Estoy a oscuras otra vez. Hace 20 minutos esos sonidos que, normalmente, pasan desapercibidos en la casa, cesaron después de un pitido tan mínimo como la diferencia entre la vida y la penumbra. No escucho los cortes de aire de las aspas del Haier o el ronroneo del refrigerador y el televisor se apagó en el mismo momento en que el locutor del Noticiero terminaba de articular la frase “compleja situación”. Solo se oye, en estos 25 metros cuadrados de noche que se ha vuelto mi hogar, los chorros de vapor de la olla reina que no terminó de ablandar los frijoles.
Estoy otra vez a oscuras. Por suerte, ya no le temo a las sombras. Cuando niño, no podía dormir con las luces apagadas; incluso hoy en día, si el déficit y el diésel me lo permiten, las dejo prendidas por si acaso.
Estoy a oscuras otra vez y reflexiono que ese temor infantil mío provenía de dos causas. Una ancestral: desde que se inventó el fuego, todos los hombres se han reunido alrededor de las fogatas, porque afuera las bestias aguardan. La otra proviene de una vez en que, con seis años, sin querer, vi completa El jinete sin cabeza, la película de Tim Burton. Luego de eso imaginaba que desde las sombras alguien emergía a decapitarme. Ahora sé que no sucederá tal cosa, pero, si sigo acumulando penumbras, creo que mi cabeza no durará mucho en el mismo sitio. Por ello y porque siento el primer murmullo de los mosquitos que vienen a recordarme mi mortalidad, de un salto me bajo de la cama en búsqueda por lo menos de un pequeño resplandor.
Estoy a oscuras otra vez, porque a mi bloque le correspondió el turno desde las ocho hasta las 12 de la noche. Entonces, de a poco, por los días que lleva la frase que el locutor nunca terminó de pronunciar cuando la pantalla enmudeció, pienso que me he aprendido mi casa con las manos. Al no poder guiarme por mis ojos, tan inservibles como los bombillos de 25 watts, lo hago con el tacto.
Estoy a oscuras otra vez y me muevo al rozar con la yema de los dedos los diferentes objetos —se me han perdido el norte y el este—, al adivinarles los contornos. Esa es la cómoda, de modo que un poco más a la izquierda se encuentra la salida del cuarto y más allá la sala. Si la butaca es este bulto cuyo forro de vinil me recuerda a la piel humana, unos pasos más adelante hallaré la puerta. Tanteo la madera hasta palpar el llavín y lo abro. El débil brillo lunar no ayuda tanto como creí que haría; solo resalta un poco más las siluetas.
Estoy a oscuras otra vez y me percato, al contemplar la ciudad desde el frente de la casa, de que esta aparece por pedazos. Pasa un automóvil con las largas prendidas y surgen una o dos fachadas de casas, un poste que al no cumplir con su cometido ahora no es más que un tronco de madera con chatarra en la punta, y un perro callejero al que le brilla la mirada con un tono fantasmal. Sin embargo, mientras el carro se aleja, esas fachadas, ese poste y ese perro se esfuman y aparecen otras fachadas, otros postes y uno que otro vecino que se sienta en un quicio a matar las cuatro horas hasta que regrese la corriente.
Estoy a oscuras otra vez y la ciudad continúa parpadeante delante de mí. Unos muchachos caminan por la acera y se abren paso con la linterna de su celular. Al no ser tan potente como los focos del vehículo, develan solo un pequeño cono de realidad. Por lo menos no los deja indefensos en la penumbra.
Estoy a oscuras otra vez y me pongo a fumar. Causa una sensación extraña saber que si alguien desde los edificios cercanos mira hacia donde estoy, solo verá la punta encendida del cigarro. Para ellos solo seré una lucecita que, poco a poco, se consumirá hasta que no quede nada. Doy una patada larga al Popular de bodega y me digo que debo desconectar el refrigerador para cuando vuelva la electricidad no se funda por la sorpresa. Ya la nevera se rompió sin darnos cuenta y cuando la abrimos se había podrido el paquete de pollo que guardábamos como última reserva. Aún recuerdo el olor a podrido de la carne y me suben náuseas.
Estoy a oscuras otra vez y pienso, al bojear con la mirada la casa de mis vecinos a través de las ventanas y puertas abiertas, que somos bichos de luz. Nos reunimos alrededor de ella sin importar lo pequeña que sea: la naranja y temblorosa de las velas, la firme y fría de las lámparas recargables, la acuosa y empañada de los quinqués, el resplandor tecnológico de la pantalla de los celulares hasta que les dure la batería. Nuestros antepasados se agrupaban frente a la fogata y los chamanes hacían rituales para bendecir el fuego que los libraba de los espíritus de la noche. Necesitamos unos cuantos de esos rituales.
Estoy a oscuras otra vez y ya pararon los alaridos de la Reina. Oigo la planta del de la esquina con una mezcla de odio insano y envidia sana. También me llega el llanto de los niños pequeños de las familias que me rodean. Me estremece pensar que ellos y yo, nacido en los 90, compartiremos infancias parecidas; y sus padres, como los míos, deberán agarrar abanicos y libretas para alejar el calor y los terrores nocturnos de sus hijos.
Estoy a oscuras otra vez y termino de fumar. Sin la punta encendida del cigarro regreso a la invisibilidad. En este momento no existo. Han transcurrido solo 10 minutos desde que dejaron de sonar las aspas del ventilador. Seis o siete mosquitos me han recordado ya mi propia mortalidad. Solo me queda esperar las tres horas con 50 minutos y tratar de no perder mi luz interior mientras tanto.
Amé leerte. Gracias por tu luz!
Muy buena tu crónica amigo. Siempre es bueno leerte. Tu generación un tanto distante de la mía que nací en la primera mitad de los ’80 y ya pasé los 40 ha tenido que lidiar con situaciones económicas bien complejas, crisis estructurales dentro de la sociedad y algo más, pero algo bueno nos acompaña por fuerte que azoten los vientos. Sigue así con tu espíritu crítico, tu crónica elegante, reflexiva y pensante para algunos que incluso usando un catalejo que hasta Marte y Plutón se ven, no logran ver la punta de su dedo gordo del pie. Ironías de la vida o simple coincidencia del destino. Ah y ya los apagones no son de cuatro horas, al menos esos nos permitían dormir. Llevamos tres noches que apenas y pegamos el ojo, entre el calor, los mosquitos y la impotencia disfrazada de insulto o viceversa-que poco o nada tiene que ver con la novela cubana-, sí, la misma que llevamos varios días sin ver y esta semana comenzarán a reponerla varias veces y en distintos horarios; nada que el ICRT se solidarizó con sus paisas cubanos del»campo», como suelen llamarnos los hababeros a todos los de provincia porque para ellos la Capital es la Capital y lo demás somos áreas verdes. Ya pasamos a la fase #2 de seis horas sin electricidad y dos con ella. Lo que significa en mi ruda y rústica aritmética que en los últimos.tres días hemos tenido alrededor de seis horas con servicio eléctrico y dieciocho sin el mismo.
Y de quién es la culpa?
Bravo como siempre Guille!
Que pena ver la ciudad tan apagada y la gente tan obstinada.
No había visto algo igual desde aquel huracán Irma. Ojalá y pronto terminemos con esta «situación especial, compleja» y todos los adjetivos con que la han bautizado, Matanzas y los matanceros merecen un descanso.
Enhorabuena Girón 👏
Ojala…como dice usted…terminemos con esta situación tan compleja, pero sin pretender ser pesimista, veo muy difícil todo, cuando creemos que salimos adelante, de nuevo volvemos al inicio, de veras no tengo idea de como será el verano, entre el calor, los mosquitos y el malestar que provocan los molestos apagones no se como la llevaremos, el cansancio ya nos muele, no se le puede pedir mas a la gente, son muchos años tratando de una mejoría y ha sido todo lo contrario si a eso le sumas las carencias, el pan que ya no viene y todo lo demás de veras te sientes como si estuvieras tocando fondo, y los cubanos… los buenos cubanos no nos merecemos esto.
Muy buen trabajo. Es la realidad. Los que hoy peinamos canas lo hemos vivido varias veces; pero antes era en todo el país. Ahora hay provincia como la Habana que no tienen esta situación, por qué?. Pienso que lleva una explicación convincente.