Vida en Serie: Aquí no, aquí no…

Serie Aquí no hay quien viva
Aquí-aquí-aquí no hay quien viva,
aquí no, aquí no…
Todos los días son así,
no podía imaginarlo cuando vine aquí.
Solo buscaba algo de paz,
y me despierto cada día en medio de un huracán.

La risa, ese don que destruye los miedos y libera el alma. Cuán necesaria es en los momentos difíciles, y qué difícil de lograr. Por eso admiro tanto las obras y los artistas que consiguen hacernos reír. Por eso admiro y quiero tanto a «Aquí no hay quien viva«, la mejor comedia que no he visto nunca por televisión, pero la que sin dudas más veces he visto.

Es increíble el calado que dejó en el ámbito hispano, Cuba incluida, esta serie emitida entre 2003 y 2006, llegada aquí en DVDs de préstamo y contrabando con algo de retraso, vista y vuelta a ver miles de veces por espectadores que trascendemos el término de espectadores para denominarnos “fieles”. Los responsables de su culto, del boca a oreja en la clase y en el trabajo, del “¡Tienes que verla, lo más cómico que verás en tu vida!”.

Con el paso de los años, lo que inicialmente me cautivó por meramente “cómico” me parece ahora de una categoría superior. Aquí no hay quien viva es Molière, Lubitsch, Wilder, la comedia humana en su mejor tradición. Diálogos chispeantes de ingenio y una puesta en escena de absoluta hilaridad. Un análisis de su país y su sociedad que, en última instancia, resulta universal porque habla de todos nosotros.

A lo mejor por haber crecido entre apartamentos, enterado de los chismes del barrio sin pretenderlo, rodeado de ese muestrario de la humanidad que es siempre un vecindario variopinto, disfruto tanto la manera en que los hermanos Laura y Alberto Caballero, guionistas y creadores del proyecto, describen de inicio a fin las ruindades, aspiraciones, enredillos, defectos, virtudes y cada vez más escasas bondades de una comunidad de vecinos que puede ser la tuya, que puede ser la mía.

Ese edificio de tres pisos en la ficticia calle Desengaño —que por el nombre no invita a vivir o buscar la felicidad en ella—, alberga seis viviendas, más un ático, una portería y un videoclub. En la brevedad de ese espacio, que al espectador le resulta inmenso, rico en situaciones e imaginería, he desarrollado desde niño no solo mi afición a la serie, sino el gusto por los guiones bien construidos y la organicidad de un trabajo cohesionado, como debe ser el televisivo, y, por si fuera poco, mi sentido del humor personal. ¡Qué favor tan grande! Somos lo que leemos, lo que vemos.

Dentro de cada apartamento acontece siempre un conflicto distinto, desde las crisis de Juan Cuesta, “presidente de la comunidad”, hasta la representación más atinada que he visto jamás de la homosexualidad, en casa de los dos “solteros” Mauricio y Fernando, teniendo en cuenta el tratamiento que este tema solía padecer en aquellos tiempos. El ático, a su vez, tuvo el desternillante episodio Érase una de miedo, donde lo convertían en escenario de una absurda película de terror y que, por algún motivo, suele estar entre los favoritos de la gente. Y el videoclub, cosa esperable, pasó por la fase funeraria, la fase disco-pub, la fase Radio Patio…

Ah, sí. Radio Patio. ¿Cómo olvidar la definición perfecta del cotilleo de barrio, del marujeo encarnado en tres viejas graciosísimas? Flor, Fauna y Primavera, Las Supernenas, las Chicas de Oro, las Brujas de Eastwick o como las hayan llamado tantas veces sus víctimas de espionaje: la incendiaria Maritza, la tonta Vicenta y la odiosa Concha. Una, bebedora de “chinchón” y fumadora empedernida “desde que la dejó Manolo”; la otra, virgen a los 70 pero confiada de que no se le haya “pasado el arroz”; y la restante, la viva encarnación de lo más retrógrado de una España profunda, con el “¡Váyase, señor Cuesta, váyase!” en la punta de la lengua en cada junta de vecinos.

Serie Aquí no hay quien viva

Personajes de lo más variados, interpretados por el elenco mejor escogido posible, a lo largo de cinco temporadas se entrecruzan por las escaleras o en el siempre estropeable ascensor y, juntos o separados, pasan por desalojos, reformas, robos, secuestros, gobiernos, desgobiernos, bodorrios (¡el capítulo de la boda de Emilio!), embarazos, un inolvidable bautizo, denuncias, mal de ojo, rebeliones… Sí, rebeliones. Por ejemplo, los fumadores del edificio, con el impredecible Mariano a la cabeza, salido de la sauna en toalla “a lo Espartaco”, emprenden un motín contra la presidencia del inmueble, por haber prohibido su hábito predilecto en las zonas comunes. Así de insólitas, pero siempre justificadas y cultivadas en el magnífico libreto, se dan las cosas en Desengaño, número 21.

Mencionaba a Mariano y a Emilio, no por casualidad una de las duplas más entrañables que recorren el lugar. Son padre e hijo respectivamente, cohabitan en la portería desde la primera temporada y a ellos pertenecen quizá los momentos en que más me he reído de todo el show. Quisiera en la vida real ser como ese Mariano que cada vez que abre la boca me deja frío con todas las profesiones que domina y las mujeres con las que ha estado, seguro de sí mismo y turbiamente culto, declarado latin lover, metrosexual y hombre moderno aunque su aspecto contradiga en ridículo su aplomo. Mi personaje favorito y uno de los secundarios imprescindibles, a mi conocer, de la televisión española.

El ya citado Emilio, por su parte, es el alma de la serie. En efecto, la pareja de Roberto y Lucía se muda nueva al principio para que con ellos lo haga a la par el espectador, el matrimonio de Juan y Paloma Cuesta es una delicia de ambición y parodia del mundillo político, la llegada de la familia Guerra da guerra desde el momento inicial, las viejas siempre andan detrás de la noticia montando guardia en la mirilla (¡llegan a instalar tres en la misma puerta!)… pero Emilio, el torpe y encantador portero, es el responsable de los primeros ataques de risa y momentos realmente emotivos. Eso no se lo va a quitar nadie, por mucho desarrollo de personaje que le espere.

“Un poquito de por favor”, su frase característica, es uno de los patrimonios inmediatos de la serie. Hasta en un espacio humorístico de nuestro país fue copiada, sin que lograse trasladar la esencia tan divertida que cobra en voz de Fernando Tejero. Claro, una muletilla brillante dentro de auténticas joyitas con las que su intérprete nos deleita, como la escena donde se hizo pasar por árabe (en el episodio del niño perdido y adoptado por todos a la vez, uno de los más conmovedores), o líneas del tipo “Para hablar me levantan la mano, y para insultar también me la levantan” al comienzo de las juntas “en casa del presi”.

Todos tienen momentos geniales. Todos: Tejero, José Luis Gil, Loles León, Isabel Ordaz, Luis Merlo, Eduardo Gómez, Mariví Bilbao, Gemma Cuervo, Emma Penella, Eduardo García, Malena Alterio… Es injusto seguir, porque seguiré olvidando nombres. Casualmente, al repasar los que recién menciono, me acuerdo de que la mayor parte de Aquí no hay quien viva ha desfilado por La que se avecina.

El universo de Mirador de Montepinar, sobre el cual escribiremos un día de estos, ha intentado en enésimas temporadas recuperar la magia de su predecesora, de la cual calca la fórmula, el reparto, la musicalidad a capela y más de una idea argumental. No lo ha conseguido. Se ha convertido en otra cosa. De legítimo gusto para la audiencia, a mí mismo me ha hecho gracia en etapas más afortunadas que otras, pero dista mucho de la calidad, el refinamiento y los puntos álgidos de excelencia que Aquí no hay quien viva alcanzaba en casi la totalidad de sus capítulos.

Mientras, esta sigue impoluta, sobre todo en las tres primeras temporadas. A la espera de nuevas revisiones por mi parte y de nuevo público al que recomendarla. Futuros fanáticos en su mayoría, seguro estoy. Ojalá gocen con ella y con las locuras que atesora, y se vean identificados para reírse de sí mismos, pero que también reflexionen sobre la marcha.

En medio de este contexto tan convulso, ojalá los próximos vecinos de Desengaño 21 asimilen, sonrisas aparte, la lucidez y madurez que esta serie puede proveer al que la ve. Gracias a eso, entre otras cosas, es que hago el esfuerzo cuando no hay quien viva, donde no hay quien viva.

Mete en una coctelera
un trueno, un terremoto y un volcán,
y tendrás esta escalera.
Aquí-aquí-aquí no hay quien viva,
aquí no, aquí no…


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