La ancianidad solía ser signo de sabiduría, a pesar de las evidencias múltiples que apuntaban a que la asignación debía ser cualificada caso a caso. Después de todo, no era por vejez que se sabía más, sino más bien por lo que se había hecho con la vida para llegar a ella. De cualquier modo, lo que sí puede argüirse con más soltura es que para quien se haya puesto en el empeño de saberlo todo, el tiempo es la variable con la que aumenta el volumen de su granero de conocimientos.
Habría que definir qué es ser sabio. Algunos de ellos, referidos como reales en textos tomados también como juiciosos, se describen más bien como una caja de resonancia de prejuicios y escolástica. Y es que la calificación de sabios no se cierra sobre la persona, sino que, como otros constructos sociales e históricos, depende de los demás para ser aceptada.
Hay un tipo de sabiduría hierática que resulta de arremeter contra lo que se presenta como conocimiento hegemónico, establecido, inamovible. No se trata del charlatán que desdibuja el sentido vital del escepticismo en un negacionismo simplón e ignorante. Sino quien, desde el asumir las evidencias como criterio de lo cierto, se cuestiona dogmas como pretendidas verdades impuestas por autoridad. Y lo hace a pesar de la violencia.
En Cuba, un puñado de sabios pensaron nuestro ser colectivo. Como algo único, propio, necesario. Y lo fueron sin referencia a su edad, sino a su actitud de querer saberlo todo. De ellos, Félix Varela no fue el más anciano, pero fue el más sabio.
Si andamos en busca de milagros para amparar nombramientos, no hay mayor que fundar una nación desde la prevalencia del pensamiento. Si no bastara, Varela transformó la manera en que en Cuba debía enseñarse para transitar de lo reproductivo al radical ejercicio de pensar primero.
Nunca debemos olvidar, de su magisterio, que en el oficio de enseñar todo lo demás es secundario. Y lo que se enfrenta a ese, su sentido de existencia, es lo que debe ser derrotado y no viceversa. Pensar primero, en este caso, significa enseñar primero.
Varela ejerció su magisterio múltiple en un contexto signado por la ausencia de nación, cercado por la escolástica más dogmática y la tiranía del poder extranjero. A pesar de ello, vivió hasta su muerte poniendo toda su vitalidad por fundar, al menos en las mentes de los cubanos, patria.
Hoy no solo tenemos patria, sino que es nuestra. El destino de los cubanos lo construyen los cubanos. Pero el construirlo, pasa, siempre ha pasado, por pensar primero. Enseñar primero. Cuando el agobio de la circunstancia parezca irrebasable, pensemos en el presbítero que nos dibujó un destino pensado, al que dos siglos después seguimos dedicando toda la vitalidad colectiva de los que estamos, y los que ya no están siguen en nosotros.
Enseñar primero, para que la mayor certeza sea saber que traicionar no es una opción. Por mucho que Cuba en Revolución necesite de nosotros, nosotros necesitamos más de ella.