Es hermoso releer El Príncipe Feliz, de Oscar Wilde, y admirar la puesta de los grupos sevillanos Búho Teatro y Maravillas, liderados por Juan Luis Clavijo y Jesualdo Díaz.
Al comparar la belleza y profundidad espiritual de texto del inglés y la manera en que desde la escena lo recrean los españoles, con sensibilidad y exquisito traslado de algunas de las zonas del original, mientras asumen con rigor las potencialidades de lo teatral y danzario del flamenco, desde el respeto y lo visceral de una manifestación que es patrimonio inmaterial del mundo, nos conmovemos ante una obra de arte.
La puesta se presentó primero en el Festival de Teatro de la Habana y luego llegó a Matanzas, gracias a la gestión de Teatro de Las Estaciones y el apoyo del Consejo Provincial de las Artes Escénicas. Es una muestra de esa zona de la creación e intercambio que caracteriza a la ciudad, siempre enriqueciendo desde el diálogo, con otras tendencias y estilos, a la escena matancera.
El panel-conferencia realizado el 16 de noviembre, en la Casa de la Memoria Escénica, propició conocer los procesos creativos que caracterizan a los dos grupos, y especialmente los presupuestos estéticos de El Príncipe Feliz.
La pasión por el flamenco y el teatro, su eficaz mixtura en la voz de sus intérpretes, fue una vía de acercarnos a lo que presenciaríamos en la Sala Pepe Camejo, el 17 y 18 de noviembre, y en los intercambios con la Compañía NovaDanza.
Combinando al actor en vivo y las figuras, se demuestra el magisterio de los tres actores, Juan Luis Clavijo, Jesualdo Díaz y Carmela Páez (La Chocolata), que potencian con sus energías, sutilezas gestuales y corporales, el lirismo entrañable del texto de Wilde.
Crean espacios de metáforas contaminadas con los diversos recursos expresivos que con rigor, precisión e inteligencia manejan los actores, para hablarnos de la compasión, la misericordia y el amor por el prójimo.
Los signos de Wilde están en escena, transfigurados; el dolor, la miseria de la gente, intentando sobrevivir en situaciones paupérrimas, en que los valores elementales del ser humano contribuyen a la solidaridad.
El Príncipe Feliz nos hace reflexionar. Es una puesta de un intenso amor al ser humano.
El flamenco, desde lo danzario, lo musical y lo teatral, ofrece a la puesta un signo auténtico que dialoga con el lenguaje y las imágenes de Wilde, que nos lleva por la historia y su relectura desde la creatividad de los procesos de Búho Teatro y Maravillas, que subliman una elaborada poética.
La golondrina, de La Chocolata, es otra y, a la vez, no deja de tener las esencias de la original.
Hay un viaje, impregnado del ritmo de la expresión del flamenco, un ADN andaluz (con todas las mezclas) que revitaliza, colisiona y nos ofrece una conmovedora propuesta teatral.
Aún estoy agradeciendo esos despojos de El Príncipe Feliz, ese corazón de plomo, con golondrina muerta, que sintetizan de alguna manera lo más valioso de la creación y de los valores humanos.