Nunca lograba distinguirlos.
No fue hasta que visitó una institución de Salud que alcanzó algo de claridad sobre lo que le ocurría. Necesitaba saber por qué aquella pelota se esfumaba en las alturas justo antes de caer, o los postes se atravesaban en su trayecto sin él apenas percatarse. El día que todo se aclaró, que supo que no era tan pésimo jugando béisbol como algunos pensaban, también fue el día más oscuro de su joven existencia. Le informaron que su vida podría sumirse en una eterna penumbra.
“Mamá, su hijo padece retinosis pigmentaria, patología que irá agudizándose con el paso de los años”, fueron esas las palabras que escuchó de una doctora, y que resultaron inentendibles para sus 10 años de edad.
Esa mañana, en un hospital de su natal Santiago de Cuba, también escuchó las tantas restricciones a las que se enfrentaría, producto de su padecimiento.
Con desconcierto, miraba los labios de la galena enumerar las tantas limitaciones que condenaban su infancia: ya no podría correr con sus amigos ni trepar los árboles de mango bizcochuelo; lo obligaban a rehuir de esa la luz mañanera que tanto disfrutaba en el rostro. “¡Nunca más podré mirar al sol!”, se dijo. Desde ese día, no podría realizar esfuerzo físico.
Por más que retumbaran en su mente las palabras “retinosis pigmentaria”, no llegaba a comprender qué le sucedería en realidad. Algo sí tuvo claro: corría el riesgo de ser un niño sin niñez.
Afortunadamente, el efecto de aquella amarga experiencia fue aplacándose con el transcurso del tiempo. Halló un refugio en el taller donde su padre reparaba equipos electrodomésticos de manera empírica pero con gran destreza.
Desde pequeño, sus ojos infantiles se detenían con fascinación en la armazón de circuitos y piezas que descansaban en la mesa de su papá. El interior de un televisor o una grabadora se le antojaba un universo desconocido que precisaba dominar. Quizá, fue la forma que halló de mostrarle al mundo que nunca las limitaciones de su enfermedad se convertirían en una barrera parasu desarrollo.
Con ese ímpetu, asombró a todos sus compañeritos de clase cuando inventó una alarma con tan solo una bobina y unas pilas viejas. Desde entonces, dejó de ser el débil visual para convertirse en el innovador más sagaz del aula.
***
Su pasión por la electrónica le motivó a cursar estudios de mantenimiento eléctrico en el Politécnico Álvarez Berrier Cruz de su ciudad natal.
Como en su etapa estudiantil anterior, prefería sentarse muy próximo a la pizarra, en la primera mesa del aula. Sus profesores, al tanto de su enfermedad, le permitían que apenas copiara en la libreta. Eso sí, ante cualquier pregunta, era el primero en responder.
Con los ojos entrecerrados memorizaba cada lección. Con las asignaturas de ciencia se daba festín, desatando todas sus aptitudes. Las fórmulas matemáticas y físicas eran su plato predilecto. Se las representaba en su mente y en una pizarra imaginaria desarrollaba todo el ejercicio.
Así fue que descubrió la Ley de Ohm, una ecuación básica para entender los fundamentos de los circuitos eléctricos. La simple fórmula de V=IR establecía la relación entre tensión (V), corriente (I) y resistencia (R), y le develaba el universo que siempre quiso abarcar.
***
En un taller de reparaciones de la Empresa Provincial de Servicios, ubicado en la calle Santa Rita del barrio Playa, un técnico ha alcanzado fama por su precisión y habilidad a la hora de arreglar los equipos electrodomésticos.
Decenas de clientes llegan cada jornada hasta ese lugar, para rescatar sus ollas arroceras o multiusos del confinamiento, si la rotura no encuentra solución.
Por suerte, del otro lado de la mesa del taller se encuentra Yusmel Fernández González, que a sus 49 años ha dedicado toda su vida a la electrónica.
Con unas gafas oscuras y la mirada perdida en algún punto de la pared, dialoga diáfanamente con los usuarios, mientras roza con sus manos el interior del equipo.
Más allá de su invidencia, no deja de despertar admiración, pues su calidad como reparador ha trascendido las fronteras de esa comunidad. Los asiduos al taller no se explican cómo logra reconocer cada marca de los equipos con tan solo sostenerlo entre sus manos.
“Con tocarlos, ya sé de qué modelo se trata y las características de su instalación eléctrica. Todos esos circuitos están en mi mente”, comenta, mientras ubica con sus dedos un tornillo, a la vez que con la otra mano acerca el destornillador.
No se trata del acto de un prestidigitador, los años de práctica le han permitido conocer dónde va cada aditamento. Se sabe además todos los circuitos de memoria, lo que le permite determinar con prontitud cuál es la falla y cómo solucionarla.
Con los años, el tacto y el oído se le han desarrollado sobremanera. Con solo un roce a un tornillo o cable puede calcular si está oxidado o no, o si debe ser cambiado. Toda su labor la realiza sin mirar apenas la olla. Sus ojos están protegidos detrás de los cristales oscuros de sus gafas y la mirada dirigida algún punto del salón. Así evita los fuertes dolores de cabeza que le provocaría fijar la vista.
Luego de dos operaciones que le produjeron cierta mejoría que le posibilitó incluso montar bicicleta, una mañana su esposa le alertó cómo se había hecho habituales nuevamente sus continuos tropiezos con los objetos de casa.
Era la señal de que la enfermedad había regresado, esa vez, de manera irreversible. Lejos de amilanarse, se aferró a su faena y descubrió que la falta de visión le han convertido en quien es hoy: un avezado reparador.
Se agenció un bastón que se ha convertido en su fiel acompañante, el cual alerta a los transeúntes de la presencia de un invidente y le advierte de los obstáculos en las aceras. Con pesar, comunica que más de una vez se llevó una reprimenda al chocar con algún individuo.
Una intensa niebla se ha apoderado de sus ojos. Si de niño no poseía campo visual, hoy Yusnel no advierte cuándo se hace de noche. No obstante, desarrolla sus actividades con total independencia. Y cuando su esposa sale a trabajar fuera de la provincia, le organiza cada muda de ropa con la que se vestirá en la semana. También es capaz de elaborarse los alimentos.
“Eso sí, no distingo si mi ropa tiene churre”, expresa con una sonrisa maliciosa.Solo el olor del detergente, del que se atrevería a mencionar la marca, le hace caer en la cuenta de que las prendas están recién lavadas.
***
Yusnel se desplaza hasta su trabajo bien temprano en la mañana. Lo mismo aborda un ómnibus local que la motocicleta de algún motorista conocido.
“Mi habilidad como técnico responde a esa niebla permanente que me acompaña. Como no diviso nada durante mis trayectos, voy planteándome nuevos desafíos en la solución de alguna rotura”.
De esa práctica habitual de abstraer su mente y recrear los circuitos y complementos de un equipo, creó un dispositivo que suena si el artefacto está consumiendo o no energía, lo que le anuncia si el arreglo fue efectivo.
“Hasta ahora —asegura— nunca me han regresado una olla con desperfecto una vez que yo la haya arreglado”. Y lo expresa sin pizca de vanidad. Jamás ese sentimiento le ha rondado, porque su existencia, marcada por tantos tropiezos, lo ha convertido en una persona resuelta, con grandes ansías de superación, pero humilde.
“Siento gran satisfacción cuando las personas me agradecen una reparación. Me hace sentir que puedo valerme por mí mismo. Esa ha sido mi mayor aspiración desde que supe de mi enfermedad.
“Es cómo aprender a vivir entre penumbras y alcanzar la plenitud”, resume, mientras deposita en un recipiente todas sus herramientas de trabajo. Luego, toma su bastón y emprende el viaje de regreso a casa. De camino, seguramente, repasará la Ley de Ohm y recreará en su mente el funcionamiento de un aparato electrónico al que buscará, siempre con éxito, una solución.