Lo mejor de la reciente Zorro, entre otras virtudes evidentes, es lo relajado que te exige estar. Con su producción española, su modestia en comparación con series que dominan el mundo, su apuesta por un personaje clásico, sabes que no estás viendo la próxima candidata a usurpar el mito de Juego de tronos. Es solo un pasatiempo al viejo estilo.
Eso sí, concebido al nuevo estilo. Algo tan contradictorio como un aristócrata / bandido. Me refiero a que, debajo de los apuntes políticamente correctos y el acabado tecnológico que le dan sabor actual, se siente como cualquiera de esos viejos productos que en mi niñez me convocaban a una hora X (¿o debería decir Z?) para sentarme a verlos frente al televisor, en la consabida frecuencia semanal.
Aunque el cine ha hecho mucho por el personaje de literatura pulp que inventó Johnston McCulley (como diseñarle el antifaz que todos conocemos, y alargarle el apellido Vega a “de la Vega”), algunas de sus mejores incursiones en pantalla han sido a través de la pequeña. Ahora, esta (re)creación escrita por Carlos Portela se suma a las producciones norteamericanas de los 50 y los 90 en esa lista notable, donde no incluyo las adaptaciones de la televisión cubana por no haberlas visto, por no haber tenido esa suerte.
La principal misión de esta nueva Zorro, venganza y justicia aparte, es entretener. Sus defectos le son perdonados muchas veces, precisamente, por lo entretenida que es. Cuesta lanzarse al cuello de una “serie promedio” cuando te brinda más colorido, diversión y vitalidad que la mayoría de “series promedio”. Incluso se esfuerza (y se nota, que es lo negativo) por mostrar también inteligencia, complejidad, hondura, lográndolo más en unas ocasiones que en otras.
Mi sensación general con cada capítulo es, por consiguiente, una mezcla bastante equilibrada: por un lado, agradezco la aspiración de obtener una intriga política, una humanización de héroes y villanos a partes iguales, una relectura medio mística del legendario jinete enmascarado y sus motivaciones…; por otro, noto rutina en algunos pasajes de acción y tensión, de esos que confunden ante tus ojos una serie con otra y te hacen desear que cada una lograse mayor personalidad propia, pero no me queda sino conformarme con ellos si pretendo seguir disfrutando hasta la última cabalgada.
Hubo unos instantes en el segundo capítulo… Mejor hablo de episodios, que suena más a la radio o a los primeros seriados en la época de mis abuelos. En el segundo episodio, decía, ya entrado el último tercio, hubo unos instantes que superaron por mucho mis expectativas hasta el momento y que, al día de hoy, siguen siendo mis favoritos entre todos: la elaboración del traje definitivo del justiciero, a manos de su sirviente mudo, mientras su joven amo practica habilidades a la luz de velas; de fondo, una música enervante nos recuerda a Hans Zimmer; al poco tiempo, veremos cuerpo y atuendo juntos en acción, enderezando entuertos con gusto.
Un momento muy a lo Nolan, incluso por el montaje rápido y eficaz, que me emocionó de forma genuina y me llevó a engañarme, a creer que el nivel subiría en lo sucesivo. Para el entretenimiento juvenil y ágil que terminó siendo, no estuvo mal. Desde entonces la serie no ha vuelto a transmitirme semejante emoción, pero sé que no le sería imposible. Me la paso, de hecho, intuyendo grandes escenas que prefieren arriesgar poco, si bien cumplen con las exigencias del niño y adolescente que sigo siendo.
Por cierto, no por mera asociación de discurso con Nolan y una capa de por medio, me gusta el parecido que se establece con Batman. El aspecto del disfraz, movimientos que hace, cierta gravedad en la voz… No sé, parece poco casual, y más teniendo en cuenta la inspiración reconocida que el héroe de Ciudad Gótica tuvo en “la maldición de Capistrano”.
No puedo olvidarme de mencionar que, sobre todo cuando tienes un episodio piloto tan incierto como el que dio pie a todo esto, más te vale contar con actores que prometan y parezcan capaces de sobrellevar un espectáculo digno si este ha de continuar. Así que tanta responsabilidad o más que el guion y la fotografía tienen Miguel Bernardeau, Dalia Xiuhcoatl, Paco Tous (inmenso) y Renata Notni… el más bello interés amoroso del Zorro desde Catherine Zeta-Jones, e irritante al punto de que también despierta ganas de desvestirla a espadazos.
Ah, si esta serie hubiera formado parte para mí de aquellos días en que uno era prisionero de la cartelera televisiva y se lo pasaba mejor que en Zenda… Mira, otro vínculo detectado entre la Z y la aventura.
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