Soy leyenda, pero soy yo. Ilustración: Boris Luis Alonso Pérez
El escritor Richard Matheson tiene una novela llamada Soy leyenda. En ella, la Tierra se describe en un futuro, invadida por vampiros. Solo aparece una excepción: el protagonista. Es el último hombre vivo, la resistencia, se dedica a cazar a los diferentes, pero… ¿Y si el panorama se analiza al revés? ¿Y si lo normal es cambiar de especie? ¿No es él la amenaza, el desfasado, el que debe mutar?
Da para mucho filosofar este tema, sobre todo en asuntos generacionales. Imagino cuántos ancianos se han de sentir fuera de lugar en el mundo de hoy, inadaptados a los teléfonos celulares, a las costumbres de las nuevas generaciones, etcétera. Un fastidio sin paliativos. Pero, sin embargo, también extrapolable a otras edades. Entre los mismos jóvenes, por ejemplo, algunos reunimos características para pasar a “la leyenda”.
Hablo de los de alma vieja, como nos dicen. Los que sabemos qué se siente escuchar en el confort de tus audífonos una música mucho más antigua que la que resuena a todo meter cerca de ti, donde otros hacen grupito. Los que a lo largo de nuestra vida, antes con timidez y ahora con orgullo, la hemos vivido a la manera y con las influencias de estéticas y costumbres nada a tono con el entorno que nos tocó.
No por elitismo, aclaro. No por llevar la contraria. Aunque te den ganas de ello si te atacan mucho en tus preferencias. Simplemente, porque nuestros códigos están definidos desde bien temprano y somos inmunes al influjo de las modas. Lo cual no quiere decir que volvamos siempre la espalda a lo que se está usando, al vaivén contemporáneo, sin perder el norte de qué nos gusta e identifica mejor.
Creo que el hecho de sentirme parte del momento, vencer las inhibiciones y haber echado un pasillo de reguetón en sus debidos espacios representa, entre todos los ejemplos, un medidor de cuán flexible he sido. A pesar de caracterizarme, fuera de ahí, por mantener los mismos hábitos que en primaria me hacían ver como un viejo entre niños. Un viejo que socializaba en la medida de lo posible, pero siempre bajo el estigma de su afición a la lectura y la empecinada manía de no decir malas palabras, de no dar chucho, de vestir con colores sobrios, de ver películas viejas, u otras.
Hay concesiones que el joven de alma vieja suele hacer. Las debe hacer, cuando es abierto y no pierde el interés por comprender el mundo en que ha de moverse: en su lenguaje, en sus maneras, en sus salidas en grupo, en sus aficiones. De hecho, somos tantos y tan diversos como todo producto de la Naturaleza. Los hay que no salen del mismo peinado, de la misma clase de camisas, de los mismos libros. ¿Hacen bien? Probablemente. En mi caso, la experiencia personal me ha llevado a encontrar un equilibrio entre lo propio y lo externo, sin prejuicios, para disfrutar mejor del siglo en que vivo. Gracias a eso poseo referentes modernos en varias esferas, a los que quiero y valoro tanto como los de antaño, y he aprendido algo de la tan útil tecnología que tanto se me resiste.
Cualquiera escucha música de la época de sus abuelos, incluso anterior, pero no cualquiera lo admite. Y menos en una actualidad donde tus amistades más jóvenes se sorprenden de lo anticuado que eres por usar más Facebook que Instagram. Te ríes por lo bajo, esperando que llegue el momento donde alguien las critique por usar más Instagram que Futugram (o la que sea). Pero, por ahora, punto para los vampiros a tu alrededor. Es duro esto de convivir con la vorágine actual, que te supera y te supera, sin dejar de ser auténtico. El valor de la autenticidad, qué fórmula tan dificultosa de aplicar.
Yo mismo, fan declarado del cine sin fecha, he notado que aún hoy me corto al abordar este tema en dependencia del grupo en que me halle. Es como si no hubiese lógica entre la tersidad de mi piel veinteañera y las cosas que me emocionan y entretienen. Todavía te hace clic interno la noción de que alguien reaccionará con asombro, otro por allá con burla, y otro con indulgencia, ante tu sola mención de cuánto prefieres a Buster Keaton por encima de los estrenos de Marvel. Por más que consumas asimismo los estrenos de Marvel. Da igual, lo mejor que puedes hacer es sobrevivir, con equilibrio, desde la resistencia. Para ellos, siempre serás leyenda.