Cántame un bolero que esta noche quiero desbordarme 

Cantante de bolero

Esta noche necesito un bolero. ¿Me lo cantarías al oído? No importa de quién, si del Benny o de Armando Manzanero; pero, por favor, hazlo en susurros como si fuéramos amantes y debieras despertarme porque debo ir a buscar el pan en tu vientre. En otros filos de la madrugada tal vez no te lo pediría, pero quiero que me recuerdes que el amor te quiebra como la copa que cae al suelo de la mano enhiesta del que bebe hasta matarse las penas.

Hoy deseo sentir que el alma no me ha arrancado esta espera, entre los días del cobro o esta búsqueda de tomates baratos como corazones a punto de reventar, o este vértigo que me provoca no saber cuándo las suelas de los tenis terminarán de rajarse. Quiero desbordarme, porque solo así creo que podré creerme humano otra vez y no una máquina (de coser jeans gastados en la entrepierna) ni un sobreviviente. 

Pepe Sánchez, el que dicen que compuso el primer bolero, el de nosotros, porque hay otro más viejo que viene de la España de duques y gitanos de ojos color luna verde, sabía mucho, sabía que no podemos huir de la tristeza, e incluso en ocasiones vamos en su búsqueda. Con esa lúgubre certeza como una orquídea marchita en la solapa, el santiaguero a la canción que inició todo la nombró así mismo: “Tristeza”.  

Esta madrugada en que me percato de que no escaparé de las orquídeas marchitas, tararéame, no sé, “Dos gardenias”, por todas las flores que no te he regalado, porque aun no comprendo que ni ellas estén a salvo de la montaña rusa-norteamericana del dólar.  

Recuérdame que entre tú y yo habrá distancia. César Portillo de la Luz, como Pepe, sabía mucho, sabía que “no existe un momento del día en que pueda apartarme de ti”. Entonces, por ello, aunque mañana —ojalá no sea así, pero creo que aun después de mucho espanto no me he curado de la fiebre aviar, la fiebre de los aviones— emprendas la travesía hacia otros cielos tisúes o, sencillamente, te alejes de mí.

Un filósofo francés, Blaise Pascal, escribió hace siglos que el único problema del hombre es que no se puede estar quieto en una habitación. Sé que Francia no tiene mucho que ver con nosotros, con esta cultura de licor de caña y lo pasional, que no se derrite como la nieve en el pico de Los Andes, pero resulta curioso que ellos, de vez en cuando, salen también en captura de la tristeza, lo que ellos escuchan a Edith Piaf y yo a Elena Burque. 

Si le hago caso a Pascal, sé que no nos quedaremos quietos, ni tú ni yo, como el bolero no se mantuvo en Santiago y se montó en un tren de vapor y se fue para La Habana, y décadas después agarró un barco o un avión de estos con doble hélice con destino a México y nunca ha parado de moverse de aquí para allá. Quizás en estos momentos un francés, como me sucede a mí, haya dejado a un lado a Charles Aznavour y a su Venecia solitarios, y quiera escuchar a Ibrahim Ferrer y el Buena Vista Social Club; así de impredecibles, querida mía, somos las personas, y por ello temo que tú te apartes.  

Tal vez en una ocasión diferente te pediría una balada de Elvis Presley o de Ella Fitzgerald, o de los Beatles, pero hoy requiero el sentido melodramático de lo latino. Tal vez sea porque la línea del Ecuador nos parte el alma en dos, que no manejamos bien los tonos medios. Transitamos de la alegría más animal, la del cuerpo como templo de los placeres, al dolor más desgarrador; aunque tengamos el alma de güin, se nos dobla y se nos dobla, pero no se rompe. 

Quiero atacarme en llanto, ocultarme en el regazo de la noche y ahí soltar todas estas lágrimas negras, porque tú me quieras dejar y yo no sé a dónde ir. Matamoros tal vez mostró esa dualidad de placer y dolor en su canción, como nadie, en lo que esos de orejas grandes y finas, los musicólogos, llamaron bolero-guaracha. Mas, no me apetece guarachar. Hace mucho tiempo que no voy a unos carnavales y creo que por ese motivo se me ha olvidado cómo hacerlo. 

Ni los Van Van ni Rubén Blades lograrían que despegara los pies del piso, que me transformara en el hombre cohete. Deseo estar atado a ti esta velada y que el idilio dure hasta que despunte el alba, y luego ambos nos iremos a resolvernos la vida, a luchar los pesos y la ristra de ajo y el picadillo. Permanezcamos en los segundos anteriores a que Pedro Junco comience a recitar “Nosotros, que nos quisimos tanto, debemos separarnos, no me preguntes más”. Cántame un bolero, mi adoración, que esta noche necesito desbordarme. 

PD: El pasado 4 de diciembre del 2023 el bolero fue nombrado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco, gracias a una petición conjunta de Cuba y México. Deseo que esta crónica sirva de homenaje al género y a todos aquellos que se desbordan con él. 

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