Aves de mi ciudad. Fotos: Raúl Navarro
En medio del bullicio urbano, las aves encuentran refugios inesperados entre parques, azoteas y jardines. Este espacio compartido nos recuerda la riqueza de la biodiversidad que nos rodea, aunque a veces pase desapercibida. Desde los atrevidos gorriones que se aventuran en busca de migas hasta las majestuosas palomas que sobrevuelan las calles, cada especie aporta su singularidad al paisaje cotidiano.
Los gorriones, esos pequeños guerreros urbanos que, con su plumaje discreto, se funden con el paisaje, pero cuyo canto no pasa desapercibido. Ellos son los primeros en recibir el día, los que inician la sinfonía que da vida a la ciudad.
La tiñosa, con su plumaje negro, destacan entre la multitud. Su presencia es casi misteriosa, y su mirada, siempre alerta, parece captar más de lo que revela. Son ellas quienes nos recuerdan que en la urbe también hay espacio para lo salvaje, para lo indómito.
Pero no todo es canto y armonía. Las aves rapaces, como los gavilanes que surcan los cielos, nos recuerdan la ley de la naturaleza. Aunque más discretos, son esenciales en el equilibrio natural de la ciudad, acechando en silencio y cazando con precisión.
Así, en cada esquina, en cada árbol y en cada poste, las aves de mi ciudad nos ofrecen un espectáculo que a menudo pasa desapercibido. Nos invitan a detenernos un momento, a mirar hacia arriba y a recordar que, aunque rodeados de asfalto y concreto, seguimos compartiendo este espacio con aquellos que vuelan libres.