Campos estáticos

Nací y me crié en un pueblo de campo, uno de los tantos que se encuentran desperdigados por el mapa político administrativo de Matanzas. Por dicha razón, sufrí en carne propia lo que significa vivir lejos de la ciudad, de la universidad, del concierto del grupo que te gusta, del concurso literario en el que deseas participar, del pulóver que te quieres comprar. 

Veintitantos kilómetros para llegar a la cabecera municipal, cuarenta y pico para ir a estudiar a Matanzas y un poco más para ir a Varadero. Estas distancias contrastaban con la pequeñez del lugar donde vivía, en el que cualquier destino era perfectamente accesible a pie. 

Aún así, uno termina cediendo ante el mundo que se expande mientras pasan los años y se ve obligado a partir de la “comarca”, como Frodo, hacia donde las cosas suceden y hay más opciones laborales.

El problema de este fenómeno, tan natural como la vida misma, comienza cuando el transporte no te responde. 

De repente, tu mamá, que es maestra ambulatoria de niños de la Enseñanza Especial, no puede ir a dar clases a sus alumnos porque el viaje le sale en 400 pesos, ida y vuelta, y no da “la lista con el billete”; el profesor de Química del preuniversitario donde estudiaste tiene que dejar el pluriempleo en la Universidad de Matanzas, porque el dinero extra se va, casi en su totalidad, en pagar máquinas y camiones. 

Tus amigos del barrio que pinchaban en el aeropuerto tuvieron que unirse en la búsqueda de un alquiler colectivo, que les permitiera seguir en la lucha; el viejo de la esquina que hacía guardia hace 10 años en un almacén, que queda en el fin del mundo, empezó a trabajar de mandadero para ganarse los quilos; y al muchacho que buscaba los repasos de Español para las pruebas de ingreso no le quedó más remedio que cambiarse al curso por encuentros. 

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Nada más acabarse el 31 de diciembre y empezar el 1.o de enero bastó para que los transportistas particulares comenzaran a tantear una subida entre el 10 y el 20 % a los pasajes intermunicipales.

Se trata de una situación que empeora ante la escasez de transporte estatal y el aumento del precio del combustible. 

Los campos, los pequeños pueblos, bateyes, centrales y consejos populares quedan condenados de esta manera a la estática, al fatalismo geográfico, y para la mayoría de sus habitantes se vuelven inaccesibles los productos y servicios que no emprendan el viaje a la inversa.

Enfrentar la compleja situación económica que atraviesa nuestro país conlleva pensar de manera multifactorial para resolver los problemas. Quizá la insostenible ruta de un punto A a un punto B de la provincia no sea necesaria todos los días, pero tal vez si se mantiene solo dos a la semana signifique una ayuda tremenda para muchos. 

Soy consciente de que todos padecemos el problema del transporte, incluso dentro de las propias ciudades; pero pensar en los menos favorecidos es una actitud que no podemos darnos el lujo de perder, menos en estos tiempos que corren. 

De momento, viajo cada vez menos a ver a mis padres, como les sucede a muchos, para que las cuentas me den. Sin embargo, mantengo la esperanza de que la estática no sea el estado natural de los pueblos.  

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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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