De todos los mensajes aparentemente trascendentales con que nos bombardean a diario, uno se impone sobre la algarabía del coro: “Hay que ser feliz”. Esta suerte de filosofía de la happycracia domina el discurso de gurús, coach motivacionales, youtubers, blogueros y el resto de la fauna que puebla la selva de Internet.
En ese carnaval de sonrisas perfectas y posadas, parece reflejarse la larga lista de cosas que nos faltan para alcanzar la felicidad: dinero, pareja, hijos, profesión, casa, mascotas, viajes, estatus; pero, ¿en realidad consiste en eso? ¿Es posible mantenerse en tal estado de gracia siempre, bajo cualquier circunstancia?
Procedente de la raíz latina felix (afortunado), el significado ha evolucionado desde la visión de la filosofía clásica: “permanecer en el bien y la verdad” o “llevar una vida digna de ser vivida”, hasta el hedonismo contemporáneo y su búsqueda del placer a toda costa.
Según el psicólogo alemán Erich Fromm, para el hombre moderno “ser feliz” se traduce disfrazado en el concepto de “diversión” y esto, a su vez, representa el gusto de consumir. “El mundo es un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana, una gran botella, un enorme pecho; todos succionamos, los eternamente expectantes, los esperanzados —y los eternamente desilusionados—”.
¿Qué es la Happycracia? Con Edgar Cabanas, psicólogo
En otras palabras, hoy se considera un producto más y, siguiendo con la misma lógica, resulta vendible en forma de conferencias y libros de la llamada “psicología positiva”. Cada uno de ellos te conecta al siguiente, atravesando las dinámicas del “mercado de nuevas espiritualidades”, como si en verdad fuera posible formular la química de ese sentimiento.
Muchos la confunden con el éxito, con alcanzar determinadas metas. Pensamos que, pasado ese recodo del camino, nos llegará como por arte de magia; pero no siempre es así. Un logro produce placer, que puede experimentarse con mayor intensidad incluso si nos esforzamos en su consecución; sin embargo, la dicha abarca mucho más: lo físico, mental y espiritual. Trasciende a lo que obtenemos, es lo que somos.
Tenemos que dejar de comparar nuestras vidas con las del resto del mundo, rechazar las expectativas impuestas desde fuera, saber lo que queremos. La ausencia de problemas no te proporciona bienestar, sino aprender a convivir con ellos, aceptar lo inevitable, contemplar todas las opciones y enfocarte en lo que sí se puede cambiar.
Nadie puede mantenerse en una montaña rusa de auténtica euforia, todas las emociones son necesarias. Ira, tristeza, enojo, ansiedad o melancolía nos entrenan para sobrevivir al infortunio. A fin de cuentas, no existiría el triunfo sin el fracaso, como no puede valorarse la compañía si no se ha tenido auténtica soledad; ambas caras de la moneda dan sentido a la existencia humana.
La Felicidad Universal, así, con mayúsculas, no existe, solo puede construirse desde lo individual, a la medida de cada quien. En especial, no es una obligación perenne ni un escudo contra la vulnerabilidad o la frustración. Todo lo que nos hace felices: amor, paternidad/maternidad, logros profesionales, suele traer aparejado muchos riesgos y desasosiegos, cuando aceptamos a unos, suele abrirse la puerta a los otros.
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