El presidente demócrata John F. Kennedy firmó hace 62 años, el 3 de febrero de 1962, la Orden Ejecutiva 3447 que legalizó el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, y con el que pensaba erróneamente quebrar la resistencia de la Revolución.
Tal medida, que se haría efectiva días después, desempolvó una vieja Ley de Comercio con el Enemigo del año 1917, promulgada contra el antiguo imperio alemán y sus aliados durante la entrada de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial.
Ese curso de acción fue sugerido por el ultraderechista Lester D. Mallory, Vicesecretario de Estado durante la administración de Dwight D. Eisenhower, quien aconsejaba privar a Cuba “de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”, propósitos que se mantienen inalterables hasta nuestros días.
Kennedy no era un completo desconocedor de la Isla, pues en sus inicios como joven senador por Massachusetts en diciembre de 1957 conoció la mayor de las Antillas, como invitado de la mafia a disfrutar de los excesos de la vida nocturna habanera en la más lujosa suite del Hotel Comodoro, donde vivió días de juergas junto a las beldades facilitadas por sus anfitriones, según recoge T. J. English en su libro Nocturno de La Habana.
Al parecer esos desenfrenos no le impidieron ser crítico con la política de su país de apoyo a la dictadura batistiana, sobre la que expresó:
«Quizás el más desastroso de nuestros errores fue la decisión de encumbrar y darle respaldo a una de las dictaduras más sangrientas y represivas de la larga historia de la represión latinoamericana. Fulgencio Batista asesinó a 20 mil cubanos en siete años, una proporción de la población de Cuba mayor que la de los norteamericanos que murieron en las dos grandes guerras mundiales…», según citan Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez en la obra J. F. Kennedy y la diplomacia secreta con Cuba.
Con estos antecedentes, entonces no eran infundados los vaticinios de círculos liberales en la política norteña de que con tal presidente la Casa Blanca renovara la política de Washington; no solo sobre la ínsula sino también en el liderazgo mundial.
Al respecto el líder revolucionario Fidel Castro expresó, según recoge el libro Conversaciones con Ignacio Ramonet: «Quizás, después de Roosevelt, fue una de las personalidades más brillantes de Estados Unidos. Cometió errores: dio luz verde a la invasión por Playa Girón en 1961, pero esa operación no fue preparada por él, sino por el gobierno anterior de Eisenhower y Nixon. Él no fue capaz de frenarla a tiempo (…) si Kennedy hubiese sobrevivido es posible que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos hubiesen mejorado”.
Pero la humillación que representó para el mandatario la derrota de Playa Girón y la propia presión de los sectores más reaccionarios, lo llevaron a involucrarse erradamente en repetir un nuevo plan agresivo contra Cuba, pero esta vez dirigido personalmente por él y su hermano Robert, entonces Fiscal General, denominado Operación Mangosta, organizada a finales de 1961 y que incluía el establecimiento del mencionado bloqueo económico, comercial y financiero.
Esa estrategia incluyó planes de asesinatos contra Fidel y otros líderes cubanos, operaciones encubiertas de terrorismo, subversivas, de espionaje, mediáticas, de aislamiento diplomático que finalmente deberían concluir en una invasión directa de La Unión a finales de 1962, bajo el concilio de la CIA y el Pentágono, con la que el huésped de la Casa Blanca quería sacarse la espina de la derrota de la invasión a Bahía de Cochinos.
Después del fracaso de los planes para derrocar la Revolución, contemplados en la Operación Mangosta y la conclusión de la Crisis de Octubre de ese año, que hizo imposible llevar adelante la agresión directa del imperialismo a la Isla, el mandatario intentó cambiar la política errada de agresiones y de bloqueo.
El día del magnicidio de Dallas, el 22 de noviembre de 1963, precisamente Fidel estaba reunido con el periodista francés, Jean Daniel, amigo de Kennedy, que le había traído un mensaje de este para establecer un diálogo que se frustró con su muerte.
Un cambio en la política contra Cuba era inadmisible para la extrema derecha del poder estadounidense, la CIA y la mafia cubanoamericana, principales sospechosos del asesinato del presidente quienes lo consideraban un traidor y que hasta nuestros días son los impulsores del bloqueo económico, comercial y financiero, mantenido inalterable a 62 años de la firma de la Orden Ejecutiva 3447. (Jorge Wejebe Cobo, ACN).
En estos momentos en que se está aplicando contra nosotros un plan de revisión de la Historia, edulcorándola y reescribiéndola para que «suene» más cómoda a los intereses pro imperialistas y de redominación yanqui en Cuba, hay que reiterar la aclaración de que el Bloqueo no se inició con la firma por Kennedy, hace 62 años, el 3 de febrero de 1962, de la Orden Ejecutiva 3447, que si bien legalizó el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, esta política había surgido años atrás, los antecedentes de dicha ley se remontan al año 1959 cuando Estados Unidos empieza a aplicar políticas de bloqueo contra Cuba, dirigidas esencialmente a socavar puntos vitales de la defensa y la economía cubanas.
El hecho de que el bloqueo se haya oficializado en febrero de 1962 ha conllevado a lecturas erróneas y a no pocas tergiversaciones de la verdad histórica, al interpretarse el hecho como punto de partida de la guerra económica contra Cuba y una repuesta al estrechamiento de las relaciones de la Isla con Moscú, las nacionalizaciones de 1960 y el rumbo socialista de la Revolución.
Estados Unidos consideró enemigo a la Revolución Cubana desde el mismo triunfo del pueblo el 1ro. de enero de 1959. El boicot al gobierno rebelde comenzó desde el mismo año del triunfo revolucionario, cuando Estados Unidos recibió y dio impunidad e inmunidad a los cabecillas de la dictadura de Fulgencio Batista, quienes se llevaron cuantiosas fortunas esquilmadas al tesoro público y al pueblo.
“Si ellos —el pueblo cubano— sienten hambre, botarán a Castro”, comentó el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower en una reunión con algunos de sus principales asesores en la Casa Blanca el 25 de enero de 1960. La fecha no es para nada insignificante. En ese momento aún no existían relaciones diplomáticas con la URSS, no se habían producido las nacionalizaciones más amplias a las propiedades estadounidenses en la Isla y tampoco se había declarado el carácter socialista del proceso cubano, sin embargo, el gobierno de Estados Unidos ya había lanzado su apuesta desde los primeros meses del año 1959: usar todo el poderío a su alcance para derrocar a la naciente Revolución Cubana.
El 6 de abril de 1960, se revelaría nuevamente la esencia de la política de guerra económica contra Cuba cuando el secretario asistente de Estado, Lester D. Mallory, ampliara aún más la argumentación malévola expresada con anterioridad por el presidente Eisenhower: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) no existe una oposición política efectiva (…) el único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a través del descontento y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas (…) Debe utilizarse prontamente cualquier medio para debilitar la vida económica de Cuba (…) negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
En mayo de 1959 se sella el compromiso con el segmento del pueblo cubano más explotado y empobrecido, al decretarse la Primera Ley de Reforma Agraria que expropió los enormes latifundios, muchos de ellos en poder de consorcios estadounidenses.
En junio de 1959, siendo presidente Dwight Eisenhower, el republicano canceló la cuota azucarera cubana en el mercado estadounidense, despojándola de su principal ingreso económico y financiero. Esta fortísima medida de presión se combinó con la negación, en abril, de suministrar y refinar el petróleo, por parte de las «tres hermanas», las empresas Esso, Texaco y Shell, que monopolizaban esa actividad energética en la Isla.
En respuesta, el 6 de agosto de ese año, fueron nacionalizadas 26 empresas extranjeras, entre ellas las tres refinerías petroleras, la Compañía de Electricidad, la de teléfono y 36 centrales azucareros.
Al momento, Washington decreta, el 24 de septiembre de 1960, la suspensión de las operaciones de la planta de níquel de Nicaro, propiedad estadounidense; el 19 de octubre pusieron en vigor medidas generales prohibiendo exportaciones norteamericanas a Cuba, y el 16 de diciembre, Eisenhower suprime totalmente la cuota azucarera cubana para los primeros tres meses de 1961, y, para dar el puntillazo, decide el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba el 3 de enero de 1961, para unos días después, suspender el comercio con la Isla, amparado en la Ley del Comercio con el Enemigo que le permitía prohibir, limitar o regular las transacciones comerciales y financieras con países considerados hostiles a Estados Unidos
El propio Kennedy decide el 31 de marzo de 1961, suprimir totalmente la cuota azucarera cubana en el mercado norteamericano (tres millones de toneladas).
A pesar de los innumerables pretextos que se fueron construyendo a través de los años en el discurso político estadounidense: “la amenaza roja en el caribe”, “la alianza con la unión soviética”, “el apoyo a los movimientos de liberación en América Latina”, “la presencia militar cubana en África”, luego “los derechos humanos y el sistema político”, entre muchos otros, la razón de fondo no era otra -y lo sigue siendo hoy- que la existencia a 90 millas de sus costas de un proceso realmente emancipador, de posturas firmes en la defensa de su soberanía, tanto desde el punto de vista doméstico como internacional, inaceptable para la élite de poder en Washington.