Nostalgias de un mochilero: El Estanquillo. Imagen generada por IA
Quizás en nosotros la rentabilidad económica dicte la medida de todas las cosas y la motivación primera para emprender una obra esté relacionada con el monto que se recuperará en la empresa una vez establecida. Por ello, seguramente pocos extrañarán aquel Estanquillo ubicado en un barrio de La Playa, que mucho alimentó mis ansias de lectura, cuando aún no sabía ni leer.
Era tal mi fascinación por los libros que, siempre que mi madre me daba algún dinero de más, me llegaba hasta el Estanquillo y compraba decenas; más que consultarlos, se convirtieron en mis acompañantes silenciosos. Disfrutaba observar los volúmenes de carátula dura sobre el escaparate, en un tiempo donde al parecer no se escatimaban recursos en la producción literaria, con ediciones de excelente factura.
De esa forma llegué a tener una amplia colección de títulos de la Era Soviética, por el simple hecho de conservarlos, porque ni en ese entonces ni después fui un entendido en álgebra avanzada, pero recuerdo muy bien el ejemplar grueso y encuadernado de color azul oscuro.
Antes de construirse el Estanquillo, el vendedor de libros poseía una especie de librería portátil con ruedas, que situaba en algún espacio del Combinado Bellamar. Como vivía cerca del lugar, cada mañana se llegaba hasta allí con una gran variedad de textos.
Siempre dedicaba algunos minutos para orientarme sobre algún autor en particular, a lo mejor desde la falsa creencia de que aquel niño devoto de los libros era un genio en potencia. Nada más lejos de la realidad: mi verdadera afición por la literatura llegaría muchos años después, mas, sí sentía una atracción inusual por poseer libros. Fue así como a temprana edad llegué a tener una vasta colección, de la cual leí muy poco.
Un buen día, en un área del Combinado comenzaron a levantar unas paredes, y supimos que el Estanquillo sería de mampostería. Hasta que arribé a los 16 años, momento en que permuté de barrio, era un local de visita obligada por el que sentía un cariño especial, pues lo vi surgir desde sus cimientos, cuando apenas era un librero móvil tirado por un anciano bonachón.
Al saber que lo habían convertido en un establecimiento comercial arrendado, decidí volver allí, como un intento fallido de regresar a mi pasado. A lo mejor soy de las pocas personas que echan de menos los estantes de libros, revistas, y el saludo cálido de ese señor que sin siquiera sospecharlo influyó en mi formación profesional.