Creo que todos en un momento u otro hemos pensado cuál superpoder nos gustaría tener. Quizá porque durante mucho tiempo quisimos que una de esas estelas de aviones que encontrábamos en el cielo fuera Superman, de vuelta de comprar guarapo en el puestecito de la otra cuadra; o que una mañana despertáramos con el abdomen del Capitán América o la sexualidad soviética de Scarlet Johanson en su papel de la Viuda Negra. No obstante, lanzo a ustedes una pregunta: ¿Qué superpoderes se necesitarían para vivir en Cuba?
El primero que me vino a la cabeza fue la teletransportación. Imaginé un día de esos que te saltas las alarmas y te quedan 30 minutos para llegar al trabajo, tic tac, tic tac. Sin embargo, el transporte público también posee su propio don: la invisibilidad. Imagínense, ante dicha situación de apuros, chasquear los dedos y aparecer de repente frente a tu buró.
Ese mismo día, si tu jefe te reclama porque vas atrasado con tus informes, te escapas en un pestañazo a una playa turquesa de los mares del sur, para relajarte con el batir de las olas. Mas, tengo la sospecha de que algunos de nosotros ya han desarrollado tal habilidad, porque se esfuman de repente y solo queda atrás la impronta de sus chasquidos.
Tal vez, con volar también se resolvería el problema de las distancias, pero seguro en un punto tendrías que pagar la chapa y hasta sacar una licencia de ovni (objeto volador no identificado) en el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
El otro que entiendo imprescindible resulta la telepatía: saber qué habita en la mente de los demás, como si de la sien pudiéramos extraerles un rollo de película. Así sabría si de verdad el funcionario que prometió tirarme un cabo con los papeles hablaba en serio o en ese instante calculaba que, si le dieran a escoger, se decantaría por ser ignífugo, es decir, que el fuego no lo afectara. De dicha manera, saldría ileso ante cualquier “explote”.
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También necesitaríamos superfuerza, para poder impulsar los automóviles que no quieren arrancar, porque los motores no digieren bien el crudo nacional, y el dueño nos pide ayuda cuando cruzamos por su lado en la calle. Asimismo, funcionaría para darle ese empujoncito que solicita la producción en la Isla. Hulk por sí solo equivale a un contingente cañero. Él nos salvaría de las malas zafras, de las malas rachas.
No nos vendría mal tampoco la velocidad de Flash. De esta forma podríamos seguir las correrías de un país que va a la velocidad de la luz, aunque habría que ver en cuál circuito vive la Velocidad, si no le quitan la luz, como a mí, y se queda en esa.
Con el martillo de Thor cerraríamos el déficit energético; y con dos o tres personas con características parecidas a las de Magneto, de los X Men, salvaríamos la industria metalúrgica. Creo que ya hacemos gala de la facultad de encogernos para meternos en cualquier hueco, así que esa no la tendré en cuenta.
Si fuéramos a crear a la Supercubana(o), poseería los siguientes talentos: teletransportación y vuelo, telepatía, fuerza y velocidad sobrehumanas, la capacidad de emitir energía eléctrica y controlar el metal.
Entonces, si a la Supercubana(o) —ahora que Marvel y DC practican políticas más inclusivas— la introdujera en los Vengadores o en la Liga de la Justicia, le ganaría a cualquier miembro actual.
Él (o ella) pondrían patas arribas a los dos equipos heroicos. Intentarían venderle un par de ajustadores de uso a la Mujer Maravilla o aconsejarle una manicuri nueva, la socia suya que semanas atrás inició un emprendimiento de hacer uñas con pintura impermeable de piscinas.
Cuando se montara en el batimóvil, le preguntaría a Batman si el motor es original o le adaptó uno de Lada y quién le conseguía el combustible, porque “ese almendrón debe consumir como un monstruo”. A Iron Man le sugeriría que abriera una clínica de celulares, porque seguro se forraba.
Sin embargo, en la realidad —no en el plano de mis ensoñaciones— no tenemos habilidades especiales. Tal vez eso sea lo que nos engrandece, lo que nos convierte en héroes verdaderos. Quizá sí ostentemos una: la resistencia, el no rendirnos, el salir a la calle como si fuéramos a rescatarnos a nosotros mismos. Por eso afirmo que la Supercubana(o) sí existe. Somos todos encima de esta Isla, y la llevamos donde mismo Superman exhibe la S en su traje. (Ilustración: Carlos Daniel Hernández León )