En fotos de época: Necrópolis de San Carlos Borromeo
¿Cómo vivir con la certeza de la muerte?,
pregunta el padre en voz alta
sin notar la presencia del niño.
Muy sencillo, Papá,
le responde la criatura:
Un día naces
y al otro día vives;
y al otro y al otro,
hasta que entonces ya.
La Necrópolis de San Carlos Borromeo, inaugurada el 2 de septiembre de 1872, llegó para poner fin a la dispersión funeraria que existía en Matanzas por aquellos años. La ciudad de los puentes sumaba ya más de catorce camposantos, entre ellos el enigmático Cementerio de Yumurí, considerado por los historiadores como el primer sitio destinado para estos fines en el territorio, incluso antes de la fundación de la urbe.
San Carlos es la tercera necrópolis más importante del país, tanto por su arquitectura y estructura ―que, a diferencia de la mayoría de edificios icónicos matanceros, no son neoclásicas sino románticas― como por las personalidades que encontraron en ella su última morada.
En su ponencia El cementerio en la búsqueda de un modelo funerario ideal durante el siglo XIX en Cuba, el M.Sc. Yanier Madroñal Alfonso asegura que el camposanto de Matanzas se construyó “con una dimensión lo suficientemente grande como para conjurar para siempre el fantasma del espacio reducido […]. El San Carlos constituyó una obra mayor y uno de los primeros cementerios modernos de Cuba”.
Más adelante, en ese mismo texto, Madroñal Alfonso explica que “es destacable, además, su sentido de inclusión, pues a partir de entonces todas las personas tuvieron derecho a una sepultura digna sin importar sus creencias religiosas”.
El Cementerio de San Carlos cuenta con un área general aproximada de 135 000 m2, ocupados en un 86 % por construcciones funerarias. Sus catacumbas, actualmente las únicas en activo de la Isla, abarcan 756 nichos divididos en dos panteones soterrados que poseen un exclusivo sistema de respiraderos contra la contaminación atmosférica.
Los principales materiales empleados en sus construcciones funerarias ―mausoleos, panteones, bóvedas― son el mármol, el granito, el barro cocido y las losas esmaltadas. La herrería, la estatuaria, la arquitectura, la escultura y los poéticos ―o satíricos― epitafios dotan a esta necrópolis de altos valores artísticos e históricos que, al menos entre sus muros, nos ayudan a vivir con la certeza de la muerte.