Soy Giraldo Hernández Oliva. Antes de jubilarme y decidir armar este organopónico, dediqué media vida a trabajar en Educación. Colgué los guantes laborales por allá por los 90, ya ni me acuerdo; pero este sembrado tiene 15 años, igual que el cedro que está allá atrás. Lo recuerdo porque lo planté el mismo día que empecé a organizar este terreno.
Me levanto a las seis de la mañana, todos los días, y a las siete empiezo a recoger lo que voy a vender. Si me preguntan, poder comprar vegetales recién sacados del surco es un privilegio; aún así, vendo a mejor precio que los carretilleros, porque me enseñaron desde niño que hay que pensar en el prójimo.
Empecé solo, pero hace 10 años trabajo con Lázaro Callamba; estoy seguro de que ese no es su apellido, pero no me preguntes cuál es, ahí está el problema con los nombretes. Ahora mismo tengo 60 canteros; me gustaría que fueran más, pero el espacio no lo permite.
A eso de las 10:30 ya cierro el punto de venta, porque realmente este organopónico no da mucho; y voy recogiendo y sembrando a la par para que dé un poco más. La gente al final lo agradece, aquí compran ajoporro, acelga, berro, lechuga, zanahoria, tomate, ají, entre otras cosas.
Por la tarde salgo a buscar la materia orgánica que me sirve de fertilizante. Ni loco le echo pesticida o ningún tipo de químico, eso es dañino para la salud; las plantas se hicieron para crecer al natural sin ningún invento.
A esa hora también aprovecho y riego, y limpio los canteros a machete y a mano. Es una faena dura, pero mantiene el cuerpo activo, y a mi edad es algo que hay que hacer, porque si uno no hace nada se muere.
¿Qué cuánto le gano al organopónico? Nada. De aquí abastezco para mi alimentación; además le suministro ajoporro y el escaso orégano y culantro que se me dan al asilo de ancianos de aquí de San Miguel de los Baños, al comedor de la escuela y al comedor para las familias vulnerables. Lo que vendo es realmente poco en relación con el esfuerzo que lleva.
Y ni hablar de cuándo se rompe algo. Por ejemplo, arreglar el regadío me costó una pelota de pesos; y hace seis años me robaron una turbina, la policía no encontró al delincuente y terminé pagando una nueva con la ayuda de la familia. Cuando he sacado la cuenta, no me da, pero sigo sembrando.
A mis 73 años, este cantero me mantiene vivo, todos los días a las seis de la mañana tengo un propósito, algo que me obliga a levantarme; además de que soy útil para la gente, y eso ya es más de lo que pueden decir muchos.
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