Pudiera parecer una pregunta más, pero no lo es. Trasciende la aparente inocencia del cuestionamiento para plantear una de las mayores contradicciones en materia de equidad de género: el desconocimiento del aporte económico de las labores de cuidado —asumidas en su mayoría por mujeres—, según la lógica de la economía de mercado.
Entre sus causas se incluye el carácter androcentrista de muchas políticas que transversalizan buena parte de las dinámicas sociales y omiten en algunos casos la visión de las mujeres, sus realidades y, por tanto, invisibilizan su aporte. Justamente la economía feminista desarrolla un análisis crítico del trabajo de cuidado, considerándolo como centro de la sostenibiliad de la vida, e incluye en su enfoque el análisis de esta ciencia desde la perspectiva de la mujer, las relaciones y los hechos bajo el reconocimiento, en primera instancia, de la desigualdad.
No es algo casual y acumula años de estudio, informes y políticas nacionales e internacionales. No obstante, la división sexual del trabajo y la asignación de roles de género todavía prevalecen en nuestra sociedad. Las mujeres con empleo en Cuba, por ejemplo, dedican casi 10 horas semanales más que los hombres en igual situación a las labores domésticas y de cuidados. La diferencia se amplía a 18 entre las llamadas “amas de casa” y los hombres que no tienen una ocupación remunerada.
Sin embargo, la inequidad trasciende el trabajo físico o los moldes educativos. Basta con analizar las implicaciones de la llamada “carga mental”, definida por la socióloga Nuvia Ávila Vargas como el tiempo que emplea una mujer en planificar y coordinar actividades en función del bienestar de sus convivientes o del espacio al que pertenece. Hablamos de gestionar horarios de comida, medicamentos, planificar menús, estar pendientes de los abastecimientos, consultas médicas, reuniones de “padres”…
Actividades que, aunque no entran en la lógica del mercado, sí resultan indispensables para que el resto de los miembros de la familia estudien, trabajen, se superen y desarrollen muchas veces en detrimento del crecimiento personal, profesional y el tiempo de las mujeres.
Si bien constituye un asunto de larga data, no se puede obviar la sobrecarga asumida por ellas durante la pandemia, lo que incide además en que hoy sean menos las mujeres empleadas. Según muestra el Informe Nacional Voluntario 2021, presentado a Naciones Unidas, la tasa de actividad económica femenina ha decrecido, y durante el año analizado solo el 39 % del total de personas ocupadas en la economía cubana eran mujeres.
En esas dobles jornadas y esa sobrecarga, cuando no existe una red de apoyo familiar, encontramos la respuesta al porqué son ellas quienes en menor medida asumen cargos de dirección, no solo a nivel empresarial, sino a nivel político y gubernamental. Sí, somos uno de los países con mayor representatividad de mujeres en el Parlamento, pero, cuando analizamos las estadísticas en espacios de alto nivel (miembros del Comité Central, Buró Político, Consejo de Estado, ministras, viceprimeros ministros, gobernadoras), la diferencia en muchos casos resulta significativa.
No hablamos de un tema novedoso, pues ha sido reconocido e incluido en diversas políticas públicas; no obstante, su efectividad a corto plazo requiere, sin dudas, una mirada interseccional. Se impone impulsar la política de organización social del cuidado, como sector básico de la economía, y el reconocimiento normativo de su contribución social. Precisamos más empatía hacia quienes garantizan la vida, en un país que en pocos años tendrá una de las poblaciones más envejecidas de la región.
(Caricatura: Miguel Morales Madrigal)