Ahora que estamos en tiempos de la Feria Internacional del Libro, recuerdo que cuando niño me lanzaba hacia ella en búsqueda de todos las novelas de aventura que pudiera cazar, fueran de las selvas de los mares del sur, donde rondaban los tigres de Malasia, o en las tundras, donde en un cubil se escondía Colmillo Blanco.
No obstante, recuerdo que vendieron la primera parte del Corsario Negro, de Emilio Salgari, pero no el resto de la saga. Con ganas de regresar a mis piraterías literarias y con mi patente de corso (mi carnet de biblioteca), debí ir a la busca de los otros tomos. No obstante, nunca pude conseguirlas todas. Hoy en día, aún es una deuda pendiente con mi infante interior, al igual que aprender esgrima y batirme en un duelo.
Desde ese momento me percaté de una triste verdad: nunca podría obtener todos los libros que quisiera. Más triste me resultó el caso de Harry Potter. En la biblioteca solo había un ejemplar de La piedra filosofal y no lo dejaban sacar, así que debías leerlo ahí e, incluso, se formaba una especie de cola para acceder a él. Solo muchos años después pude toparme con el resto de los siete volúmenes.
Por eso, cuando entendí que en digital tenía acceso a un mayor número de títulos, rápidamente me sumé a esta modalidad. Sin embargo, he tropezado con muchos que la reniegan en un tiempo en que hasta los objetos comienzan a desarrollar inteligencia: los teléfonos, las casas.
Comprendo, créanme, el cariño por el libro físico. Tal vez no exista entraña más hermosa que la de las bibliotecas u olor más cautivador que el de las hojas sepias.
No obstante, también hay un fetichismo arraigado por ellos. Creo que viene en parte del placer de la posesión, del “tener”. A mí, por ejemplo, una amiga aún no me perdona que le haya quitado delante de sus narices una edición de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, que costaba 20 pesos, y eso fue hace más de 10 años.
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También reflexiono que a la Isla esta opción arribó tardíamente, igual que la informatización masiva, si nos comparamos con el resto del mundo. Demoró que todos o la mayoría tuviéramos un dispositivo electrónico para leer, como laptops, tablets o celulares.
Solo ahora y sin la infraestructura necesaria, nuestras instituciones dan los primeros pasos, pequeños, en la web. Como cualquier hábito nuevo en un territorio virgen, se arraiga de a poco, porque se deben crear rutinas y asimilar nuevas maneras, lo cual no significa desechar las anteriores.
Por ahí aún andan muchos puristas que creen que solo cuando se hojea un libro las historias que contienen avanzan. No concuerdo con ellos, porque el pasado no puede ser un marcador. Lo coloco en la página 86 y de ahí no me muevo. La humanidad evoluciona a la misma velocidad que lo hace la tecnología.
En este texto hablo de libros, pero lo mismo se puede aplicar para otras prácticas sociales en que lo digital ha llegado para revolucionar, como el pago en efectivo por ejemplo.
Además, en un mundo en que se pronostica que la lectura poco a poco pierde fieles, creo que lo importante resulta conservar la costumbre, por cualquier método que sea. Sencillamente, digo que uno no puede cerrarse a los nuevos tiempos. Saquémosles ventaja. Ahí afuera quedan un montón de poemas, historias y conocimiento no empapelados aún, o que no se hallan a tu alcance.
Hay varios problemas serios con los «nuevos tiempos» y la realidad cubana que llega tarde a este asunto. Difícilmente se va a satisfacer las demandas del lector o consumidor (en este caso una Feria del Libro pero aplica para cualquier necesidad o hábito de consumo) porque simplemente su misión, visión y objetivo es otro (aplica también para cualquier empresa o negocio)
Para continuar la saga del Corsario Negro toca abrirse paso en la selva digital, con un paquete de datos como arma y la paciencia como escudo…pero con toda la fé, porque vivir las aventuras del Rayo hasta el final: Vale la pena.