Si me quieres, de verdad, este 14 de febrero regálame un bistec. Deseo uno jugoso y gordo, que se desmorone cuando lo pinche con el tenedor. Tú, yo y él haremos el trío más musical de la historia. No quiero calenticos ni hilos dentales ni que te tires del escaparate.
Te juro que tú me haces la boca agua. Sin embargo, al pensar en cómo lo desgarro a él, en cómo exprimo sus jugos, en cómo las pequeñas fibras se me quedan en los intersticios de los dientes y con la punta de la lengua intento sacarlas hasta que debo buscar el hilo dental (el que sugieren los dentistas, no los secretos de Victoria), tengo sueños húmedos y me despierto con la almohada babeada.
Si pudiera ser de cerdo, mejor. Si sigo a base de pollo terminaré de la manera en que tú dices que me pongo cuando hablo de algo que no te interesa, cacareando. Cacarearé acerca de que los cigarros cumplieron la máxima de ese viejo spot de televisión que aseguraba que si fumabas te esfumabas y mira, sí, se esfumaron. Cacarearé acerca de que la Vía Láctea colisionará con la galaxia de Andrómeda dentro de millones de años y que de aquí a allá no puedo vivir de muslos y pechugas (y no, no es una referencia sexual). En fin, cacarearé hasta que me mandes a callar.
Al perro caliente le he cogido cariño. No obstante, resulta que ahora me apena comérmelo. En vez de ello, me da por arrascarlo detrás de la oreja y, con voz de mongo, preguntarle: ¿Cómo está mi niño? ¿Cómo está el niño lindo de papi? En ocasiones, creo que me ladra de felicidad y me propongo comprarle una correa para llevarlo a pasear de vez en cuando al parque.
Si te me apareces con un picadillo, te presento el divorcio. No hay manera más espantosa de matar el amor. Prefiero, incluso, que vayas por ahí contándole a todo el que te oiga que soy un mal amante, o que te me presentes con la noticia que repensaste las cosas y volverás con tu ex. Para mí, todo lo malo que hay en el mundo se halla en esos paqueticos. Lo única diversión que me brinda es cuando abro el envoltorio con el cuchillo e imagino que lo apuñalo.
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Con respecto a los huevos, no sé si es que me faltan (porque los de la cuota no me alcanzaron) o que me sobran. Te pregunto al llegar del trabajo qué hay para comer y me dices: “tortilla”, y me erizo. Te juro que me sube un escalofrío por toda la espalda y se me pone la piel de gallina. De gallina no, porque eso me recuerda a lo aburrido que estoy del pollo, “piel de búfalo”, mucho mejor así, se me pone la “piel de búfalo”.
“Le echaré perrito, amor”, me comentas toda amorosa y te lo agradezco mi bella alquimista —todos los cubanos somos un poco alquimistas y, por ejemplo, le metemos papa y papas, cuando hay, a cuatro trocitos de carne, para aumentarla—, pero entonces se mezcla el rechazo que le hago al huevo con el cariño que le he descubierto al perro. Me asaltan sentimientos encontrados, como los que tengo por tu madre, disculpa, retiro lo dicho, por mi querida suegra.
Te pediría que me trajeras unas langostas. Ahí sí, mi amor, sería hasta que la muerte nos separe. No importa lo que me hagas después, te lo perdono todo de antemano. No obstante, sé que se encuentran en peligro de extinción. “¿Quién te dijo eso?”, me preguntas. En verdad nadie me lo dijo, pero, como ha pasado tanto tiempo desde la última vez que tropecé con una —así coloradita como las mejillas de los querubines—, aseguraba que se habían extinguido o iban camino a eso. Como las costas nos rodean por todas partes, como si el mar nos fuera a devorar de una mordida cualquier tarde de estas, la única explicación plausible resultaba esa. Sufrirían el mismo destino que los dinosaurios y el micocilén.
Igual, si me buscas unos camarones o algunas ruedas de pescado, te masajeo los pies todas las noches y dejo que me hagas eso que me pides hace tremendo rato. No pongas esa cara de niña pilla; tú sabes acerca de lo que cacareo. Además, dudo que resuelvas las ruedas o los camarones, así que te quedarás con las ganas. De otro tipo de carne solo comentaré que me alegro mucho de la efectividad de las vacunas contra la covid-19, y que debo cuidarme el colesterol.
Imagínate cómo estoy que a cada rato me pregunto si Cupido no usará su arco para cazar y así conseguir por esfuerzo propio sus buenos filetes. Mis ansias cárnicas andan desaforadas. Por tanto, amor, si deseas matarme con el detalle, este 14 de febrero regálame un bistec como una chancleta.
Pero eso no sirve para nada. Que desastre.