El Cinematógrafo: Hojas de otoño

El Cinematógrafo: Hojas de otoño
El Cinematógrafo: Hojas de otoño

Dentro de la cosecha de premios correspondiente al cine del pasado año, en las categorías norteamericanas de Película Internacional (hasta hace poco era Habla No Inglesa) destacaban tanto La sociedad de la nieve, La zona de interés, Anatomía de una caída, que se ha reparado poco en la importancia de una habitual nominada. Menos “extraordinaria” a ojos del gran público, como ocurre con su director, y no siempre valorada lo suficiente por la crítica: Kuolleet lehdet, universalmente llamada Fallen Leaves y por nosotros Hojas de otoño, de Aki Kaurismäki.

Quien conozca al menos una película del escandinavo sabe cuán difícil es describirle, siquiera recomendarle, porque es como tener un maestro del cine mudo en estos tiempos donde el actual es tan hablado y a menudo ruidoso, donde hay tan poca paciencia frente a la pantalla y menos aún interés por esas historias en las que aparentemente “no sucede nada”, o sucede muy lento, o muy pocas cosas, y sin embargo nos dejan como si un tren de cargas hubiese pasado por encima de nosotros.

Kaurismäki es tan sutil como aplastante, y para darnos cuenta solo es necesario dejarnos llevar. Esto implica a su vez el simple acto de mirar. Sin el móvil en la mano y con la mente despierta entramos mejor en su estilo, en la crónica de la normalidad, en ese mundo que domina tan bien como si lo hubiese inventado, tanto que no parece planificado según qué rodaje, ni que haya un director componiendo planos perfectos y una simetría dramatúrgica a la que no estamos acostumbrados en el género social.

El Cinematógrafo: Hojas de otoño

Cuando vemos la paradigmática La chica de la fábrica de cerillas y enlazamos al Kaurismäki de los 80 con el de los 2020’s, nos damos cuenta de unas constantes: los planos iniciales de cada una; la naturalidad con que retrata la pobreza; la elección de protagonistas poco espectaculares pero atrayentes; sus recorridos por la ciudad a lo Jean-Pierre Melville, que podemos seguir aburridos en un extremo o intrigados en el opuesto, por el suspense de a dónde van y allí qué harán; las noticias de otros conflictos y otros lugares que transmiten los medios; las canciones que escuchan de casualidad y no parecen casuales; la necesidad de algo que les saque del hastío en que respiran, trabajan y sueñan. Solo que, en el caso de Hojas de otoño, se nota esa perfección rítmica y visual del autor maduro que ha madurado más.

La historia de Ansa (Alma Pöysti) y Holappa (Jussi Vatanen), dos obreros de Helsinki que incorporan a sus ya difíciles vidas el amor, tiene el encanto de lo reconocible y, por tanto, de lo universal. Otras veces hemos visto o vivido algo semejante, aunque por algún motivo son menos habituales los relatos de flirteos adultos, entre personas comunes que cogen transporte público a la ida y vuelta del trabajo, que se sientan en los bancos, que cuando pueden se reúnen con pocos amigos en un bar, y se descubren más felices cuando se conocen.

Personas que empiezan a amarse a tropezones, con un número de teléfono extraviado, una cita que pudo acabar mejor, carencias que más les conviene suplir juntos, pero a quienes no consiguen separar ni un malentendido, ni la ausencia de juventud, ni el nórdico frío del sistema, ni los titulares de un mundo que parece siempre en guerra.

En un contexto donde lo más transgresor que pueden hacer es fumar junto a un cartel de No Fumar, o asumir un despido con la dignidad de la mejor clase obrera, ambos se atreven a conocerse. A lanzarse a la aventura de dedicarse tiempo. A acicalarse, ir al cine (donde Kaurismäki aprovecha para hacer un guiño a Godard) y beber una copa en las mejores condiciones posibles.

Fuera del hogar de Ansa, la cinta transportadora del capitalismo sigue su curso, el viento sopla y los rusos invaden Ucrania. Dentro, nada puede estropear la cena que ha preparado con toda humildad y expectativa.

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Por cierto, lo de beber una copa no pasa desapercibido para Holappa. Es el pequeño detalle que salta a nuestra vista, en una educada lección de lenguaje indirecto, cuando nos damos cuenta de lo que para él implica la sola sugerencia de alcohol en uno de esos planos conjuntos que comparten los actores, mientras sus personajes se están todavía descubriendo y ocultando debilidades.

La más grave de él, sin embargo, Ansa la ha encontrado escenas antes, al encontrarlo durmiendo una borrachera en plena calle de noche, dejándolo allí con la clase de mirada piadosa que Piper Laurie dirigiera al Paul Newman autodestructivo que amaba en El buscavidas.

Por eso, mientras más íntimo se vuelve el intercambio entre Holappa y ella, mayor es la conmoción que el espectador siente frente a encuadres tan serenos, en los que no tendría por qué estar pasando nada insólito, pero sí pasa: el director confía en sus intérpretes, les ilumina y los pone a crear la acción a base de gestos, miradas y sugerencias, como el hitchcockiano principio de “nosotros sabemos que ella sabe, y ella sabe que él no”.

La narrativa no es cerrada ni estática; influyen mucho en ella las idas y venidas, las localizaciones de rodaje nunca arbitrarias, los personajes secundarios en quienes se apoyan los principales. Hay continua posibilidad de que la cámara se emplace en un sitio u otro de la capital finlandesa y capte, en un tono más cercano al naturalismo que al artificio, el entorno que la historia necesita. Del mismo modo que unas escenas son tensas y otras relajadas, algunas incluso graciosas, todo esto dentro de una obra profundamente dramática, pese a su nominación en los Globos de Oro como Comedia (¡?).

Esto ocurre asimismo con la película vista desde fuera. No es solo una muestra definitiva del estilo kaurismäkiano, ni gélida ni cerrada en sí misma, sino que reconozco en ella las huellas de mucho cine que ha anidado en su autor, sin olvidar los resortes infalibles del melodrama. Ignoro hasta qué punto reniega en lo personal de dicha vertiente o la abraza, pero tras su aparente falta de pasión sentimental detecto un conocimiento profundo de cómo acercar a una pareja protagonista y jugar con la implicación del que los ve.

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También fluctuaba entre la alegría y la tristeza, entre la defensiva y la rendición, otro romance de madurez sólidamente narrado que Hojas de otoño me hace recordar en especial. También con puesta en escena clásica, y una disección con lupa de los comportamientos humanos, incluso los más pudorosos, expuestos en el laboratorio de la ficción.

No sé si haya aprendido de Leo McCarey y su forma de filmar la humanidad, pero el accidente que impide a Holappa y Ansa reunirse en la noche me hizo sentir Algo para recordar, como Cary Grant esperando a Deborah Kerr en lo alto del Empire State sin saber, a diferencia del público, que su cita no va a llegar. Esta película no se hizo con grandes estrellas ni se rodó en decorados lujosos con un fino scope. La verdad, no importa. El viejo secreto del cine de altura está igual de presente.

Yo lo desconozco, pero McCarey fue uno de los que lo forjaron y plasmaron en su labor tiempo atrás, cuando la mayoría contaba bien las historias. Mi sorpresa es que, antes de ocurrir el accidente en Hojas de otoño, en más de un momento había pensado en McCarey. Me había percatado de estar viendo gran cine.

Ficha técnica

Título original: Kuolleet lehdet / Fallen Leaves; Año: 2023; País: Finlandia; Guion y dirección: Aki Kaurismäki; Fotografía: Timo Salminen; Montaje: Samu Heikkilä; Reparto: Alma Pöysti, Jussi Vatanen, Janne Hyytiäinen, Alina Tomnikov, Martti Suosalo, Sakari Kuosmanen, Matti Onnismaa

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