El Cinematógrafo: El niño y la garza
Desde hace unos años, siempre que puede, Guillermo del Toro enarbola su bandera en favor de la animación y nosotros, los espectadores, nos apropiamos de sus palabras: no es un género, es un medio. Por pura lógica esto debería ser reconocido por todo el mundo, pero tristemente aún se subvaloran obras que utilizan esta vertiente para desarrollarse. Lo dicho por el director de La forma del agua y la nueva interpretación de Pinocho no hizo mucho efecto en mí, porque desde pequeño disfruto con las bondades de lo animado.
Es uno de los procesos creativos más difíciles de dominar, pero sus resultados pueden ser maravillosos. Por eso Hayao Miyazaki parece un domador de leones, ¿o debería decir de dragones, yokais y espíritus de ultratumba? Ya sea por sus lecciones de vida o su aparente carácter estoico, cada intervención suya se convierte en una demostración de paciencia y hedonismo, de buen hedonismo. En un mundo en el que siempre estamos corriendo a máxima velocidad es interesante conocer a alguien que se toma las cosas con calma.
De lo que más me llama la atención de sus películas es la rapidez con que se mueven sus personajes. Corren como si quisieran parecerse a El Coyote y el Correcaminos de la Warner Brothers, se hace dificilísimo seguirles las piernas. Pero después se quedan estacionados en una suerte de mundo inverso mágico, tan bello como peligroso. Cualquier film dirigido por Miyazaki y visto por un niño o adulto será como asistir a un parque de atracciones visual, lleno de miedo, electricidad, adrenalina, asombro y amor.
La nueva entrega de Studio Ghibli y del maestro supo hacerse de rogar hasta que llegó a nuestras tierras por las vías que todos los seguidores conocen. Después de más de un año de su estreno, y con varios lauros en su trayectoria por festivales y cines, incluido el premio Oscar por Mejor Película Animada (logro que el estudio ya había obtenido en 2001 con El viaje de Chihiro), la he visto dos veces. La primera, en la pantalla más grande que pude; la segunda, con audífonos y las voces en japonés. Esta es una película acertijo, llena de muerte, y con cada escena o visionado se van sumando detalles que arrojan luz a personajes y momentos pasados.
El niño y la garza muestra todo lo aprendido por factoría y autor en su creación, y se convierte en una obra exploratoria de temas como el duelo, qué ocurre después de morir, cuál es la manera correcta de vivir nuestras vidas. El protagonista es, como no podía ser de otra forma, un niño, llamado Mahito. Su madre muere al principio en un incendio, y por culpa de la guerra él y su padre deben dejar Tokio e irse a vivir al campo, a la antigua casa materna, donde les espera su tía. Allí Mahito se encontrará con una garza azul de ojos rojos que le llamará por su nombre cada vez que tenga oportunidad y le dirá que es el elegido, que si le sigue le mostrará dónde está su madre.
Nuestro protagonista sabe que la garza le está tendiendo una trampa, pero igualmente le sigue, adentrándose así en un mundo aparte de las reglas tradicionales de los hombres. Allí conocerá la verdadera forma de la criatura, cosa que personalmente me encantó, porque en un inicio daba muchísimo miedo y creo que Miyazaki sabía que tenía un buen diseño a los lápices. Pero todo lo demás es demasiado bello como para ser retratado con meras palabras. Debería verse no solo una vez, sino dos o tres. Esta película es un viaje.
Tal y como ocurre en sus largometrajes anteriores, el creador divide el mundo en dos. Lo hacía con el de los humanos y el de los espíritus en El viaje de Chihiro, la isla sumergida en Ponyo en el acantilado, el otro lado de las puertas en El castillo ambulante, etc. Para Miyazaki, la dualidad entre la realidad y lo que desconocemos es una línea que él está dispuesto a dibujar y redibujar a su gusto siempre que pueda. Es un verdadero constructor de realidades que abandona sus retiros cuando quiere contar una nueva historia.
Cada uno de nosotros tiene la obligación de construir su propia torre. Cada uno de nosotros necesita encontrar una manera de lidiar con el duelo, de aceptar la partida física de alguien más, pero ¿cómo hacer algo tan difícil? Más aún: ¿cómo hacer una película sobre esto y que sirva de bálsamo a quienes necesiten conversar sobre estos temas? Siento que ni siquiera el padre de El niño y la garza sabe esas respuestas, que al igual que nosotros él se pregunta cómo vive su existencia y extraña igualmente a los que ya no están entre los vivos. Porque es necesario aclarar que en 2018 moría Isao Takahata, uno de los fundadores de Studio Ghibli y a quien Miyazaki consideraba un mentor y, sobre todo, amigo.
Tal vez El niño y la garza es ese adiós entre amigos que nunca ocurrió. Una suerte de entendimiento entre ambos directores, uno aquí y el otro allá. Trata sobre la muerte, e irónicamente se siente viva. Está llena de warawaras…, y yo seguro de que quienes ya la hayan visto me entenderán. Tal vez quien lea esta conclusión haga como Mahito: termine de leer y se sumerja en otro mundo, en una experiencia que le cambie la vida, para bien o para mal. Eso depende de otras fuerzas. Fuerzas que Miyazaki puede dibujar y redibujar a su antojo.
Ficha técnica: Título original: Kimitachi wa Dō Ikiru ka; Año: 2023; País: Japón; Dirección: Hayao Miyazaki; Producción: Toshio Suzuki; Guion: Hayao Miyazaki; Música: Joe Hisaishi; Reparto: Soma Santoki, Masaki Suda, Aimyon, Yoshino Kimura, Takuya Kimura, Shōhei Hino, Ko Shibasaki, Kaoru Kobayashi, Jun Kunimura. (Por: Mario César Fiallo Díaz)